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“Todos los festivales contratan de forma indecente y maltratan a los músicos nacionales”

Ambiente del Cruïlla. Foto de Xavi Torrent

Mónica Zas Marcos

Mientras PJ Harvey, Brian Wilson y 40 bandas más actuaban el año pasado en el Primavera Sound, surgía otro tipo de coro a sus puertas. Eran los cánticos de quienes se habían plantado ante las condiciones abusivas de los festivales y el maltrato a las bandas nacionales frente a los grandes cabezas de cartel.

La recién nacida Unión Estatal de Sindicatos de Músicos, Interpretes y Compositoras eligió el macroevento barcelonés en una declaración de intenciones que mantienen 365 días más tarde y en plena celebración del Día de la Música. “Las marcas y festivales se están ahorrando miles de euros con los músicos porque no estamos organizados sindicalmente. Es vergonzoso”, clamaban. Volviendo la vista al presente, ¿ha mejorado la situación respecto a aquella primera asamblea?

David García Aristegui y Pablo Schvarzman, ambos portavoces del sindicato, tienen sentimientos encontrados. El orgullo por la acogida de los medios y el apoyo de personajes públicos se enfrenta a la falta de implicación institucional y de diálogo con las promotoras, salas y festivales. Aunque se registren pequeños gestos empresariales como la retirada del anuncio de Mahou, la gran batalla se libra ahora, con el arranque de la estación festivalera. 

“Todos los festivales contratan de manera indecente y todos maltratan a los músicos nacionales, les ponen a tocar a horas inhumanas y por una remuneración exigua”, afirma David García en una entrevista con eldiario.es. El representante intenta ser ecuánime y no meter en el mismo saco a los más de 850 eventos que se celebrarán este verano en nuestro país. “Dicho esto, ni uno solo cumple la legalidad y eso que la mayoría recibe cuantiosas subvenciones”, sentencia.

Como muestra, una cláusula de estos contratos: “La inexistencia de relación entre las partes/personal a cargo”. Los festivales avisan a los posibles músicos de su cartel de que no estarán sujetos al Estatuto de los trabajadores y que deberán estar dados de alta como autónomos en la Seguridad Social. La Unión de Sindicatos filtró hace unos días este extracto para denunciar que se les fuerce a firmar contratos mercantiles.

Esta medida funciona bien para los músicos consagrados, muchos de los cuales se organizan en cooperativas y empresas. “¿Pero qué ocurre? Los grupos que empiezan ni siquiera tienen dinero para pagar la cuota de autónomos”, afirma García. Ellos lanzaron un Manual de Buenas Prácticas precisamente para corregir esta situación, pero de momento solo ha sido aprobado por el Ayuntamiento de Barcelona.

Defienden que la norma debería ser un contrato laboral y un alta por parte del promotor en el Régimen Especial de Artistas. “¿Que nos mandaran a Cuba por pedir esto? Nosotros contestamos que se debe tratar a los músicos nacionales al menos igual de bien que a los extranjeros. Hoy por hoy eso no pasa, ni por aproximación”, asegura García. Pablo Schvarzman, por su parte, ilustra con una anécdota el peligro de que no exista una relación laboral digna entre los músicos y los festivales.

“El Vida Festival nos invitó a mi grupo, Seward, a tocar en una presentación de prensa y nos redujo el caché con la condición de meternos al año siguiente en el cartel”, cuenta el guitarrista. Pasado el tiempo acordado, Seward vio que les habían vuelto a omitir de la lista de bandas contratadas. “Dos años más tarde accedieron, pero por una quinta parte del dinero que habíamos hablado. Su respuesta textual fue que si no lo aceptábamos tenían a otras 900 bandas emergentes dispuestas a hacerlo gratis”, cuenta Schvarzman. 

“No digo que debamos cobrar lo mismo que Radiohead, pero sí que se cumplan unos mínimos para evitar la pandemia de la precariedad musical”, dice el portavoz. “Las bandas que empiezan, que no son todavía empresa y quizá nunca lo sean, tienen sus intereses legítimos y los eslabones más débiles de la cadena son los que deben estar más protegidos”, se une a defender David García.

Esta profunda desigualdad entre los grupos se traslada a su vez al presupuesto de gasto para dietas, alojamiento y transporte. Un debate que, por desgracia, se puso sobre la mesa el año pasado a raíz del accidente de tráfico de Supersubmarina tras actuar en el Medusa Sunbeach Festival.

