Cuando los norteamericanos se hicieron modernos
Imaginar el arte actual sin Estados Unidos resulta imposible. Y no solo eso, al menos desde la segunda mitad del siglo XX ese arte ha sido el dominante. Esto no ha sido siempre así. Hasta la Independencia, la pintura americana era en realidad una emanación colonial de la inglesa. Con algunos pintores más bien naïf que documentaban una sociedad agraria y algo exótica y algunos pintores muy destacados e incluso revolucionarios como John Singleton Copley o Benjamin West, quien incluso llegó a ser el segundo presidente de la Real Academia de Bellas Artes de Picadilly Street.
Tras la fundación de los EEUU el panorama cambió de forma gradual pero perceptible. Para empezar y en pintura, los británicos comenzaron a ser alérgicos a cualquier innovación. Casos como Turner o en un escalón algo inferior Constable, sí que lograron salir de la huella trazada por los Reynolds o Gainsborough, pero el Reino Unido caminaba también en lo cultural hacia un espléndido aislamiento del que saldría solo hacia los años 50 del pasado siglo. Ni el prerrafaelismo ni otros movimientos parecidos era nada que mereciera la pena emular urbi et orbi.
Por su lado, los nuevos Estados Unidos aplicaron el realismo aún imperante a una escala mayúscula. Antes de la pintura al aire libre que protagoniza gran parte de esta Impresionistas Americanos, hubo otra pintura del aire libre que traía de forma muy penosa ya en lo físico los primero testimonios de una tierras que estaban aún por descubrir. Con sus dimensiones o su majestuosidad aún intacta, no solo eran irrepetible en Europa, sino que confirieron a esa pintura una cierta identidad nacional y desembocaron incluso en escuelas propias como la paisajista del Rio Hudson.
De todas formas, el país aún estaba en formación. En formación acelerada, debe añadirse. A principios del siglo XIX, ni Boston, ni Filadelfia, ni Nueva York eran aún grandes ciudades, pero sí más avanzadas que muchas europeas. Más que nada porque su crecimiento acelerado, con empujones del 500% al 1000% en el periodo 1820-1870, implicaba que todo era nuevo y todo lo nuevo se aplicaba. Al mismo tiempo se creaba una nueva burguesía, más mercantil e industrial que agraria. Universidades como Yale, Harvard, Princeton, Columbia o Pensilvania comenzaban a contar entre las principales de Occidente.
Este prolegómeno tiene su importancia para entender que esta exposición no es simplemente un muestrario de epígonos del impresionismo francés, sino una entrada de los americanos en la modernidad. Cuando finalizó la Guerra de Secesión, los norteamericanos estaban listos para comerse el mundo. Y no es casualidad que, en vez de acudir a Londres, lo hicieron en primer lugar a Francia, con viajes para conocer de primera mano los clásicos en Italia, España y los Países Bajos.
La influencia francesa
Lo que encontraron fue sobre todo Manet, que ya había expuesto El desayuno en la hierba (1868). Y a su estela los Renoir, Pisarro, Monet, Caillebote, Degas… Los americanos llegaron con fuerza. En esta exposición se exponen unas pocas obras de James Abbott Mcneill Whistler y al menos una de ellas, el Nocturno: Azul y plata. (Chelsea, 1871) coetánea de los paisajes neblinosos de Londres de Claude Monet, muestra hasta qué punto su visión de la pintura estaba completamente en sintonía con los grandes modernistas franceses.
De hecho, fue de los primeros en formular la idea de “el arte por el arte”, que entonces poseía connotaciones casi revolucionarias. Aunque un tanto arrinconado en esta exposición, Whistler tiene como vecino directo a John Henry Twachtman, un pintor posterior pero también tonal y aunque mucho menos conocido, de un enorme interés.
Whistler aún se asentó en Londres, pero los siguientes viajeros, John Singer Sargent y Mary Casatt, lo hicieron directamente a Francia y se integraron plenamente en el círculo impresionista. Mary Casatt, amiga de Degas, era considerada como una impresionista y expuso en su salón en 1879, aunque ya lo había hecho en la Exposición Universal de París de 1878 con Niña en un sillón azul, un cuadro muy del estilo del aquí presente Retrato de C- Lidya Casatt (1880)
Otro pintor brillante que llegó a París sobre esa época fue John Singer Sargent, quien ya tuvo en Madrid una gran exposición en paralelo a Joaquín Sorolla en el 2006. Singer-Sargent es archifamoso como retratista, muy influido por Velázquez o Ticiano, pero también por Monet. Aquí su presencia consiste sobre todo en ese impresionismo paisajístico que a veces parece ser la razón de ser de todo el movimiento. Tan cerca estaba Singer-Sargent del llamado círculo de Giverny, como para retratar pintando al mismo Monet, un cuadro muy conocido en EEUU y que también se muestra aquí. Luego Singer-Sargent se asentó en Londres, dedicado a los retratos y siendo la personificación del expatriado americano que describía Henry James.
En su estela llegaron a Europa otros pintores como Theodore Robinson, que también se pasó por Giverny y realizó unos cuadros impresionistas de lo más francés. Robinson regresó a Estados Unidos aunque moriría solo cuatro años más tarde tras aplicar lo que había hecho en Paris a paisajes suburbanos o rurales en Vermont. Un poco como otro viajero, Childe Hassam, quien realizó algunas de las mejores escenas urbanas del Paris impresionista -sin tener el menor contacto con los impresionistas- para luego, de regreso a su país daría el mismo tratamiento a paisajes urbanos de Boston, Chicago o Nueva York.
El impresionismo llega a tierras estadounidenses
A partir de los 80 del siglo XIX el impresionismo ya comenzó a exponerse en Estados Unidos y pintores tan significativos como William Merritt Chase o el ya mencionado Twachtman no tuvieron necesidad de vivir en Europa, sino estudiar allí un par de años o visitarla haciendo el Gran Tour que podía abarcar desde Madrid hasta San Petersburgo con centro en París. Para luego cruzar el Atlántico de vuelta a casa.
Estos artistas fueron los últimos verdaderos impresionistas. Aunque el impresionismo americano aún perduraría hasta los años 20 del pasado siglo, la corriente había sufrido un brusco cambio de dirección cuando en 1913 abrió sus puertas el Armory Show en Nueva York con los Archipenko, Brancusi, Duchamp, Cézanne, Delanunay, Kandisnky, Kirchner, Matisse, Munch, Picabia, Picasso o Seurat. Junto, eso sí, a muchos de los pintores americanos en esta exposición. Era un cambio de guardia que germinaría con la eclosión del expresionismo abstracto (action painting, si se prefiere). El primer estilo plenamente norteamericano. Pero sin esta primera (van) guardia, sin este primer dialogo, incluso personal, de los artistas americanos con la modernidad occidental, la que se muestra en esa exposición, el futuro del arte podría haber sido muy diferente.