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Miguel del Arco convierte el 'Rigoletto' de Verdi en un manifiesto contra el patriarcado

Primer reparto de 'Rigoletto' en el Teatro Real, con Adela Zaharia (Gilda) y bailarinas

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El comienzo del esperado Rigoletto que se ha estrenado este fin de semana en el Teatro Real de Madrid es apabullante, prometedor. Una mujer entra por la platea, corre despavorida. En el proscenio, con el telón rojo todavía abajo, una jauría de hombres de etiqueta, pero con máscara de conejos, la atrapa, caen sobre ella, la violan. De repente el telón entero se desprende y cae, se abre vaporoso ante los ojos el palacio del duque como si fueran las enaguas de una mujer. El fondo, muy al fondo, como hace años no se utilizaba en el Teatro Real, una treintena de cortesanos, todos con máscara de conejo, miran desde lo negro. El duque comienza a cantar Questa o quella, la manada de nobles italianos va acercándose. Una docena de mujeres vestidas en trajes de oro, como salidas de un anuncio de un perfume, revolotean en torno al duque.

Este pasado fin de semana el estreno acabó con abucheos. Abucheos que no iban dirigidos a la parte musical, sino a la dirección escénica a cargo de Miguel del Arco. La platea del Real, donde una entrada cuesta más de 300 euros, no estaba conforme con la lectura y así lo hizo notar. Del Arco ha querido ofrecer una nueva mirada al clásico de Giuseppe Verdi poniendo el foco en la cultura de la violación y el heteropatriarcado, para lo que no ha dudado en oficiar un ritual de profanación que llega a su cuota más alta en el tercer acto, cuando el público esperaba poder oír y deleitarse con la conocida La donna è mobile.

Ahí, el director decide situar la escena en un arrabal de ciudad donde pululan las prostitutas, algo que no está en el libreto; tras lo cual, hace que varias de ellas, vestidas de manera feísta donde predomina el flúor y el leopardo, simulen una masturbación al duque mientras canta aquello de “la mujer es voluble (…) cambia de acento y pensamiento (…) Siempre un gracioso, hermoso rostro, en llanto o risa, es mentiroso”. La tensión creada por estas bailarinas que chepudas sacuden sus manos, no deja que la pieza musical sea escuchada con deleite.

Rigoletto es una ópera donde la música es una barbaridad, pero hay una mirada burguesa que ha ido sustrayendo lo que cuenta el libreto para quedarse con la belleza de la música, sin que nada moleste. Podrán decir que la escena es gratuita, para mi es imprescindible”, afirma Del Arco a este periódico. Una escena que el sector más tradicional del Real no parece que vaya a perdonarle. En los pasillos, durante el estreno, pudieron oírse palabras gruesas, tildando al equipo artístico de barriobajero, denunciando el montaje como pornográfico y abogando incluso por denunciarlo.

Querías caldo, toma dos tazas

El Teatro Real quería que ese tipo de mirada, tan presente en otras artes, lo estuviera también en su programación y ha llamado a quien sabía que podía darla. Del Arco se dio a conocer al gran público por el éxito de la obra La función por hacer, con el que obtuvo siete premios Max. Luego llegarían El misántropo (2013), Antígona (2014) o Hamlet (2016), donde demostró ser un director de escena bien atento a la dramaturgia y capaz de acercar los textos al presente a través de un profundo análisis de los mismos. Pero fue en 2020, cuando Del Arco estrenaría Jauría, una pieza estructurada con fragmentos de los interrogatorios a los integrantes de la manada que violó a una joven en las fiestas de los Sanfermines de 2016 y fragmentos de la declaración de la propia joven.

Aquel montaje, se convirtió rápidamente en un hito del levantamiento contra el patriarcado. Y menos de un año después de este estreno, cuando Del Arco sigue en boca de todos, el Teatro Real y su director artístico, Joan Matabosch, lo llamaron para montar Rigoletto. La operación es clara. Pero el Teatro Real protege cada proyecto que realiza. En la dirección musical se llamó a uno de los grandes expertos mundiales de Verdi, Nicola Luisotti, y a grandes figuras como el barítono francés Ludovic Tézier, la soprano rumana Adela Zaharia y el mexicano Javier Camarena para el papel del duque.

