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'Una marabunta que escribe': retrato del estallido del #MeToo mexicano

Una protesta contra los abusos sexuales.

Luna Miguel

Más de 80 escritoras se reunieron el pasado martes 26 de marzo en Ciudad de México para convertirse en “La Marabunta”. Concretamente, en una marabunta que escribe y que quiere acabar con la violencia física, el abuso de poder, el maltrato psicológico y el acoso sexual que vertebra la escena literaria mexicana. La quedada fue la consecuencia urgente de dos jornadas intensas en redes sociales provocadas por la creación del hashtag #MeTooEscritoresMexicanos, mediante el cual centenares de mujeres pertenecientes al ámbito del la cultura empezaron a airear no sólo sus propias experiencias de abuso, sino también, y casi por primera vez, los nombres y apellidos de las personas que las habían violentado. Además de los reportes en perfiles personales, la creación de la cuenta @MeTooEscritores alentó a cada vez más mujeres a realizar sus denuncias. En menos de 24 horas y tras la explosión en Twitter, los presuntos abusadores ascendieron a 134 —entre editores, periodistas, escritores— y las interacciones con la cuenta o con el hashtag superaban los 7 millones según El País.

Si de cara al público la iniciativa resultó viral —48 horas después se sumarían también las acciones #MeTooPeriodistasMexicanos, #MeTooMúsicosMexicanos, #MeTooCineastasMexicanos, y un largo etcétera— de manera interna la participación se volvió prácticamente inmanejable. Como advertía la novelista Brenda Lozano en Twitter, los mensajes y las denuncias no paraban de colapsar el correo electrónico que se había facilitado desde @MeTooEscritores, y lo que al principio iba a ser una reunión entre unas pocas mujeres del ámbito editorial del DF, acabó por generar un foro de debate de casi un centenar de autoras, comunicadoras o editoras. Era la hora, de acuerdo con la periodista Lydia Cacho, de tomar toda esa fuerza y canalizarla para organizarse. Para que la rabia no se perdiera en un hashtag. Para que las que no tienen acceso a redes sociales puedan igualmente participar del grito. Para que entre todas pudieran ser, al fin, “la marabunta”, tal y como se reclama en el emotivo manifiesto difundido el miércoles 27 de marzo y que reproducimos al final de este texto.

Lanzar la piedra (y no esconderse)

La activista y comunicadora política Ana González es una de las que en los últimos días ha aprendido que nunca más va a estar sola. El pasado 21 de marzo, Día Internacional de la Poesía, decidió contar en su Twitter que un reconocido poeta “a quien 54 de ustedes siguen, tiene una lista inmensa de mujeres que han salido a denunciar que las golpeó. Por lo menos una de ellas es una persona de mi círculo cercano. Si no sabían, se vale. Pero ahora que saben, no se junten con golpeadores”. Minutos más tarde, con la pronta viralización de su contundente mensaje, añadió: “Urge el #AMíTambién en el círculo de escritores. Pero que la paguen. Porque ahí están, fondeando libros, dando conferencias, viviendo del FONCA y son violadores, manipuladores y golpeadores. Un #MeToo con consecuencias. Sin revictimizar”.

Preguntada por eldiario.es, Ana González asegura que era muy consciente de que su piedra iba a tener efecto, aunque no sabía que el golpe iba a ser tan intenso: “Sí esperaba que pasara esto porque soy comunicadora política y me gusta leer este tipo de contextos sociales. Soy experta en marketing digital, sé cómo funcionan las redes, y por eso sí me anticipé e hice lo que hice en ese sentido. La verdad es que lo que no anticipé fue que la fuerte oleada de denuncias fuera tan enorme. Estoy completamente abrumada por la realidad de que todas hemos sido tocadas por este tipo de violencias a lo largo de nuestra vida profesional y en los gremios en los que trabajamos”.

Como ella misma recuerda, antes de su llamamiento ya existían movimientos como #RopaSucia, que lleva años recopilando situaciones de abuso de poder y machismo en la cultura mexicana, o como #MiPrimerAcoso, una descorazonadora variante del #YoTambién sobre el abuso en la infancia y en la adolescencia. Sin embargo, aunque fueron “actividades muy grandes, la diferencia es que ahorita sí estamos nombrando, y lo estamos haciendo con dos propósitos: el primero es el de prevenir futuras víctimas, y el segundo es intentar cerrarle la puerta a esos hombres que ejercen un poder muy grande en los círculos culturales, académicos y profesionales en este país”.

Ana González reconoce que a pesar de la satisfacción de haber desatado con dos tuits lo que parecía improbable que ocurriera en un país cuyo machismo está fuertemente arraigado a esas instituciones en las que ella ya no confía, también se siente triste, superada: “Me da mucho pesar que todas estemos atravesadas por esto. Siento mucho agradecimiento… pero por otro lado no hay nada que agradecerme. Si esto se dio es porque ya todas estamos hartas, porque esto es colectivo. No fue una cosa de dos tuits, fue una cosa de años. De aguantar y de aguantar, y de que ya no pudimos soportarlo más”.

