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Miquel Grau y una calle inexistente

Homenaje a Miquel Grau

Alfons Cervera

La Transición no fue una balsa de aceite. Aunque mucha gente diga que sí. Aunque mucha gente diga que fue un proceso modélico gracias al cual se evitó otra guerra de “hermanos contra hermanos”, como dice ese eufemismo insultante que usa esa gente para borrar la ideología, la economía y la política que movieron al fascismo para levantarse en armas contra la legitimidad de la Segunda República en julio de 1936. Fueron unos años de muertes a destajo. Fueron unos años en que la extrema derecha y una buena parte de la policía se juntaban para dejar regueros de sangre en las calles de los nuevos tiempos llamados pomposamente democracia. Lo escribió el historiador Pierre Vilar: la Transición española no fue una “calma chicha”.

No fue una calma chicha. Y tanto que no lo fue. Más de seiscientos muertos, contando que ese tiempo fue también el más violento de ETA. La modélica Transición no fue modélica. Digan lo que digan. Demasiadas renuncias de la izquierda que luego se verían aumentadas por los sucesivos gobiernos socialistas de Felipe González y Alfonso Guerra. Y demasiados muertos para hablar de un tiempo “tranquilo” en que todos salimos ganando. Ganando qué.

Uno de esos muertos fue el joven alicantino Miquel Grau. El 6 de octubre de 1977 un grupo de militantes del Moviment Comunista del País Valenciá (MCPV) salía a la calle para pegar carteles anunciando aquella gran manifestación que había de celebrarse ese fin de semana bajo el lema “Llibertat, Amnistia i Estatut d’Autonomia”. El grupo estaba en la Plaza de los Luceros de Alicante y desde lo alto lanzaron macetas y ladrillos. Uno de esos ladrillos impactó en la cabeza de Miquel Grau. No murió enseguida. Murió diez días después. El asesino que lanzó el ladrillo se llamaba (todavía se llama) Miguel Ángel Panadero Sandoval. Era militante del partido ultraderechista Fuerza Nueva. Fue condenado a doce años de cárcel. Cumplió menos de cinco. Lo indultó el gobierno de Adolfo Suárez. Ahora es procurador de los tribunales en Valencia y ha cambiado ligeramente el nombre, igual que hizo Emilio Hellín, el ultra asesino de Yolanda González en 1980 que ahora ha sido contratado por el abogado defensor de los imputados del PP por corrupción en el ayuntamiento de Valencia. El asesino de Miquel Grau se llama ahora Miguel Ángel-Díaz Panadero Sandoval. Como si cambiándose el nombre, los asesinos borraran los hechos execrables que cometieron en el pasado.

A veces, demasiadas veces, el paso del tiempo conduce al silencio y al olvido. Cuando dejamos de contar lo que pasó, todo se convierte en un paisaje lleno de niebla, como esas casas en bruma que salen en los relatos de Edgar Allan Poe. Lo que no se cuenta es como si no hubiera existido. Desde aquel 6 de octubre de 1977 han pasado cuarenta años. Y es como si hubieran pasado cuarenta siglos. Por lo menos.

El ayuntamiento de Valencia dedicó hace mucho tiempo, cuando gobernaba el Partido Socialista, una calle a Miquel Grau. Está a la entrada de Beniferri, bajando desde el Palacio de Congresos. Es un pueblito al que quiero mucho. Hay ahí una plaza con el nombre de Gestalgar, mi pueblo. Entonces no había nada en esa zona urbana. Creo que sólo dos edificios. Después se urbanizó ampliamente esa zona y se levantaron ahí los rascacielos de la Avenida de les Corts Valencianes y sus alrededores. Pero la calle Miquel Grau se ha mantenido tal como estaba. O sea: un edificio en el que se ven un garaje, un bajo comercial y una puerta que da paso a las viviendas. Eso es la calle dedicada en su momento por el ayuntamiento de Valencia a la memoria del joven asesinado en 1977. Nada más. No sé por qué cuando se hizo la remodelación urbana no se cambió a otra calle el nombre de Miquel Grau. Una calle digna de su memoria y no la simple rutina de dejar que las cosas se vayan muriendo poco a poco de olvido y de vergüenza.

El último sábado nos reunimos un nutrido grupo -con Ca Revolta al frente- para rendir homenaje a Miquel Grau y poner una placa en la parte trasera del edificio que es el único edificio de la calle que lleva su nombre y da a unos jardines. Hubo dolçaines y tabalets, albaes, palabras emocionadas de la diputada de Podem en las Corts Valencianes, Llum Quiñonero, que iba con Miquel la noche de su asesinato. Y no faltó, para concluir la emotiva celebración, ese canto a la memoria -y también a la rabia- que Al Tall compuso para recordarnos que historias como la de Miquel Grau no podrán nunca ser pasto del olvido. No estaría mal que el ayuntamiento de Valencia revisara el callejero y cambiara de sitio esa memoria joven que fue y sigue siendo la memoria del compromiso con una democracia que injustamente olvida y silencia las biografías de quienes con su vida y con su muerte la hicieron posible. Allí estaban también Carme y Guillem, los padres de Guillem Agulló, el joven antifascista asesinado en 1993 por Pedro Cuevas, un ultra que sigue ejerciendo de ultra incluso en candidaturas electorales.

“Pasarán unos años y lo olvidaremos todo”: así comienza un impresionante relato de Juan Eduardo Zúñiga, posiblemente el mejor escritor de la memoria que conozco. La Transición y los gobiernos socialistas de Felipe González y Alfonso Guerra quisieron convertir la Segunda República y el pasado franquista en olvido. La casi inexistente calle que en Valencia lleva el nombre de Miquel Grau es un claro y triste ejemplo de ese olvido. Demasiado claro y demasiado triste. ¿O no?

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