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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Progresivos y peligrosos: el lado más bestia del “underground”

Soft Machine: Robert Wyatt, Daevid Allen, Kevin Ayers y Mike Ratledge

Yago García

Así es como acaba todo: no con un estallido, sino con unos cuantos obituarios caracterizados por la presencia de la palabra “hippie” y por un tono de leve condescendencia, como corresponde un rockero que nunca llegó a ser demasiado famoso. Aun así, conviene llorar lo justo al señor Daevid Allen, fallecido el viernes 13 de febrero en su Australia natal. Cumplidos ya los 77 años, este músico y poeta había reaccionado deportivamente a su segundo diagnóstico de cáncer, preparando con serenidad un óbito que le llegó (según el comunicado en Facebook de su hijo Orlando) rodeado de familia y amigos. Un fin muy digno para el fundador de Soft Machine y cerebro creativo de Gong. Es decir, para un señor cuya impronta en la música pop resulta, cuanto menos, ciclópea.

Guitarrista de técnica personalísima, bon vivant pertinaz (aunque menos que su amigo Kevin Ayers) y viajero infatigable, Daevid Allen era también suponía el desmentido viviente para uno de los relatos más pertinaces de la historia del rock: tras probar la mixtura de misticismo, antiautoritarismo y cachondeo vertida en sus canciones, costaba un poco más creerse eso de que los Sex Pistols salvaron a la música popular de ser devorada por aquellos dinosaurios de los 70 que olían a pachulí. No sólo porque Allen fuese uno de los pocos miembros de su quinta en simpatizar con las hordas del imperdible (escúchese el álbum de Gong Live Floating Anarchy -1977- si se tienen dudas), sino porque nos recuerda que, cuando querían o les apetecía, los grupos progresivos podían ser más grasientos, ruidosos, incómodos y cargados de consignas que los Damned, los Stranglers, los Clash o cualquier otro de sus relevos en la industria. Aquí van unos ejemplos para probarlo.

GONG: BANANA, NIRVANA, MAÑANA

Encabezados por Daevid Allen, y con sus reales aposentados entre Francia, Gran Bretaña y Mallorca, Gong eran a primera vista una comuna de hippies flipados. A segunda vista, también lo eran, pero no de forma negativa: cargaditos de sintetizadores, y dotados con una mitología propia expresada en mantras como “¡Hare, Hare, lavabo de señoras!”, ofrecían sonoridades de gran originalidad, amén de dar pábulo a ideologías tan poco frecuentes en el rock de su época como el feminismo. Esto último, gracias a la vocalista Gilly Smith, ex profesora de la Sorbona y (dice la leyenda) primera cantante británica en pronunciar la palabra “fuck” en un disco. Sus obras capitales (Camembert Electrique -1971- y la trilogía formada por Flying Teapot, Angel’s Egg y You -1973, 1974-) prueban tanto su talento como su capacidad de no tomarse nada en serio, salvo la música.

HENRY COW: VIVIENDO EN EL CORAZÓN DE LA BESTIA

A Soft Machine, el grupo que Daevid Allen contribuyó a fundar junto a Kevin Ayers y Robert Wyatt, se le considera germen del ‘sonido Canterbury’, movimiento que ofrecía un pop surrealista y alambicado en sus encarnaciones más amables (Caravan, Hatfield and the North) y que, en las menos amables, se coagulaba en brutalidades como las pergeñadas por esta banda. Aglutinadores del movimiento Rock In Opposition (sonidos progresivos de ideología izquierdista y complejidad endiablada), Henry Cow nunca ofrecieron música ‘fácil’, pero ni siquiera este aviso puede preparar al oyente para In Praise of Learning, su álbum de 1975, armado en torno a andamios de free jazz, serialismo vienés y pop deforme, con la cantante Dagmar Krause ejerciendo de dominatrix maoísta. Junto a Krause, Lindsay Cooper (a cargo de un arsenal de instrumentos de viento) y la bajista Georgina Born prueban que, allá donde hay ruido y voluntad de inquietar, los roles de género importan bien poco.

HAWKWIND: TORMENTA CEREBRAL, ALLÁ VAMOS

“¡Anda, los de Lemmy!”, habrá pensado más de un lector o lectora. Y, sí: el futuro mostacho de Mötorhead formó parte de este grupo, cuya longevidad y pantagruélico consumo de alucinógenos ha movido a comparaciones con The Grateful Dead. Que nadie se llame a engaño, pese a ello, porque los buenos momentos de Hawkwind (aquellos que van desde su debut homónimo de 1970 hasta Quark, Strangeness and Charm -1977-) no suenan a divagación pastoril, sino a paseo por el Londres pre-gentrificación bajo los efectos de un tripi pasado de fecha. En algo se les tenía que notar a estos burrifacios su amistad con J. G. Ballard y Michael Moorcock, escritores cuyas obras inspiraron muchos momentos cumbres de su rock extremadamente primordial (vertiente “dos acordes, y vas que te matas”) trufado de ciencia-ficción y electrónica casera.

