Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
THE GUARDIAN
En primera persona

Ayudo a migrantes en la frontera polaca y lo tengo que hacer a escondidas porque es ilegal

Un guardia fronterizo polaco junto a dos refugiados sirios.

3

No me puedo quitar una idea de la cabeza: “Tengo hijos pequeños, no puedo ir a la cárcel, no puedo ir a la cárcel”. La política está fuera de mi alcance y del de las víctimas atrapadas en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. La ya excanciller alemana, Angela Merkel, debería hablar con Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia. Resulta irónico que hasta esta frontera se hayan desplazado más de 50 medios de comunicación y que Polonia sea el único lugar de la Unión Europea donde los periodistas no pueden informar libremente.

Mientras tanto, el duro invierno del norte de Europa acecha a las personas que se han quedado atrapadas en el bosque y mis dedos se congelan en las oscuras noches de nieve.

La situación en la frontera es una muestra del abismo entre lo que es legal y lo que es moral y supera los esfuerzos de quienes intentan salvar vidas. Todo lo que podemos hacer los activistas en los bosques de la frontera entre Polonia y Bielorrusia es llevar agua, comida y ropa a personas desesperadas. Sin embargo, este acto humanitario básico debe hacerse desde la clandestinidad. Tenemos que escondernos por los bosques. Atraer la atención de los guardias fronterizos, la policía o el ejército obligaría a un nuevo retroceso de las personas atrapadas.

He conocido a diversos grupos de refugiados escondidos entre los árboles: familias, madres con hijos, padres con hijos con discapacidad, ancianos y personas de los grupos más vulnerables del mundo: minorías étnicas, religiosas y población LGTB. Buscaban la libertad, pero se encuentran con que los han devuelto a Bielorrusia cinco, 10 y hasta 15 veces desde agosto hasta ahora.

En mis caminatas nocturnas voy equipada con una gran mochila llena de recipientes con sopa caliente, calcetines, botas, chaquetas, guantes, bufandas, gorros, tiritas, medicamentos y baterías. Camino en la oscuridad y me escondo entre los árboles cuando oigo helicópteros o veo los destellos de la policía. Oigo el chapoteo de la sopa en los recipientes que llevo a la espalda. Oigo cómo me falta el aliento: nadie me enseñó a ser sigilosa e invisible como una soldado profesional. He trabajado durante años en el campo de los derechos humanos, he visitado la mayor parte de las fronteras de la Unión Europea y los campos de refugiados, pero nunca había temido el crujido de ramas secas bajo mis pies o el crujido de los árboles sobre mi cabeza mientras me muevo.

La búsqueda

Gracias a los relatos y a las pruebas recabadas por Minority Rights Group International con sus colegas de Grupa Granica, una alianza de 14 organizaciones de la sociedad civil polaca que responden a la crisis, sabemos que al menos 5.000 personas han estado en los bosques y que al menos 1.000 se esconden entre los árboles en este momento. Hemos estado en contacto con ellas: víctimas desesperadas de un repugnante juego de poder entre Estados.

Cada vez que respondemos a una llamada de alguien necesitado, o de su madre que aún se encuentra en Irak o Afganistán, o de un primo en Berlín, cogemos nuestra mochila e intentamos encontrarlo. Día y noche, mucho después de que el mundo haya perdido el interés.

A veces buscamos a las personas durante horas. A veces, por cuestiones de seguridad, cambian repetidamente de ubicación. A veces, las abuelas ancianas o los niños pequeños sin energía para caminar se quedan rezagados en los pantanos polacos. Ahora, como la nieve cubre los bosques y la gente no puede llamarnos porque el ejército polaco les ha dejado incomunicados, utilizamos cámaras térmicas.

Nos encontramos con ojos asustados, rostros agotados, cuerpos destrozados por el frío que necesitan desesperadamente una tregua tras semanas en el bosque helado y húmedo. Humanos helados, sedientos y hambrientos. No tenía ni idea de lo que significaba el hambre. He dado un trozo de chocolate a mis hijos cuando se quejaban antes de cenar. He leído estadísticas sobre la pobreza y libros de historia, pero no sabía nada de lo que significa pasar hambre de verdad.

Los refugiados de la frontera entre Polonia y Bielorrusia llevan semanas sin comer. Algunos días, después de verse obligados a alejarse de la valla, pueden conseguir una patata pasada de un soldado bielorruso, si tienen dinero. La compartirán con los niños. No tienen nada que beber durante días. O beben agua del pantano o de la lluvia, lo que les provoca calambres estomacales y un dolor de cabeza que los debilita aún más.

