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Así suena una película (porno gay)

Un disco doble reúne el trabajo de Patrick Cowley utilizado en el cine porno homosexual

Jesús Rocamora

Ya saben ustedes cómo funcionan estas cosas. Dos tíos a los que les gustan las motos. En vaqueros apretados. Y un garaje. Uno le pide al otro que le pase el destornillador. Beben cerveza. Una cosa lleva a la otra, las manos que no se están quietas y acaban montándoselo porque en el fondo todo era un paripé para follar. Así es el porno: importa el contexto, porque de él nace el morbo, pero las razones son lo de menos. Durante toda la escena suena una música de sintetizador que lo mismo podría funcionar en una película de ciencia-ficción que en un corto experimental. Música cósmica aplicada al sexo, menudo viaje.

Patrick Cowley (1950-1982) ha pasado a la historia dentro del capítulo de la música disco. Es señalado como un pionero que ya estudiaba y experimentaba con sintetizadores a comienzos de los años setenta y también como uno de los padres del sonido Hi-NRG, una variante acelerada y futurista de la música disco que se popularizó a finales de los setenta y principios de los ochenta. Una música fundamentalmente electrónica, marcada por el sonido del sintetizador, dirigida al baile y considerada como un antecedente del house y el techno. Entre otros hits, suyos son aquel You Make Me Feel (Mighty Real) de Sylvester y ese otro titánico y célebre megamix de 15 minutos del I Feel Love de Donna Summer que disparaba a la diva hacia el espacio.

Menos conocida es la aportación de Cowley a las bandas sonoras de películas porno gay. A principios de los años ochenta, la productora (de porno gay) Fox Studio llegó a un acuerdo con el músico para utilizar algunas de sus composiciones instrumentales, muchas de ellas experimentales y compuestas en su época de estudiante, como banda sonora en sus filmes. Y de la clandestinidad a la luz: sacadas directamente de los archivos de Fox Studio en Los Ángeles, fueron lanzadas a finales del año pasado como disco doble doble bajo el título School Daze, coincidiendo con el que hubiera sido el 63 cumpleaños del músico.

Que estos once temas fueran grabados entre 1973 y 1981 da una idea de lo adelantado a su tiempo que estaba el sonido de Cowley, que en su primera época también hizo jingles para la radio y trabajó como técnico en algunos clubs. Su música entonces estaba influida por pioneros de la electrónica como Wendy Carlos (que ya en 1968 había traducido Bach al lenguaje de los sintetizadores y que fue el encargado de la banda sonora electrónica de La naranja mecánica de Kubrick), Brian Eno y Giorgio Moroder, reivindicado ahora por Daft Punk. Pero escuchadas hoy, sus composiciones no desentonan entre lo que hacen otros músicos contemporáneos retrofuturistas como Oneohtrix Point Never, Emeralds o Com Truise.

Según la gente de Dark Entries Records, sello encargado de esta cuidada edición que también incluye material gráfico de aquellos años y un ensayo de Joe Socarras (vocalista de Indoor Life, grupo al que Cowley produjo a principios de los ochenta y con quien colaboró de forma estrecha), su música no era sino un reflejo de su vida privada, de la vida de muchos homosexuales. Con School Daze, “el oyente entra en un mundo de oscuros vicios prohibidos, reflejo del tiempo pasado por Patrick en los baños públicos de San Francisco. Las canciones en School Daze abarcan desde el proto-techno hasta el funk de alto octanaje, del post-punk sombrío a la música concreta, y revelan el talento único de Cowley”. Su equipo: una colección de sintetizadores, guitarras modificadas y otros aparatos construidos por él mismo.

Gemidos sexuales falsos

La música disco y la cultura gay han ido de la mano. Cowley se trasladó a San Francisco con 21 años y desarrolló allí su carrera como compositor, productor y remezclador. Sus creaciones y colaboraciones capturaron la tensión hipersexual y liberadora que había en el ambiente, esa celebración del amor y de la música tan típica del disco (por ejemplo, su Thank God For Music). Abundan en su legado títulos que hacen juegos de palabras como Menergy (“The boys in the bathroom / Living it up, / Shootin' off energy”) o Do You Wanna Funk , ambas con Sylvester, y letras que describen rituales nocturnos modernos: salir, bailar, ligar y de vuelta a casa (la musculosa Right On Target, con Paul Parker; I Wanna Take You Home).

Cuando John Coletti, propietario de Fox, ofreció a Cowley componer música para su estudio en 1981, lo hizo por recomendación de Sylvester: para entonces, la popular disco (drag) queen conocía al músico muy bien, no sólo habían trabajado juntos en el estudio desde 1978, también habían ido de gira por Sudámerica y Europa. A Cowley no terminó de interesarle del todo la propuesta, pero envió a Coletti parte de aquellas primitivas composiciones de su época de estudiante, que serían utilizadas en dos películas: School Daze y Muscle Up.

“Aquellas películas fueron originalmente filmadas en 16 milímetros sin micrófono, así que eran mudas. Más allá de insertar gemidos sexuales falsos, John Coletti decidió usar la música de Cowley como banda sonora. Coletti se encargaría de ajustar el pitch y la velocidad para sincronizarla con las escenas”, contaba Josh Cheon, de Dark Entries, a la revista Spin.

El resultado no tiene nada que ver con la pista de baile (salvo temas como Zygote o School Daze, que serían capaces de andar solos): son más bien paisajes electrónicos, ambientes sintéticos que deberían resultar demasiado abstractos y extraños para el contexto del sexo. Sería como intentar buscarle el erotismo a los rituales extraterrestres de los primeros discos de Tangerine Dream, como buscarle algún órgano sexual al Cyborg de Klaus Schulze.

Sin embargo, se integran perfectamente en esa utopía futurista encarnada en la música disco (una utopía donde obviamente cabe el amor libre y homosexual) que recogen álbumes como Mind Warp de Cowley o From Here To Eternity de Moroder. Si aquellos himnos reflejaron la euforia y el optimismo bajo las luces de la bola de espejos, el baile y la celebración en grupo, School Daze muestra su lado oscuro, privado, íntimo, clandestino. Es un ejercicio de tanteo. Es en ese contexto en el que se llega a entender un material como este, raro a priori, pero que de pronto adquiere todo el sentido del mundo.

Cowley murió en 1982 a los 32 años por complicaciones derivadas del sida, justo cuando su álbum Time Warp y el tema Do You Wanna Funk escalaban puestos en las listas de éxitos. Como suele decirse, la escena disco de San Francisco fue devastada por la enfermedad. Pronto llegarían otros estilos más duros que recogerían el testigo musical y sexual. Cowley se fue en el peor momento, justo cuando comenzaba la década en la que los sintetizadores dominaron el mundo y la música electrónica y de baile comenzaba a extenderse y multiplicarse con toda promiscuidad y en plena libertad. Cowley ahora mismo es cualquier cosa menos un tipo raro.

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