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1914: cuando la cultura tomó las armas

Una bomba explota en la Primera Guerra Mundial

Pablo G. Bejerano

El ambiente cultural en 1914, antes de que estallara la guerra, era efervescente. El expresionismo alemán experimentaba un punto álgido, exposiciones y revistas difundían la pintura de vanguardia en Europa Central, mientras que el cubismo emergía al calor del París de principios de siglo. La producción literaria era abundante y comenzaba a adentrarse en una experimentación exitosa. El psicoanálisis estaba de moda y el cine pujaba, aún tímidamente, por despegar. El historiador Oswald Splenger debía anticipar el desastre porque ya estaba escribiendo su polémico trabajo La decadencia de Occidente.

Llegó el 28 de julio, cuando el Imperio austrohúngaro declaró la guerra a Serbia, protegida de Rusia, desencadenando una cascada de declaraciones por parte del resto de países. En una semana Europa estaba inmersa en lo que sería la mayor conflagración que había conocido hasta el momento. El prometedor panorama cultural y artístico europeo se quebró, no fueron pocos los personajes que habían nutrido, o nutrirían después, al mundo de la cultura los que tomaron las armas.

Debido al reclutamiento forzoso establecido en Alemania, Francia y los Imperios austro-húngaro y británico (a partir de 1916), muchos personajes del mundo de la cultura se vieron obligados a participar en la guerra. En otros caló el entusiasmo bélico que flotaba en el ambiente, quisieron formar parte de la épica que anticipaba el conflicto, mientras que hubo quienes se autoimpusieron el compromiso de contar el desastre de primera mano, incluso quien se alistó a causa de un desengaño amoroso.

Estalla la guerra

Por la Primera Guerra Mundial desfilaron artistas e intelectuales reconocidos, así como personajes emergentes relacionados con la cultura. Habrá de todo, unos denunciarán los horrores del conflicto, mientras que otros glorifican la guerra, las bombas, la supuesta épica y el caos. El caso de Otto Dix está entre los dos extremos. El pintor alemán, que acababa de terminar sus estudios en la Escuela de Arte de Dresde, se presentó voluntario al ejército llevado por el entusiasmo y fue asignado a un regimiento de artillería. Después sus cuadros retratarán la agonía en el barro de las trincheras, el terror de las armas químicas y la desolación de las matanzas; el nazismo los calificará de “arte degenerado”.

Ernst Jünger también se alista al empezar la guerra. De hecho, su afán aventurero le había llevado a entrar en la Legión Extranjera francesa durante 1913, de la que fue sacado gracias a la influencia de su padre. Pocos meses después estallaba la guerra en Europa y el futuro escritor alemán no lo dudó un momento. Entre su extensa obra, que cuenta con novelas, volúmenes dedicados a sus experimentos con la psicodelia y que está marcada por su agitada experiencia de vida, destaca Tempestades de acero, donde el filósofo relata su paso por la Primera Guerra Mundial.

En Austria la movilización general se deja sentir. Uno de los que llaman a filas es Robert Musil, que ya había comenzado a gestar El hombre sin atributos. Bajo su grado de teniente de reserva, combatirá en el frente italiano, una experiencia que marcará su obra en el futuro. En Francia los tambores de guerra llegan hasta Georges Braque, uno de los fundadores del cubismo junto con Picasso, con quien mantuvo una larga amistad. Es movilizado por el ejército francés y su prolífico momento artístico se ve interrumpido.

Otro amigo de Picasso, que frecuenta los círculos vanguardistas de París, es el poeta y crítico de arte Guillaume Apollinaire. De origen polaco y nacido en Roma, tal vez sentía que tenía algo que demostrar a Francia o quizá simplemente quisiera obtener la nacionalidad, el caso es que inmediatamente trata de alistarse en el ejército cuando estalla la guerra, pero su solicitud es rechazada. Unos meses más tarde el Estado francés no será tan exquisito.

La violencia se convierte en rutina

A principios de 1915 el batallón de Robert Musil se acuartela en diferentes puntos entre la frontera suiza y la italiana. Durante esos meses el escritor austriaco toma los apuntes que le servirán para confeccionar posteriormente su relato Grigia, que posteriormente se recopilará en Tres mujeres. Otro episodio, cuando se salva milagrosamente de la muerte, le proporciona la materia prima para un nuevo cuento, El mirlo. Es condecorado tras una serie de combates, pero sus hazañas bélicas se interrumpen debido a una úlcera y es enviado a la retaguardia, donde se le encarga trabajar de redactor para publicaciones militares.