¿Dónde está la humanidad?

Les proporcionamos ayuda puntual y les deseamos suerte. Dejarles provisiones de comida y agua suficientes para unos días es imposible: nadie tiene fuerzas para cargar tanto. No podemos llevarlos a un lugar seguro. Eso sería un delito. Pero no lo es el dejar a estas personas en el bosque para que tengan una muerte lenta.

¿Dónde están la Cruz Roja, la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU y la Agencia de la ONU para los Refugiados? ¿Organizaciones que actúan incluso en zonas de conflicto, que llevan comida y agua a los criminales más peligrosos? ¿Es Elina, de 5 años, más peligrosa o menos valiosa? Es epiléptica, pero no tiene medicamentos. La conocí en el bosque con otros nueve kurdos, todos sin botas. Han sobrevivido a las guerras y a los ataques aéreos en su país, pero podrían morir congelados en un bosque polaco. Cada vez que los militares polacos y bielorrusos les obligan a retroceder les quitan todas sus posesiones: dinero, ropa y calzado.

Había un grupo de nueve mujeres de la República Democrática del Congo, probablemente víctimas de trata. Cuando les expliqué la situación, no pararon de llorar. O las hermanas yazidíes, que escaparon del genocidio en Sinjar (Irak) hace siete años, pero que siguen intentando encontrar un lugar seguro. O los chicos de Yemen, que hablan un inglés perfecto. O los tres hombres homosexuales de Irán, desesperados por no ser devueltos a los soldados bielorrusos.

Nos mantenemos en contacto. Si consiguen esconder sus teléfonos, podemos comunicarnos después de que los soldados los intercepten y los obliguen a retroceder. Comparten fotos y vídeos de perros bielorrusos. Me enseñan las heridas de los mordiscos. Lloran. Piden consejo. No quieren contar su situación a sus familias, pero necesitan a alguien con quien hablar.

“Es la quinta vez que me obligan a retroceder. A la sexta, me mato”.

“He perdido a mi hijo, tiene asma. La última vez que llamó fue hace tres días. ¿Sabes dónde está?”

“¿Cuándo llegáis? ¿Tenéis agua, aunque sea una gota?”.

Rehenes de una guerra política

Sometidos a una campaña de desinformación, los refugiados reciben información contradictoria de los servicios bielorrusos, que distribuyen formularios sobre el asentamiento en Polonia o Alemania. Esto fomenta la esperanza de un viaje seguro. Pero el verdadero objetivo es concentrarlos en la frontera polaca para presionar a la Unión Europea.

Algunas informaciones inquietantes sugieren que los migrantes están siendo obligados a participar en actos violentos como parte de los intentos bielorrusos de provocar a las autoridades polacas.

Ante el riesgo de una escalada de violencia, los activistas de los bosques queremos recordar al mundo que los refugiados no son delincuentes. Son rehenes del régimen de Lukashenko, que los utiliza en beneficio de su agenda política.

Los polacos me mandan mensajes: “¿Dónde debo enviar ropa de abrigo y oscura?” “¿Cuál es la situación en la frontera? Los medios de comunicación solo nos muestran vídeos oficiales del ministerio polaco o de las autoridades bielorrusas”. “Lloro cuando acuesto a mis hijos. Por favor, escribe algo que pueda ayudar”.

Dunja Mijatović, comisaria de derechos humanos del Consejo de Europa, pasó cuatro días en Polonia y se desplazó al terreno con nosotros. Tras la visita afirmó que “el principal activo del movimiento de socorro a los refugiados y asilados de la frontera entre Polonia y Bielorrusia son los habitantes de las localidades vecinas, en la zona de emergencia o colindante”. “Es su compasión y empatía lo que prolonga la vida de las personas atrapadas en el bosque. Su valentía y altruismo. Su bondad salva vidas”.

Por supuesto, otros lo ven de otra manera: las personas que ayudan en la frontera son “enemigos del país”, “agentes de Lukashenko”, “culpables de destruir los valores europeos”, “que invitan a los terroristas a entrar en el país”. Somos culpables de dejar paquetes de agua en el bosque para los sedientos. Somos culpables de compartir nuestra sopa. De poner zapatos en los pies fríos que ya no pueden moverse. Si socorrerles es ilegal, ¿entendemos lo que es un delito?

Anna Alboth es voluntaria de Minority Rights Group y asiste a los migrantes atrapados en la frontera entre Polonia y Bielorrusia

Traducción por Emma Reverter

Etiquetas
stats