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Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.

'Enemigo público': cómo cazar a un asesino recurriendo a las habilidades de un psicópata

Imagen promocional de la segunda temporada de 'Enemigo Público'. Copyright: Entre Chien et Loup / Playtime Films / Rtbf (télévision belge) / Proximus

Belén Gómez

Uno de los aspectos en los que más se suele incidir tanto para considerar El silencio de los corderos una obra magna de los años 90 como para ensalzar el trabajo de Anthony Hopkins es el escaso tiempo en pantalla con el que contó su papel: apenas 25 minutos. Menos de un tercio del metraje total del film de Jonathan Demme, pero para este actor galés debió ser suficiente.

Estos 25 minutos bastaron para acabar de introducir a Hannibal Lecter en la historia del cine y de paso en nuestras pesadillas recurrentes, pero no solo daban cuenta de un talento incontestable para la actuación, sino del propio espectador que la contemplaba. Un espectador tan aterrado como Clarice Starling pero que tampoco, como el personaje de Jodie Foster, podía llegar a contener su fascinación.

En la primera temporada de Enemigo público, Angelo Bison contó con mucho más tiempo tanto para desarrollar su personaje como para, en directa consecuencia, seducir al público con una mirada elegante, fría, suavemente malévola. Su Guy Beránger era el centro de la trama; un asesino de niños supuestamente redimido cuya reinserción en la sociedad era observada con gran suspicacia por un pueblo entero. Sobre todo, cuando en esa misma localidad se producía la desaparición de una niña.

Esta serie belga, de enorme éxito en su país natal, cimentaba su premisa en torno a un dilema moral: la confianza que depositábamos, o no, en un psicópata despreciable que afirmaba haber dejado atrás sus actividades delictivas y se declaraba inocente. A favor, contaba con su carisma y buenos modales. En contra, un pasado terrible y… bueno, todo lo demás.

Dicho dilema promete alcanzar unas proporciones aún más problemáticas en la segunda temporada de Enemigo público. Después de los sucesos descritos por su estimulante primera entrega, hay un nuevo caso de desapariciones infantiles, y aunque esta vez las sospechas no vuelvan a recaer sobre Guy Beránger, esto no significa que vaya a mantenerse apartado del caso.

Nada más lejos de la realidad. Y es que, como nos demostró El silencio de los corderos, a veces la mejor forma de atrapar a un psicópata es recurrir a otro psicópata que esté a buen recaudo, y las autoridades no dudarán en utilizar a Beránger para resolver el caso y seguirle la pista al responsable de la desaparición de Jasmine: un personaje que responde al nombre de “comerciante de juguetes”.

¿Una jugada arriesgada por parte de la policía? Es probable, y desde luego existen métodos más lícitos de dar caza a un criminal. Se trata de una narrativa que no sólo exploraron las aventuras de Hannibal Lecter, sino que también hemos visto en The Blacklist, y que nos lleva a la conclusión de que, puestos a meterse en este lío, lo mejor es contar con una persona de mayor o menor confianza que mantenga a este imprevisible aliado bajo control.

En 1991 tuvimos a Clarice Starling. En Enemigo público tenemos a Chloé Muller (Stéphanie Blanchoud), y tampoco es que cuente con una salud mental demasiado envidiable para mantenerse inmune a sus encantos.

¿Han dejado de chillar los corderos, Chloé?

Cuando Guy Beránger salió en libertad vigilada y hubo de enfrentar las sospechas de un pueblo entero pudo contar con la ayuda de una inspectora de policía bastante renuente a ayudar a un psicópata, pero demasiado comprometida con su deber. En esta segunda temporada, los caminos de Beránger y Chloé Muller se cruzarán aún más.

El personaje al que da vida Stéphanie Blanchoud –y por el que se deja la piel un capítulo tras otro– tiene, sin embargo, sus propios problemas más allá de lidiar con un asesino de niños. Y, en este sentido, la tesitura en la que le ponen sus superiores al comienzo de la segunda temporada de Enemigo público no hará sino hacerle más susceptible a las manipulaciones de Beránger.

La misteriosa desaparición de su hermana Jessica planea sobre cada uno de los acontecimientos de esta serie, en forma de un pasado traumático que afecta constantemente al presente y pugna por nublar la razón de esta inspectora de policía. Cada uno de los casos investigados le hace volver a ella de una u otra forma, y esta segunda temporada no será ninguna excepción.

Así, aunque la intriga que plantean esta nueva andanada de capítulos acoge una proyección mucho más amplia, despegándose del pueblo donde empezó todo y alcanzando a todo un culto religioso, el fantasma de Jessica se mantiene presente. Y no deja de caminar del lado de Chloé, como también lo hace el enigmático Guy Beránger.

Enemigo público continúa, así, desarrollando los elementos que hicieron de su primera temporada una de las ficciones más rotundas salidas del mercado europeo, y que ya alcanzaron la cumbre de inquietud y oscuridad dentro de su mismo epílogo. En este, Chloé era increpada por un grupo de personas vestidas de blanco que le invitaban a hacerles compañía, y su hermana Jessica parecía encontrarse entre ellas.

“Todo va bien”, se empeña Chloe en decirse a sí misma. “Todo va bien”, repite mientras la trama va complicándose, y frente a ella Guy Beránger le dirige otra de sus inquietantes sonrisas. Y vale, puede que no todo vaya bien, pero en cualquier caso será suficiente para que el espectador vuelva a disfrutar de su árida y asfixiante trama, y sea seducido, una vez más, por la mirada del mal.

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