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Entrevista La autora de 'El capitalismo ha muerto'

McKenzie Wark: “Cada segundo que pasa, un futuro posible desaparece”

McKenzie Wark durante su reciente visita a Barcelona

Toni Navarro

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A lo largo de su carrera, McKenzie Wark ha abordado gran parte de los retos cruciales de nuestro presente. En los años noventa escribió varios libros sobre tecnología y nuevos medios, como The Virtual Republic o Celebrities, Culture and Cyberspace; pero el reconocimiento internacional no le llegó hasta 2004 con la publicación de Un manifiesto hacker, donde critica la mercantilización de la información en la era de la cultura digital y la globalización. Más tarde publicó Gamer Theory, que aborda los videojuegos como forma cultural dominante de nuestra época; y dedicó varios de sus libros posteriores (como The Beach Beneath the Street o The Spectacle of Disintegration) al legado del situacionismo.

Sin embargo, el renovado interés en su trabajo se debe a dos libros publicados recientemente: el primero es Molecular Red (Verso, 2016), donde ofrece una teoría para el Antropoceno a partir de la ciencia ficción soviética y la filosofía de autoras como Donna Haraway y Karen Barad; el segundo es El capitalismo ha muerto (Holobionte Ediciones, 2021), en el que desarrolla las tesis de Un manifiesto hacker y anuncia la llegada de un nuevo modo de producción que ya no sería capitalista sino “algo peor”. A estos temas se suman sus trabajos vinculados a su transición de género, como Reverse Cowgirl (Verso, 2020), que Paul B. Preciado define como “una polibiografía donde deseos productivos e indefinidos luchan por existir más allá de los límites del patriarcado, del capitalismo, pero también de la cultura gay”. Hablamos con ella sobre estas cuestiones con motivo de su visita a Barcelona, donde discutió algunos aspectos de su obra con el Vector de Conceptualización Sociotécnica, en el contexto de un seminario acogido por el CCCB.

En su último libro analiza la emergencia de un nuevo modo de producción que, a diferencia del capitalismo, ya no basa su poder en la propiedad privada de los medios de producción sino en el control del vector de información, formado por aquellas tecnologías que no solo recaban cantidades ingentes de datos sino que los ordenan, gestionan y procesan para extraer su valor. ¿Considera que la ubicuidad de estas tecnologías implica algo así como una mutación antropológica?

La humanidad como especie siempre ha sido técnica. La mano y la herramienta coevolucionaron juntas. Así que deberíamos salir de esa especie de horror pequeñoburgués frente a lo técnico, porque estamos inmersos en ello. Lo que sucede con las técnicas es que siempre sentimos pánico cuando aparece una nueva que percibimos como extraña, pero nos sentimos cómodos con las que ya están consolidadas. A todo el mundo le preocupa cómo los niños se ven afectados por el iPhone de la misma forma que ocurrió en su momento con la radio. Durante mi infancia daba la impresión de que la radio iba a destruir la civilización, cuando tenía alrededor de 10 años. Y antes de eso fueron los cómics. Había un gran pánico en torno a los cómics o las películas, como si fueran a destruirlo todo. La novela iba a destruir a las mujeres; ahora mismo te enseñan esas mismas novelas en la escuela. Como Madame Bovary, donde la mente de la protagonista es destruida por estas novelas populares. Es interesante que, por lo general, la preocupación siempre gira en torno a las mujeres y los niños como especialmente susceptibles. Parece que los hombres son racionales y no tienen ningún problema con la tecnología mientras que las mujeres y los niños van a ser destruidos por ella.

En relación a esto, hay un tema importante que no aborda en el libro: ¿cómo opera el género en la composición de la clase hacker (aquella que produce información pero no posee los medios para extraer su valor) y cómo reconfigura lo que podríamos llamar la división sexual del trabajo informacional? Creo que también sería interesante invertir la pregunta e indagar sobre las implicaciones de esta nueva economía política y ensamblaje sociotécnico en nuestras concepciones tradicionales del género.

Las tecnologías ofrecen una amplia gama de posibilidades, y permiten que tanto cosas terribles como asombrosas sucedan. Las técnicas de modificación corporal para la reasignación de género existen desde hace un siglo, así que no son ninguna novedad; pero toda la información que tenemos actualmente y la existencia de una comunidad trans sí son cosas relativamente nuevas. Esto es sin duda algo bueno, aunque es solo una parte de la historia. En el Reino Unido, los Estados Unidos y probablemente en otros lugares, se suscitó un pánico masivo en torno al desmoronamiento del binarismo sexual, que es solo el síntoma de un pánico más general provocado por la inestabilidad del sexo y del género en este modo de producción. Por lo tanto, ¿qué tipo de posiciones y funciones específicas se pueden reclamar como propias? Todavía existen diferencias ridículas en los ingresos que reciben hombres y mujeres, y son ellas quienes se hacen cargo del trabajo afectivo, gestionando los sentimientos en su equipo de trabajo. Pero, de algún modo, las cosas están empezando a cambiar, y creo que es algo a lo que merece la pena prestar atención.