DEVIANTS Y PINK FAIRIES: ¡HAZLO!

Novelista, periodista, activista y persona aficionada a dar la nota, en general, Mick Farren fue uno de los individuos más interesantes de la contracultura británica. Y, como corresponde, también hizo sus pinitos musicales: con él como frontman, e incubada (al igual que Hawkwind) en la escena okupa de Lardbroke Grove, la formación original de los Deviants produjo un primer álbum estimable (Ptoof!, 1966) antes de dejarse llevar por la inercia del rock duro. A la altura de 1970, y tras una desastrosa gira por EE UU, los restantes miembros de la banda mandaron a Farren a paseo, rebautizándose como Pink Fairies y dándolo todo en su single de debut, The Snake / Do It y en el más que correcto LP Never Never Land. En ambos casos, la afición a decir las cosas claras y la simplicidad musical les granjean un lugar en la genealogía del punk.

HELDON: ESQUIZOANÁLISIS CON SECUENCIADORES

Abandonamos el Reino Unido para acercarnos a la Europa continental, concretamente a Francia. Y, del glorioso manicomio sónico que fue el país galo durante los 70, rescatamos primero a una banda que dedicó sendos temas a Salvador Puig Antich (en su debut Électronique Guerilla, 1974) y a la Fracción del Ejército Rojo (Baader-Meinhoff Blues, del sencillo Soutien à la RAF, 1975). Liderados por el guitarrista Richard Pinhas, Heldon nunca escaparon del todo a las confesas influencias de King Crimson y del filósofo Gilles Deleuze, pero supieron destilar dichas deudas en una colisión de cuerdas y máquinas que, de haber surgido unos años más tarde, hubiera sido calificada como “industrial”. Ahora bien: Only Chaos Is Real (el álbum con el que Pinhas reactivó el proyecto en 2001) es una abominación que debe ser evitada a toda costa.

MAGMA: UN ORFEÓN BRUTAL

“Ópera klingon”: así describen afectuosamente algunos fans los temas de esta banda francesa. Y ni la alusión al bel canto ni la referencia a Star Trek están de más, porque los mejores momentos de Magma entregan masas corales de aplastante dimensión, unidas a una base de rock polirrítmico y cantadas en el presunto idioma del planeta Kobaïa. Es decir, en los fonemas que Christian Vander (baterista majara y líder del combo) espetaba aleatoriamente, conforme iba componiendo sus odas al exterminio de la humanidad en pro del bien común. Aún en activo, y también dotados con una importante presencia femenina (la cantante Stella Vander, autora de estimables canciones pop durante los 60), Magma cuentan como obra magna con Mekänïk Dëstruktïw Kömmandöh (1973), un álbum que suena exactamente a aquello que indica su título.

AREA: “LOS DIOSES SE VAN, LOS INDIGNADOS NOS QUEDAMOS”

La Italia de los 70, la de las Brigadas Rojas y Lotta Continua, fue también la patria de un buen número de bandas progresivas. Y, de todas esas bandas, Area fue la más dada a meterse en berenjenales, tanto sonoros (merced a su cantante Demetrio Stratos, un señor cuyas cuerdas vocales llamaron la atención del mismísimo John Cage) como políticos, debido a las consignas y llamadas a la ‘acción directa’ que pueden hallarse en la práctica totalidad de sus temas. Álbumes como Arbeit Macht Frei (1973), Crac! (1975) o Gli dei se vanno gli arrabiati restano! (1978) pueden, bien seducir si se entra en su juego, bien irritar por su profusión de virtuosismo, tanto en el canto como en la instrumentación. Sorprende, eso sí, que nadie haya sampleado aún la línea de bajo de La mela di Odessa.

AMON DÜÜL II: TOMANDO EL TÉ CON EL YETI

Cuando se habla del rock europeo, esquinado y seventies, una parada en Alemania es obligatoria. Pero, en lugar de hablar de los inevitables Can (muy sobados ya por la adulación de la prensa) nosotros elegimos echarle un vistazo a Amon Düül II, un grupo con el que siempre se llevaron a matar y que les aventaja en trogloditismo. Originados en una comuna a la que deben su nombre, y con una discografía tirando a laberíntica, los Düül pueden procurarte tanto momentos de asfixia y distorsión como incursiones melódicas más sofisticadas de lo que dan a entender sus pintas: compruébalo degustando trallazos como Phallus Dei (1969), Yeti (1970) y Wolf City (1972). De entre sus muchos componentes, y además del multiinstrumentista Chris Karrer, destaca la cantante Renate Knaup, una de las pocas personas de este planeta capaces de resultar elegantes con una pandereta en la mano.

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