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Puerto Mediterráneo: Se cambia salud por consumo

Julià Álvaro

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El territorio es un espacio que pertenece a la ciudadanía más allá de quién sea su propietario. El territorio no es un solar en venta permanente. De él respiramos, de él comemos, de él disfrutamos; su valor es social, cultural, ecológico, sentimental, agrícola… Confundir el precio que se puede sacar de un palmo de tierra, comisiones incluidas, con su valor es, como decía Machado, propio de necios. Que nos hayan mandado durante muchos años necios, corruptos y corruptores no nos obliga a seguir por su misma senda.

El primer proyecto de “Puerto Mediterráneo” se echó para atrás hace poco más de dos años atendiendo a evidentes incumplimientos legales porque, después de sus oscuros, acelerados e inverosímiles trámites en Ayuntamiento y Generalitat, de tan avanzado que estaba no cabía otra respuesta que la técnica. Hoy no es el caso. Empiezan de cero.

Han vuelto a la carga con un nombre tuneado, ahora se llama “IntuMediterrani”, aunque en lo fundamental siguen como estaban: destruyen un paraje natural tan valioso como Les Moles, pulmón del área metropolitana de Valencia; colapsan las CV-35 y el by-pass, así como los accesos a los municipios más cercanos; se saltan la Estrategia contra el Cambio Climático; incrementan el riesgo de inundaciones y, por supuesto, se cargan el comercio de proximidad. De todas formas, al margen de los incumplimientos legales, hay una cuestión previa a considerar por unas administraciones coherentes: es obligado plantearse qué modelo territorial, urbanístico, social o económico se defiende y ver si el proyecto presentado encaja en él. En su día “Puerto Mediterráneo” fue avalado y tramitado por un gobierno corrupto, depredador y ajeno a la defensa del interés general. Ahora algunos de sus máximos responsables están en la cárcel y la mayoría política la tienen quienes se oponían a sus decisiones, a sus maniobras, a su constante complicidad con el poder económico de quien recibían las “mordidas”. Por tanto, es poco responsable apelar de nuevo a los técnicos. Lo obligado es contestar desde la política, desde la mayoría de gobierno; responder atendiendo a los compromisos adquiridos en su momento y, por supuesto, decir alto y claro que “IntuMediterrani” no encaja en un modelo territorial respetuoso, ni en un modelo social participativo, ni en un modelo económico sostenible, ni en un modelo ecológico con futuro. Urge garantizar que se ampliará la protección de la zona de Les Moles para desterrar toda posibilidad de destrucción y asegurar que la mayoría de ciudadanas y ciudadanos puedan disfrutar de este espacio único en el entorno de Valencia y su área metropolitana. Estamos en tiempos de rescatar espacios para la ciudadanía; es momento de evitar nuevas burbujas basadas en el hormigón y de desandar el exceso urbanizado, no de seguir echando cemento bajo nuestros pies.

La Administración debe abandonar, respecto al medio ambiente, su actitud acomplejada, a la defensiva, y sustituirla por una posición valiente y proactiva, que revise la ordenación del territorio atendiendo a una nueva visión de las cuestiones económicas, ambientales, paisajísticas y de uso social ligada al cambio climático y al imprescindible nuevo modelo productivo. Es inaceptable, irresponsable y muy poco democrático que la senda del modelo territorial la marque la iniciativa privada a golpe de proyecto. Debería ser justo al revés, la iniciativa privada ha de adaptar sus proyectos al modelo diseñado en base al interés general.

De esta manera evitaremos cometer errores que, con distintas manifestaciones, siempre acaban en lamentos cuando ya no hay nada que hacer. Solo si desde la política se definen propuestas que piensen en el futuro del planeta evitaremos multiplicar las ya altísimas emisiones contaminantes de tanto coche en movimiento que están llevando nuestro clima a extremos insoportables. Solo si colocamos el interés general por delante del particular quedará claro que, en el caso de “Puerto/IntuMediterrani”, no se puede sacrificar el Barranc d’en Dolça si no queremos acabar un día sufriendo las inundaciones que hace bien poco hemos visto en Mallorca, Málaga, Italia o en el sur de Francia. Más terreno sellado, un millón y medio de metros cuadrados, es menos permeabilidad y, por tanto, más peligro para un barranco que ya se desborda (en las últimas lluvias se inundó la CV-31 y se cayó una parte del patio de un colegio en construcción).

Lo sabemos: nos dirán que es ingenuo esperar que los grandes intereses económicos se plieguen al interés general que supone la preservación del medio ambiente. Sin entrar en el debate de fondo, esgrimirán, como un mantra, la sensible cuestión de los puestos de trabajo. “Puerto Mediterráneo”, ahora “IntuMediterrani”, según se le complican las cosas y como si de una subasta se tratara, va subiendo la apuesta. Tres, cinco, ocho mil, qué más da. Decididos a impresionar, el tamaño de la falacia es lo de menos. Todo falso. Los siempre presuntos puestos de trabajo no son otra cosa que los escudos humanos que camuflan el afán voraz de los negocios multimillonarios de los de siempre, los que están acostumbrados a mandar gobierne quien gobierne. El macro-complejo previsto no supone nuevos empleos. Por cada uno que se crea en una gran superficie se pierden casi dos del comercio local, como pone de manifiesto un detallado estudio de la Universitat de València. Además, alrededor de Valencia la saturación de este tipo de centros comerciales está provocando que se devoren entre sí y vayan de capa caída; lo demuestran informes como el de la consultora Aguirre y Newman, y es fácil comprobarlo con una simple visita a alguno de ellos. Al final, cuando no nos quede planeta el único trabajo será ya sobrevivir, y no podremos.

No, no da igual cambiar el ocio de salud de una zona verde por el ocio de consumo de un gran centro comercial; lo primero nos acerca al crecimiento humano y a la sostenibilidad, lo segundo, a convertir el tiempo libre en un simple momento para comprar y al colapso. El mensaje de más y más consumo es contradictorio con salvaguardar nuestro medio ambiente, con frenar el cambio climático, con reducir residuos o descontaminar nuestros océanos o el aire que respiramos. Por todo esto evitar la construcción de “Puerto Mediterráneo” es el mejor favor que el Ayuntamiento de Paterna y la Generalitat se pueden hacer a sí mismos y al resto de la humanidad. Tenemos que decidir qué hábitos y qué espacios dejamos en herencia a nuestros hijos e hijas. En definitiva, se trata de escoger entre salud o consumo, entre conservar o depredar. Este es el dilema. Y no, no es una cuestión técnica, es una decisión política.

*Julià Álvaro (exsecretario autonómico de Medio Ambiente) y Cristina Domingo, Rubén Fernández y Enrique Pastor (vecinos de Paterna)

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