La preocupación por la tecnología gira en torno a las mujeres y los niños como especialmente susceptibles. Parece que los hombres son racionales y no tienen ningún problema mientras que las mujeres y los niños van a ser destruidos por ella

Una de las ironías de todo esto fue la concentración de mujeres trans en la industria tecnológica. La computación ha sido una de las profesiones más segregadas por géneros. Las mujeres han hecho incursiones en la medicina, el derecho, la política… pero la programación está todavía masivamente dominada por hombres. Así que si el 1% de las personas asignadas como hombres al nacer son en realidad mujeres trans, es estadísticamente más probable que haya mujeres trans en la industria tecnológica. Y ese es el grupo que ha cambiado la cultura trans, porque en la mayoría de los casos se trata de mujeres trans con seguridad económica, reconocimiento profesional y ese tipo de cosas. Muchas de nosotras nunca tuvimos eso: la mayoría de las mujeres trans que conozco se dedican al trabajo sexual, porque es el único trabajo a su alcance. Por lo tanto, esa pequeña parte es realmente sorprendente y puede resultar muy ilustrativa de las transformaciones que ha experimentado el género, al menos en este mundo superdesarrollado.

Precisamente el feminismo materialista o marxista ha dado un paso más al considerar no solo la esfera de la producción sino también la de la reproducción. Hace poco señalaba que “el trabajo que la mayoría de las mujeres trans tienen que realizar es de un tipo excepcional, que escinde la función sexual de la reproductiva dentro del patriarcado”. Esto ya ocurrió en los años sesenta con la invención de la píldora anticonceptiva, ¿no?

En el mundo real, es importante destacar que las mujeres trans pueden ser madres y a menudo lo son. Se trata más bien de una construcción ideológica según la cual la mujer trans separa la sexualidad de la reproducción dentro de la “feminidad”, por lo que la mujer trans es una figura ideológica y está sometida a la vigilancia y al deseo, se sexualiza completamente. Y, como la sexualidad en sí misma está tan devaluada, ha sido tratada como un ser sexual y menos que humano. Esta deshumanización se aprecia en los continuos ataques de la prensa británica, obsesionada por un porcentaje ínfimo de la población que en su mayoría no dispone de medios económicos y ni siquiera de un hogar donde vivir. Se trata de una ola de pánico ridícula, pero tal vez se deba a que, en realidad, las identidades trans apuntan hacia algo importante.

Es interesante que menciones ese momento anterior donde las técnicas de control de la fertilidad permitieron esa separación entre sexualidad y reproducción, poniendo en riesgo fundamentalmente a las personas con útero. Ese fue el gran tema del feminismo durante la llamada revolución sexual, y lo que se señaló fue que esto permitía a los hombres perseguir sus intereses sexuales sin preocuparse por las consecuencias reproductivas. Ahí empiezan a aparecer las críticas a la revolución sexual por no tener nada que ofrecer a las mujeres, y eso deriva en una posición antisexo centrada principalmente en la heterosexualidad. El camino escogido fue pensar el sexo negativamente en la medida en que el propio acto sexual era en sí mismo una forma de dominación patriarcal. Así es como la mujer trans se convierte en una figura preocupante. Lo no reproductivo se alinea totalmente con lo trans, la promiscuidad y todo ese tipo de cosas, y puede que a veces sea cierto, pero no más que para el resto de gente.

Las experiencias de muchas mujeres racializadas, trans y trabajadoras están ligadas al trabajo sexual, a la precariedad y a la violencia. Deberíamos incluir esto en la agenda política en lugar de seguir discutiendo acerca de quién puede orinar en qué baño

En su opinión el verdadero avance sería pensar en la feminidad trans como una excepción que, sin embargo, es central para el funcionamiento de los sistemas de sexo/género, en lugar de “incluir” a las mujeres trans, que para usted es una forma de borrado. ¿Cómo debería entonces rearticularse el feminismo más allá de la disyuntiva entre inclusión o exclusión?

En los últimos años ha proliferado una especie de feminismo reaccionario que considera la capacidad reproductiva como aquello que define la feminidad. Así es como de repente el feminismo sostiene exactamente la misma definición de “mujer” que el patriarcado. ¿Cómo hemos terminado así, excluyendo a las mujeres trans pero también a las cis que optan por no reproducirse o que son físicamente incapaces de hacerlo? Esto, que yo considero una forma de agresión, es lo que provoca esta versión del feminismo aliada con el patriarcado en contra de otras mujeres y, por lo general, también de las trabajadoras sexuales. Aquí es donde hay que empezar a plantearse preguntas en torno a la interseccionalidad. ¿De qué forma se superponen las experiencias de distintas poblaciones en relación a su raza, su clase, su género y su sexualidad? Precisamente las experiencias de muchas mujeres racializadas, trans y de clase trabajadora están ligadas al trabajo sexual como forma de supervivencia, a la precariedad de no tener vivienda, a la vigilancia y a la sobreexposición a la violencia. Deberíamos preocuparnos por cómo incluir esto en la agenda política en lugar de seguir con discusiones absurdas acerca de quién puede orinar en qué baño.