El cubista Georges Braque resulta herido combatiendo en el norte de Francia. Sobrevive a una carnicería de 17.000 muertos cerca de la localidad de Neuville-Saint-Vaast, pero queda tendido en el campo de batalla, dado por muerto. Un grupo de camilleros del servicio médico lo encontrará al día siguiente y lo recogerá. Pasará dos días en coma y cuando despierte sufrirá una ceguera temporal que requerirá un largo periodo de convalecencia. A partir de ahí abandona las formas geométricas, por las que llegará a ser más conocido. Recibió la cruz de guerra, eso sí.

Braque casi muere en mayo de 1915, pero el escultor francés Henri Gaudier-Brzeska no tiene tanta suerte en el mismo lugar, justo un mes después. La batalla de Artois continúa y Brzeska, uno de los fundadores del vorticismo, está empantanado en ella. Había viajado de Londres a Francia para alistarse de forma voluntaria (curiosamente se había marchado de su país para eludir el servicio militar) y pronto comenzó a subir escalafones como suboficial. Aunque cercano en estilo al futurismo, el escultor denostará la guerra que acabará con su vida en una pequeña localidad del norte de Francia.

My diferente es la actitud que toma Filippo Tommaso Marinetti, que había dado comienzo a un movimiento de concepción avasalladora, cuando en 1909 publicó el Manifiesto del Futurismo, donde entre otras cosas se lee “queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo–”. A partir de 1915 podrá acompañar de actos sus palabras, cuando se presenta como voluntario y entra en servicio con un batallón ciclista. Servirá en varios sitios, incluida la batalla de Vittorio-Veneto (cuya experiencia verterá en la novela L’alcova d’acciaio). Pese a caer herido en 1917 no desarrolla ni un poco de aprensión a la violencia. En los años siguientes apoyará a Mussolini para fundar el fascismo.

A quien ya no le importa nada, ni la violencia ni su carrera como pintor expresionista, ni la vida misma, es al polifacético Oskar Kokoschka. Tras su ruptura con la tempestuosa Alma Mahler (viuda del compositor Gustav Mahler y que le inspirara uno de sus mejores cuadros, La novia del viento), se presenta voluntario en Viena para el cuerpo de caballería del 15º Regimiento Imperial de Dragones. Combatirá cerca de Ucrania, donde será gravemente herido por una bala en la cabeza.

El autor de El señor de los anillos y padre de la literatura fantástica moderna también se ve arrastrado a la contienda. Después de haber estado un año posponiendo el momento (ante el estupor de su familia), cuando termina su carrera de filología inglesa J. R. R. Tolkien no puede eludir por más tiempo el reclutamiento. Combatirá durante unos meses en 1916, antes de que empiece a sufrir la llamada fiebre de las trincheras, causada por los abundantes piojos que poblaban aquellos agujeros en la tierra. Más tarde afirmaría que al acabar la guerra todos sus amigos menos uno estaban muertos.

En la Batalla del Somme, una de las más sangrientas de la guerra, participa el pintor Otto Dix. Se desarrolla entre julio y noviembre de 1916, dejando una estela de más de un millón de bajas entre muertos y heridos. Dix había sido transferido a una unidad de ametralladoras y en ella soporta el apocalíptico choque a orillas del río Somme. Su compatriota Ernst Jünger también combatió en esta batalla. Ya había sido herido en varias ocasiones y ascendido a teniente, después de la confrontación del Somme se le otorgará la Cruz de Hierro.

El final se avecina

Guillaume Apollinaire ha logrado entrar en el ejército francés. Ha combatido en un regimiento de artillería y en noviembre de 1915 obtiene el grado de subteniente en la infantería. Pocos meses más tarde obtiene otra cosa más: la nacionalidad francesa. A los pocos días cae herido de gravedad en la cabeza. Sufrirá una complicada operación y desde su convalecencia escribirá sus Caligramas,Caligramas que conforman una de las denuncias de la guerra más originales. En 1918 su debilidad hace que caiga enfermo y finalmente muere de gripe española tres días antes de la firma del armisticio.

Pero aún queda para la paz. Después de pasar por la Academia de Música de Múnich y de ser director de orquesta en el Teatro de Cámara de Múnich, un jovencísimo Carl Orff, que en los años 30 crearía en base a unos poemas medievales la hechizante y celebérrima composición Carmina Burana, había sido llamado a filas. Hacia la etapa final del conflicto se encontraba en el Frente Oriental y fue enterrado vivo en una de las cuevas adheridas a las trincheras. Estas estructuras, apuntaladas con vigas de madera, resistían la mayoría de los proyectiles, pero su techo se desplomaba si caía cerca un obús de gran calibre.