“Para evitar sustos”

“Si presentas una factura a un festival como autónomo o un empresario, asumes todos los gastos y todos los riesgos. Es decir, si sucediera un accidente in itinere, como ocurrió con Supersubmarina, todo sería responsabilidad del grupo, no de quien lo ha contratado”, explica David García. El presidente de la Asociación de Promotores Musicales, Pascual Egea, salió a decir el año pasado que cubrían el choque de la banda jienense “por estar considerado dentro del Estatuto de trabajadores”.

La Unión de Sindicatos denunció que se trataba de una excepción y que, como muestra la cláusula del principio, pocos festivales vinculan a sus bandas a dicho Estatuto. “El tema de la salud laboral está pendiente, ya no solo en festivales sino también en salas. Habría que plantear regulaciones para las bandas cuando están de gira o en ruta. Son cantidades irrisorias comparadas con los cachés que se mueven con los grupos extranjeros”, se lamenta García, y alega que las bandas que empiezan deben tener cobertura y una remuneración digna para evitar sustos. 

“No pagas hotel, porque si te lo puedes ahorrar, fuerzas un poquito. Vas en dos coches hasta arriba con el bajo casi atravesándote la sien y te vuelves a tu casa sin dormir porque, por una actuación en el Primavera Sound a las 5 de la tarde, te dan 500 euros. Y a repartir”, cuenta Pablo Schvarzman.

El músico estuvo el año pasado en una mesa debate del Monkey Week para hablar sin tapujos de una realidad que afecta solo a los de abajo. Piensan que lo ideal sería una propuesta como el Estatuto del Artista de la Unión de Actores y Actrices. “Incluso ellos tienen la obligación de pernoctar en un hotel cada ciertos kilómetros de gira y de ciertas comidas según los días”, compara el guitarrista. 

Una situación que no mejora cuando se suben al escenario y tienen que actuar con un fondo patrocinado por el que no perciben ni un euro. Lo que en publicidad se llama product placement y que mueve cantidades muy elevadas de dinero, en música no existe. Esta se ha convertido en la última trinchera de los sindicatos en los festivales. 

“Parece que actuamos sobre un photocall”

photocallLas marcas, sobre todo las cerveceras, saben sacar partido a los grandes eventos en época estival. Heineken con el Primavera Sound, Desperados en el Arenal o Mahou con el Gijón Sound Festival. Su presencia en las barras de bar, material de promoción y fondo de los escenarios se paga a través de caros contratos de patrocinio o convenios de colaboración. Lo que no se explican los músicos es que las bandas no reciban un aporte por tocar durante dos horas frente a un logo. Y aclaran que “no es una guerra contra las marcas, solo queremos que se regule”. 

El sindicato aprovechó la polémica del anuncio de Mahou para abrir el melón de las marcas y su relación con la imagen de los grupos de música. “Hay muchos festivales en los que parece que los grupos tocan en un photocall”, dice David García. El portavoz cuenta que esto ha causado problemas en alguna ocasión, incluido el año pasado en el Cruïlla con el grupo estadounidense Alabama Shake. “Tardaron dos horas en salir al escenario porque la cantante dijo que no tocarían hasta que no desapareciesen los logos, que no estaba en el contrato”, cuenta.

Lo mismo ocurrió con Seward en el festival barcelonés, que directamente taparon con una manta el logo de Estrella Damm y el equipo del Cruïlla interrumpió su actuación. “Te avisan minutos antes de tocar de que debes renunciar a tus derechos de imagen. Es una práctica bastante habitual por desconocimiento de nuestros derechos o de las condiciones contractuales”, afirma su integrante.

Lejos de parecer anecdóticas, estas situaciones ahondan en la precarización de un sector desprotegido que lucha por sobrevivir de su trabajo. “Queremos hacer un retrato con cifras. Si los intérpretes dijeron que solo el 8% puede vivir enteramente de su trabajo, estoy seguro de que en la música el porcentaje es aún peor”, augura García.

La Unión de Sindicatos no quiere que sus peticiones se queden como aderezo al Día de la Música o que se evaporen cuando los festivales desmonten sus escenarios. Para eso exigen intervención institucional. “Si son conscientes a medio plazo de este problema, y fuerzan a sus promotores a contratar según la legalidad, el siguiente paso es que fuercen también a los festivales que subvencionan”, concluye el portavoz sindical.

Un recordatorio de que, por mucho que el precio medio de las entradas haya subido un 32%, ese dinero no se destina a todos los músicos por igual. Aunque todos se dejan la piel por igual ahí arriba.

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