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La música como arma de cambio

Integrantes de Fundación Robo durante una actuación en la calle

Rosa Mª Egea

Estos días todo el mundo quiere participar en política, incluyendo los músicos. Atrás quedan los grupos que “pasan de la política”; el mundo del entretenimiento ya no quiere ser evasión, quiere ser denuncia. Los artistas también son ciudadanos cuyo día a día queda condicionado por la realidad política, económica y social, igual que nos ocurre a nosotros, solo que con micro, manager y, a veces, millones de fans. Lo que es más importante: no todos son iguales.

Obama es el que mejor ha sabido aprovechar la energía de sus partidarios musicales. En su última campaña se llevó a Bruce Springsteen de gira y el Boss, encantado, hasta le compuso una simpática canción. Más impactante fue el vídeo que marcó su primera campaña electoral de 2008, cuando muchos rostros conocidos corearon el Yes, we can. La canción la produjo will.i.am, cantante de Black Eyed Peas, el vídeo Jesse Dylan, hijo de Bob. Y participó gente tan variopinta como Kareem Abdul-Jabbar, John Legend y Herbie Hancock, todos eclipsados por los cinco segundos de aparición de Scarlett Johansson.

 

 

 

Estos son músicos que ponen su laringe al servicio de una campaña, pero hay otras maneras. La británica Paloma Faith, una de las protagonistas de los BritAwards 2015, se ha unido al popular escritor y columnista Owen Jones, el nuevo azote de la derecha, para intentar que los posibles votantes del UKIP (United Kingdom Independence Party) cambien su voto,

En España tenemos un historial de música reivindicativa, contra Francodespués de Franco y directamente electoral, por no hablar de las lecciones del rock radical vasco. Pero hacer canción política no tiene porque ser por o en contra de un gobierno. Hace unos meses, el cantante asturiano Nacho Vegas, miembro de la Fundación Robo, entraba en un banco con el coro El Altu La Lleva para cantar una canción basada en un poema de Gloria Fuertes, donde invitan a “asediar al usurero y que así no duerma en paz” y a “gritarle al poderoso para que no haya un desahucio más”.

Son muchas las luchas que existen hoy día en nuestro país, muchos los colectivos y las plataformas que luchan por preservar cosas tan básicas como la educación, la vivienda, la sanidad o la propia cultura. Y son cada vez más los músicos que se posicionan a favor de estos movimientos y quieren ponerle voz. Y música. Porque no hay nada más emocional que una canción.

Identificación para unos, amenaza para otros, porque la otra resistencia que caracteriza la canción protesta es la de las autoridades. Esta semana, el Ayuntamiento de Madrid suspendió el concierto de Soziedad Alkoholika que estaba programado para el 14 de marzo en el Palacio de Vistalegre de Madrid para “prevenir una posible alteración del orden público”. El grupo se quedó sin tocar, pero ha lanzado un comunicado en su web denunciando que ciertos sectores de la derecha tienen miedo a la diversidad cultural y al hecho de que se escuchen voces con una ideología diferente a la suya, por eso han presionado para que el concierto fuera cancelado.

La nueva política, participativa y cultural

Muchos de los “grupos protesta” de nuestro país nacieron con el 15M. Roberto Herreros, otro de los integrantes de Fundación Robo, define a esta organización como “un foro de debate”  en el que se ponen en común las impresiones sobre el momento social, económico y político actual que atraviesa el país y se trabaja conjuntamente por crear una “identidad popular”. Según Herreros, actualmente “carecemos de materiales simbólicos, de algo que nos identifique.” Cuando hablamos de canciones protesta todos echamos la mirada atrás y recordamos a cantautores como Joan Manuel Serrat o Paco Ibáñez. Estos músicos y sus letras están relacionados con la Transición y el canto a la libertad. La protesta surgió en esta época y manejaba otros códigos.

El 15M marca el principio de un resurgir político. Si la Cultura de la Transición entiende que la política es cosa de unos pocos, hoy se reivindica la recuperación del control democrático de la vida pública. Toda esta nueva forma de actuar y entender la política ha calado en las distintas disciplinas artísticas que han convertido esta frustración en energía política. Se está creando una identidad popular nueva fruto de nuestra época. El pueblo es libre, inteligente y capaz de organizarse. Esta organización no sería posible sin las redes sociales, el marco en el que nos movemos ha cambiado y hemos sabido adaptarnos a él.

Estas redes nos permiten crear referentes comunes que unen a personas muy dispares, y nos han ayudado a crear identidades nuevas, capaces de generar la misma influencia política que los cantautores de los 70 desde una cuenta de Twitter. Contra el esfuerzo de los medios de comunicación tradicionales y las reformas del Código penal, los movimientos sociales apoyan iniciativas con letras y canciones, con slogans y videos virales que canalizan sus acciones y acompañan a los movimientos sociales. O batukadas, como en el caso de la Solfónica o el Coro Pez.

Las batukadas se han convertido en un lugar común de las manifestaciones, que contra la sombra de Bruce Springsteen prefieren llevar bandas y orquestas en las concentraciones. “No es tanto lo que la música dice, si no lo que la música hace -explica Herreros. - La música se acerca a la política cuando se acerca a las prácticas colectivas que se llevan a cabo”.

Cómo dice una de las canciones de Fundación Robo, “Preferimos cantar a coro y no cantar en soledad”.

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