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Embate recentralizador

Simón Alegre

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Supone un motivo de congratulación que la edición del libro de Andrés Boix sobre su propuesta de una nueva planta para los valencianos haya suscitado cierta repercusión mediática.

Nos encontramos en una coyuntura en la que este tipo de aportaciones se revelan como fundamentales para afrontar el embate recentralizador. Hace justo un año ya tuvimos la ocasión de escuchar un avance de las mismas en una mesa redonda organizada al alimón por el CEU y el Fòrum Persones i Societat Valenciana, con motivo del bicentenario de la Constitución de 1812. Se agradece que se infunda cierta frescura y aperturismo a un ámbito tan conservacionista como el constitucionalismo. Plantearse cuestiones como el anacronismo de la monarquía desde la radicalidad democrática o, en lo tocante a nuestros intereses, preconizar la supresión de las Diputaciones Provinciales, resulta un ejercicio de higiene intelectual ciertamente recomendable. Si en relación a este último postulado, además, se ofrecen alternativas como la mancomunación comarcal de determinados servicios y una racionalización de las estructuras de la Generalitat Valenciana, se pone de manifiesto la capital importancia del modelo propuesto.

De hecho, cabe señalar la viabilidad de modificaciones como la reseñada en el marco de nuestro Estatut, como parte del llamado bloque de la constitucionalidad. De la Ley a la Ley, como gustaba decirse durante la Transición. Una fórmula que aúna pragmatismo, audacia legisladora y protección identitaria. Y que cuenta con sempiternas asignaturas pendientes, tales como la conversión del Senado en una auténtica cámara de representación territorial o la innovación en materia electoral por parte de las CC.AA.

No obstante, ni el procedimiento agravado de reforma –instrumento de defensa de la Constitución, nos enseñaban en las aulas- se vislumbra en el horizonte como opción considerada y, ante el desencanto que tozudamente nos ilustran las cifras del CIS, el Estado responde con una Ley de Seguridad Ciudadana pergeñada como defensa propia.

Nietzsche lo bautizó como el más frío de los monstruos fríos. Habitó en las alcantarillas y se jactó de matar a Montesquieu.

Cada vez menos Social y más de Derecho.

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