Si bien el nombre de Ana González es ahora mismo uno de los más visibles, lo cierto es que entre las denunciantes y las firmantes del manifiesto de La Marabunta se ha creado un acuerdo de no personificar la lucha. Según la poeta Aleida Belem Salazar, una de las primeras líneas de trabajo está en buscar la protección de las compañeras amenazadas. “Muchas de ellas tienen miedo”, asegura Salazar, “algunas de las que denunciaron públicamente a otros escritores están recibiendo amenazas, les asusta que las ataquen por la calle. Lo importante ahora es protección de esas compañeras. Y más tarde se estarían tomando acciones más concretas: cómo crear políticas públicas para que los premios y becas dejen de estar dominados por hombres, etcétera”.

La poeta Esther M. García vive en el norte de México y no pudo participar en la reunión de La Marabunta, pero se considera cercana al manifiesto. Ella es también de las que creen que denunciar los abusos con nombres y apellidos es una de las formas de reventar las estructuras de poder. Unas instituciones en las que “el escritor, por el mero hecho de ser hombre, ya tiene su reconocimiento” mientras que artistas como ella “hemos tenido que luchar constantemente por no quedar invisibilizadas”.

El miedo a ser invisible, dice García, es lo que en su caso le ha llevado a agachar demasiadas veces la cabeza, o a pensar que el abuso que estaba viviendo era excepcional, y que por lo tanto debía callarlo. Ella también cree que una de las cosas más dolorosas del #MeTooEscritoresMexicanos ha sido ver reflejado el nombre de antiguas parejas o amigos, y la sensación de que tal vez en el pasado podría haber hecho algo para evitar lo que otras mujeres denuncian hoy. Pero como también reflexiona, muchas veces estar en esa posición también es una manera de ser víctima, pues “levantar la voz únicamente provocaba que nos cerraran todavía más espacios”.

Sólo hay que fijarse en la ausencia de comunicados oficiales por buena parte de las grandes editoriales o instituciones del país, así como en las reacciones de los escritores acusados para entender hasta qué punto van a intentar seguir agarrándose a su privilegio. A Ana González no le han sorprendido las voces de estos hombres: “Yo anticipaba que sus respuestas iban a ser de cajón, como de comunicado de prensa, de gabinete de crisis muy controlado y sin decir nada. Sabía que muchos se iban a desligar y que la mayoría iban a negarlo todo. La verdad es que he visto muy poquitas respuestas consecuentes, pero lo cierto es que ninguna se merece aplauso”.

Casi a modo de conclusión sobre lo ocurrido en México durante la última semana, la crítica Brianda Pineda, colaboradora del colectivo Liberoamérica, desea que la organización de escritoras mexicanas sirva para “hacer notar que no estamos bajo el yugo del Estado, sino pendientes de una justicia que debería llegar y que nuestra voz exige”. En este sentido, la narradora Brenda Lozano también subraya que a pesar del dolor de las últimas horas, estamos en un proceso de aprendizaje, y que en este punto el movimiento debería servir “para articularnos más entre países, porque entre más juntas estemos, menos pasará”.

¿Hacia una marabunta global?

En Perú el movimiento #MeTooEscritoresMexicanos se mira con admiración y con urgencia. Para la escritora María Belén Milla el ejemplo debería repetirse en su país, y lo antes posible: “Lo necesitamos. No podremos sobrevivir por separado en esta sociedad misógina empeñada en golpearnos, violarnos, destruirnos. Estoy convencida de que la única manera de extirpar la violencia machista de nuestros países es uniendo este tipo de cadenas de denuncia y trayendo abajo a los intocables”. Milla sabe que a pesar de todo recientemente se han hecho progresos. Que por ejemplo en 2018, gracias a un reportaje de Gabriela Wiener y Diego Salazar sobre las violaciones del poeta Reynaldo Naranjo a sus hijas menores de edad, se logró que el Estado le quitara el Premio Nacional de Poesía que había ganado en 1965. Además “colectivos feministas como el Comando Plath hacen maravillas al respecto. Es una de las pocas luces que tenemos en Perú”.

Precisamente, desde este colectivo inspirado en Sylvia Plath, la poeta Victoria Guerrero opina que el #MeToo mexicano “está moviendo mucha energía anti patriarcal en América Latina”. Nos cuenta que Comando Plath nació de alguna manera con esa misma energía y voluntad, y que aunque no hizo públicas las listas, sí que se identificaron a algunos hombres que se movían en la cultura como acosadores y apoyaron las denuncias. “Esta purga es importante en el sentido de que se sienten confrontados porque parece ser que es la única forma de visibilizar el maltrato y una forma de actuar que se ha perpetuado por años. Ahora que ven sus nombres en las redes se sienten atacados y humillados, incluso algunos me llaman para decir éramos amigos y yo les digo, sí, pero ese no es el asunto. Me pregunto por qué no son lo suficientemente valientes para aceptar aquello de lo que se les acusa, por qué no piden disculpas más allá de nuestra amistad. Esa capacidad de negar y de responsabilizarnos a nosotras me sigue asombrando. Ojalá podamos establecer contactos en América Latina y España para crear un movimiento que pueda ayudar a protegernos entre nosotras mismas dentro del campo literario”.