Esta vez Camarena no ha llegado en su mejor momento, bien querido en el Real, el aplauso que recibió fue protocolario. Pero todo está medido en este teatro. En el segundo elenco, que representa la obra en días alternos, el duque está interpretado por el tenor vasco Xabier Anduaga, que con tan solo 28 años está llamado a revolucionar el panorama lírico como demostró este año en su paso por el Met de Nueva York donde público y crítica le rindieron pleitesía. Quien asista a este montaje podrá ser testigo de varios momentos de alto voltaje musical, como el aria Caro nome interpretado por Zaharia o la sobrecogedora Cortigiani, vil razza dannata de Tézier. Pero claramente este montaje será recordado por su lectura de género que no cesa durante los tres actos.

La mujer estará presente en todo momento a través del elenco de bailarinas dirigidas por Luz Arcas que bien son chicas de alterne en palacio o prostitutas en el tercer acto y que siempre están sometidas y en función del hombre. El jardín de la bella hija Gilda del primer acto se convertirá en una jaula. Y el tercer acto se abrirá con un audio de una violación donde mientras una mujer grita desesperadamente oímos los gemidos de cerdo de un hombre resoplando.

Aunque este Rigoletto, a pesar de ese gran comienzo y su nueva lectura, estéticamente no es de altos vuelos. Muchos recordarán el dirigido hace 15 años por Monique Wagemakers, racionalista, más frío y con el impresionante vestuario de Sandy Powell confeccionado por Lorenzo Caprile, el conocido diseñador aupado por la Casa Real. Aquí el marco estético, que en algunos momentos recuerda al Eyes Wide Shut de Kubrick, no consigue remontar ni a través del espacio propuesto por Sven Jonke, ni con un vestuario más que cuestionable de Ana Garay.

De bufón a integrante de la cultura de la violación

En la visión propuesta por Del Arco, textos que quizá fueron escritos, concebidos y recibidos de un modo diferente en el siglo XIX, se resignifican. Por ejemplo, la relación entre Rigoletto y su hija. Es el primer acto, Rigoletto vuelve a la casa donde tiene escondida a su bella hija para que no sea víctima de una sociedad que él bien sabe la maltrataría. Pero lo que fue escrito para reflejar un padre severo pero protector, aquí se rebela como una situación de pura dominación y sometimiento. Algo, por otro lado, que simplemente escuchando la letra del libreto es imposible soslayar.

Y la figura de su hija, Gilda, que tradicionalmente ha sido tratada por la ópera de cierta manera mojigata, como una inocente damisela un tanto ñoña, Del Arco la convierte en una especie de Antígona, de insignia política de una mujer consciente que se sacrifica por amor. Quizá este sea uno de los puntos más potentes del montaje, Del Arco consigue recuperar un personaje que hasta hoy estaba enterrado en kilos y kilos de paternalismo misógino.

Otro cantar es el tratamiento de la figura del propio Rigoletto, que en algunos momentos parece más un dandi que el espejo torcido del poder que la figura del bufón representa en la tradición escénica y literaria europea. Aquí desaparece la joroba, y con ella la figura del superviviente que al estar abocado al escarnio social se arrima al poder gracias a su ingenio. Del Arco defiende que esto no le interesaba, ve en Rigoletto a alguien que reproduce en su hija los procedimientos de un mundo machista, “la deformación de Rigoletto no es solo física, sino también de su alma y hemos intentado llevar esa deformidad al espacio escénico”, explica a este diario. Rigoletto es alguien que ve una cosa cuando realmente es otra. Así, el espacio se va transformando, las montañas negras se vuelven jardines frondosos que realmente son jaulas y los telones suntuosos caen para convertirse en suelos que se pisan. Una apuesta quizá demasiado conceptual para coger cuerpo escénico y que además aleja la lectura política, de clase, que la ópera detenta.

Lo que sí ha quedado claro con este estreno es que también el público del Real, ese que vestía un tanto como los cortesanos que salían en escena, aunque no llevaban máscaras, tendrá que acostumbrarse al cambio de siglo donde hay ciertas lecturas que se están imponiendo. La obra estará en cartel hasta el 2 de enero, para luego llegar en febrero al Abao Bilbao Ópera y la próxima temporada al Teatro de la Maestranza de Sevilla, los otros dos coproductores españoles del montaje. En julio de 2024 el montaje tiene proyectado llegar a la casa de su otro coproductor, The Israeli Opera de Tel Aviv. En conversación con este periódico, Del Arco manifestó sus dudas en acudir como director escénico del montaje a la capital israelí, “no lo tengo decidido todavía, estamos pensando si debemos acudir a un país que está siendo responsable de un horrible genocidio sobre el pueblo palestino”, afirmó.

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