Hablando de esto quería preguntarle por su opinión acerca del marxismo transgénero, una idea que empieza a despertar interés a raíz de la publicación de una antología con el mismo nombre, y que de alguna manera se acerca a su reivindicación de la vulgaridad. ¿Se siente alineada con esta propuesta? En su opinión, ¿en qué debería consistir el marxismo transgénero?

Sí, creo que ese libro es realmente útil y aborda temas que son muy importantes. ¿Cuáles son las posibilidades de vida de la mayoría de las mujeres trans en cuanto a cuestiones de clase? ¿Qué grietas se abren en los sistemas de producción y reproducción social? ¿Cómo acaban las mujeres trans en el trabajo sexual tan a menudo, por estar excluidas del mercado laboral formal? Hablemos también de los hombres trans por un momento. Los hombres trans solían dedicarse al trabajo industrial, donde existía la posibilidad de “pasar” y de no ser observados siempre y cuando realizaran con éxito el trabajo manual de la fábrica. Pero esa posibilidad ya no existe. Así que, de alguna forma, los cambios en las formas de trabajo afectan a las personas trans de manera diferente. Por lo tanto, la tarea del marxismo transgénero es pensar en cuáles son las posiciones que las personas trans tienden a ocupar tanto en la producción como en la reproducción social. ¿Qué significa organizarse ya no solo en torno a la identidad trans sino a la forma en que se superpone con el trabajo sexual? Creo que esa ha sido precisamente una de las áreas más exitosas en las que las mujeres trans y las mujeres cis han conseguido aliarse, porque su experiencia es parecida. Hay menos peleas y divisiones cuando nos unimos por causas como esta o como la encarcelación masiva, la falta de vivienda, la discriminación racial… Y no quiero decir que sean iguales o equiparables, pero necesitamos crear alianzas en torno a esas experiencias comunes. Así que no se trata de la identidad en absoluto, sino de la realidad material más concreta. ¿Cómo se te jode la vida? ¿Y cómo une eso tus intereses a los de otra persona que puede ser diferente a ti, pero con la que debes avanzar conjuntamente?

La tarea del marxismo transgénero es pensar en cuáles son las posiciones que las personas trans tienden a ocupar tanto en la producción como en la reproducción social

La última pregunta no tiene que ver con el género sino con la cuestión ecológica. Dentro del activismo medioambiental, sobre todo en España aunque me atrevería a decir que también en el resto de Europa, el decrecimiento se ha constituido como el “sentido común”. La necesidad de reducir la producción y el consumo parece evidente; pero, aunque el decrecentismo acierta en su crítica al capitalismo como causa principal de la crisis climática, su rechazo del desarrollo tecnológico puede ser más problemático. Ecosocialistas como Andreas Malm han afirmado que la captura directa del aire, la mineralización y el secuestro podrían ser una parte importante de la eliminación del carbono, apostando por una socialización de los medios de intervención climática. ¿Cree que una geoingeniería de izquierdas es posible?

Para empezar, el planeta ya ha sido sometido a un proceso de geoingeniería que lo está conduciendo a su autodestrucción. Así que no es una cuestión de elegir la geoingeniería o no: ya ha tenido lugar. ¿Puede reorientarse en vistas a evitar los peores resultados posibles? Por ahora no parece que haya otra solución al efecto invernadero, así que me pregunto si existe realmente alguna alternativa a la geoingeniería de izquierdas. No creo que actualmente sea posible ningún retorno a la naturaleza, si es que alguna vez lo fue. El Antropoceno implica que no hay naturaleza: ya salimos del Holoceno, la última era donde la actividad humana no tenía un impacto sobre el planeta. Por supuesto está el problema de que la geoingeniería tome una deriva empresarial, y también soy pesimista respecto a que podamos evitar los peores resultados posibles. Pero creo que esa es la agenda actual, y por ello me parece una cuestión difícil. Cada segundo que pasa un futuro posible desaparece. Por ejemplo, en lo que respecta a la tasa de extinción de especies. Es como si, de seguir así, estuviéramos perdiendo especies del futuro. Pero aquí cabría preguntarse, ¿quién dijo que la vida era para siempre, de todos modos? ¿Por qué siempre imaginamos estos futuros? Hay una especie de futurismo reproductivo, como diría Lee Edelman, que, irónicamente, puede que ya no esté disponible para nadie.

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