Pese a provenir de una familia de tradición militar, el ejército no era lo que más le interesaba a Carl Orff. Después de estar a punto de perder la vida cuando salta por los aires su trinchera, el compositor afronta un largo proceso de recuperación y ya no volverá al frente. Sí lo hace el pintor austriaco Oskar Kokoschka, esta vez en Italia, donde vuelve a caer herido. En el hospital lo calificarán de mentalmente inestable, aunque en el futuro continuará con su carrera en la pintura.

Las postrimerías de la guerra también ven cómo se alista el irlandés C. S. Lewis, que más tarde escribirá Las crónicas de Narnia. Tras interrumpir sus estudios llega al frente el mismo día en que cumple 19 años. En abril de 1918 será herido y cae en una depresión hasta que después de la guerra es desmovilizado y vuelve a la Universidad de Oxford.

Otto Dix sigue empuñando las armas en vez del pincel. Tras su paso por el frente ruso lucha en la ofensiva de primavera de Alemania, donde obtiene la Cruz de Hierro. Después de ser herido en el cuello empieza a aprender a pilotar aviones, pero la guerra termina antes de que entre en acción. Dix quedó conmocionado por lo que vivió en aquellos años, que después calificaría como una pesadilla, sus pinturas transmitirían esta misma visión.

Ernst Jünger había sido destinado a labores de inteligencia, pero en 1917 decidió volver al frente. Vuelve a ser herido cuando encabeza un ataque de trincheras. En septiembre de 1918 recibió la más alta condecoración militar de Prusia, la Pour le Mérit. Tenía 23 años entonces. La experiencia de guerra marcó a Jünger profundamente y el conflicto está retratado en algunas de sus obras. Pero no aplacó su espíritu de aventura ni sus convicciones belicistas, que le llevaban a glorificar la guerra en sus textos como una forma de viaje interior para el ser humano; al llegar la Segunda Guerra Mundial se alistó de nuevo en el ejército. También sobreviviría a esta experiencia, con apoyo incluido al atentado contra Hitler de julio de 1944. Basados en su paso por la guerra del 14 escribió El combate como vivencia interior o Sangre y Fuego.

El 11 de noviembre de 1918 se firmó el armisticio. Ese mismo día los padres del poeta inglés Wilfred Owen recibieron la noticia de su muerte, ocurrida una semana antes. Owen se había alistado tres años atrás, había combatido y resultado herido. Podría haberse quedado apartado del frente pero decidió volver en agosto de 1918, inspirado por la figura del también poeta Siegfried Sasson, que terminó por denunciar los males de la guerra tras un alistamiento entusiasta. Una de las razones de su vuelta fue la misión autoimpuesta de dar testimonio de los horrores bélicos.

El pacifismo que contrarrestó al entusiasmo bélico

A la actitud encendida y ardorosa que muchos adoptaron ante la guerra se le opuso el antibelicismo de varios intelectuales de la época. El escritor Heinrich Mann publicó el ensayo Zola en 1915, criticando el militarismo alemán y acusando a capitalistas e industriales de azuzar el conflicto. Su texto le valdrá una ruptura con su hermano Thomas, que apoyó la guerra (trató de alistarse al principio) y contestó en un libro de más de 400 páginas, Consideraciones de un apolítico.

Aún dentro del ámbito germánico, el escritor austriaco Karl Kraus llama “carnaval trágico” al conflicto y denuncia tanto a los intelectuales como a la prensa, a quienes atribuye parte de responsabilidad en el inicio de las hostilidades. A lo largo de la guerra da conferencias a favor de la paz y escribe su obra maestra Los últimos días de la humanidad, sátira despiadada sobre aquellos años.

El poeta rumano Tristan Tzara, también se posicionó en contra del enfrentamiento, antes dejar su país para marcharse a Suiza y alumbrar el Dadaísmo. En Rusia, inspirado por el pacifismo de Tolstoi, del que fue secretario, Valentin Bulgakov hizo un llamamiento a la paz, publicando “todos somos hermanos”. Mientras que la socióloga estadounidense Jane Addams, que después sería Premio Nobel de la Paz, fundó la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. Otro Nobel, en esta ocasión de Literatura, el francés Romain Rolland permanece en Suiza para evitar la censura de guerra en sus textos, denunciando tanto a Francia como a Alemania.

En Londres, el filósofo Bertrand Russell fue expulsado del Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde daba clases, debido a la expresión de su pacifismo. Incluso llegó a ser encarcelado durante seis meses por este motivo. Éstos son algunos de los personajes destacados que rechazaron la contienda y denunciaron un belicismo que entre otras cosas condujo a más de 16 millones de muertos.

Imágenes: Wikimedia (II,III, IV, V, VI)

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