Desde Argentina, Cecilia Risiale, una de las fundadoras de Liberoamérica, recuerda que estos movimientos no deberían ser exclusivos de un único campo de la cultura, y menciona el peso que tuvieron las denuncias de las actrices argentinas con el “Mirá cómo me ponés”, cuando muchas de ellas denunciaron públicamente a Juan Darthés por acoso y violencia sexual. Y aunque tuvo mucha menos repercusión mediática, la traductora y poeta Denise Griffith recuerda lo ocurrido con el editor Damián Ríos. “Si bien María Florencia Ru fue la única que apareció en los medios por su testimonio de acoso sexual, varias personas contaron su experiencia en las redes. El caso comenzó en el grupo de Facebook Escritorxs y trabajadorxs del libro en contra de la violencia machista y luego un blog y dos periódicos grandes, La Nación y Clarín. Lo que se hizo fue, gracias a una petición colectiva, desvincular al editor de un concurso literario en el que era jurado. Muchxs escritorxs están aportando su testimonio en algunos espacios pero por ahora no hay otros casos conocidos”.

La creación de grupos de Facebook ha ayudado a reunirse y a protegerse a las jóvenes escritoras ecuatorianas. La poeta Yuliana Ortiz Ruano destaca el espacio Mi primer acoso, no callamos más, abierto en 2016: “En esa plataforma se denunciaron a muchos acosadores dentro del seno familiar, laboral, etc. Efectivamente, también a algunos escritores”. Ortiz Ruano cree que merece la pena hacer el esfuerzo de trasladar el #MeTooEscritoresMexicanos al resto de América Latina “porque muchas mujeres que escribimos hemos sido violentadas en festivales, recitales o espacios de literatura. En mi caso denuncié a través del escrache a un escritor, pero ahora yo tengo una denuncia encima por calumnia, es complejo abrir la boca, pero es necesario”.

Sobre este miedo a nombrar y sobre las repercusiones legales que conlleva, la novelista colombiana Gloria Susana Esquivel cree que lo grande del movimiento mexicano es que se ha perdido el miedo a las represalias. “A mí me que parece que así es como se debe denunciar, con nombre y con apellidos. Aquí se hizo conocida la historia de una periodista que denunció en una columna a un político que la había violado, pero en su texto lo trató simplemente de Él, de modo que la historia que podía haber cambiado para siempre la política del país al final sólo se quedó en un chisme”.

La periodista venezolana Dulce María Ramos, que ha escrito mucho sobre la brecha de género en la cultura de Venezuela y Colombia, tiene sentimientos encontrados al respecto: “Es tan difícil hacer una denuncia pública. En un reportaje sobre acoso en la literatura no pedí a las entrevistadas que dieran nombres, ¿no? Porque qué pasa ahora: que tú puedes hacer la denuncia, tú puedes dar el nombre, pero entonces para la sociedad tú siempre vas a quedar mal y es él el que va a salir ganando”. Ramos lo sabe porque lo ha vivido en sus propias carnes. Y aunque cree necesario encontrar los espacios para hablar, ahora mismo “nosotras siempre tenemos todo ese peso, ese riesgo de anular tu carrera profesional, de que te veten”. Mientras que “ellos pueden ser alcohólicos, drogadictos, mujeriegos, machistas…” siempre se les creerá primero.

Desde España, la narradora Aixa de la Cruz no piensa como Esquivel, pero es igualmente contundente en su respuesta: “Yo diría que aquí ya hemos tenido iniciativas similares, saliendo del ámbito exclusivamente literario, el #cuéntalo promovido por Cristina Fallarás, y creo que podemos estar orgullosas de ello. Es cierto que no hemos llegado a nombrar a los agresores, pero, la verdad, no me parece lo más importante. Desde las redes sociales y desde el anonimato, creo que es más importante el testimonio que el señalamiento, principalmente porque la fuerza que le encuentro a este tipo de movimientos es que dan a conocer el verdadero alcance de este tipo de violencias y rompen con el aislamiento de las víctimas”. Aunque ante la posibilidad de trasladar a nuestro país lo que está pasando en México, De La Cruz concluye: “En todo caso, si en algún momento sentimos también aquí la necesidad de mentar con nombres y apellidos, lo consideraré perfectamente legítimo, como me lo parece en el caso de las compañeras mexicanas”.

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