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La 'Casa Nueva', el centro autogestionado de jornaleros migrantes levantado en un viejo aparcamiento de camiones

La Casa Nueva de Sagunto a vista de dron

Raúl Novoa

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Julius Suh Assah es de Bafut, al noroeste de Camerún. Desde su llegada a España en 2005, trabajó en la construcción y como limpiador del Metro de Madrid hasta el 2011, cuando no le renovaron su contrato temporal: “Ahí las cosas se torcieron y tuve que cambiar el rumbo”. Probó suerte con la recogida de la naranja, pero pagar un piso con el inestable sueldo de jornalero no era fácil. Y entonces escuchó hablar de “La Casa Nueva”.

La Casa Nueva es, dice Suh Assah, el “sitio al que ir cuando las cosas no salen”. Un centro localizado en Sagunto (Valencia) y gestionado por el grupo Espiga junto a los propios jornaleros, que busca apoyar a los temporeros que cada año llegan a la localidad para la recogida de la naranja.

Ante el aumento de la llegada de jornaleros migrantes que buscaban trabajar en el campo en 2005, los vecinos actuaron y habilitaron un antiguo aparcamiento para camiones. “No tenían dónde dormir, muchos lo hacían en chabolas”, cuenta Vicente Calabuig, quien lleva desde 2012 ayudando en la gestión de Casa Nueva y en los trámites para conseguir los permisos de residencia para quienes lo necesiten. 

Desde entonces, es un lugar clave para los jornaleros. “La gente la conoce del boca a boca. No hay otro lugar en España como este. Es único”, asegura Calabuig. Actualmente, tiene capacidad para 70 personas. Según los trabajadores del espacio, la mayor parte de quienes necesitan sus servicios proceden de países del noroeste de África. “Sobre todo, de Mali, Camerún, Guinea y Senegal”, explica Rebeca Andreu Carbonell, encargada de las tareas de coordinación de La Casa Nueva. 

“No nos queda otra opción”

Quienes pasan por La Casa Nueva tienen entre 18 y 64 años. Algunos no tienen otra opción que quedarse durante años, pero la mayoría vienen y van. La temporalidad e inestabilidad en su trabajo provoca también que no permanezcan en un lugar específico durante demasiado tiempo. En La Casa Nueva pueden quedarse durante todo el año, pero la mayor afluencia se registra en la época de recogida. Ellos esperan que este trabajo sea “algo transitorio”.

Baradji es maliense y llegó a España en el 98. Vive en el centro desde 2012 y sufre varias lesiones en una pierna. Asegura que fueron causadas por el exceso de trabajo. “No me dan ninguna ayuda”, lamenta.

Trabajamos cinco días a la semana, pero cotizamos uno", critica Julius Suh Assah

El trabajo le provoca a Seydou “un profundo cansancio, como dolores de lumbar, de riñones o de rodillas”, relata con agotamiento por teléfono. “Lo peor son las largas jornadas al sol”, destaca. Tras décadas de trabajo en el campo, cuenta que ha recogido la fruta para empresas mejores y peores, pero lo más complicado han sido las etapas en las que no ha tenido papeles. Cuelga rápido: “Debo volver a trabajar”.

“Muchos empresarios son conocedores de nuestra situación y se aprovechan de ella”, critica Julius. “Se creen que somos tontos por ser inmigrantes, pero lo que nos faltan son más opciones”. El mismo temporero denuncia algunas prácticas irregulares de las empresas para las que ha trabajado. “Trabajamos cinco días a la semana, pero cotizamos uno. Estamos muchas horas ‘en negro’ en la que nos pagan 5,50 la hora, menos incluso que el salario mínimo”, critica Julius. El camerunés acaba de escribir un libro en el que describe su vida: 'Mi vida primitiva en poligamia'  (Editorial Círculo Rojo).

“Siendo inmigrante siempre hay discriminación laboral. Partes con puntos de desventaja si saben que has saltado la valla o vienes en un cayuco”, explica Julius

Desde su llegada a España, Julius asegura haber sufrido discriminación de forma indirecta. “Quieren que te vayas, pero te tratan mal para que seas tú quien decida no volver. Partes con puntos de desventaja si saben que has saltado la valla o vienes en un cayuco”. 

“Ya no te dicen 'negro de mierda', ponen en cuestión tu trabajo. Yo sé que la mayoría de nosotros trabajamos bien. No podemos permitirnos vaguear”, explica. “Si eres migrante, extranjero y negro se te complica todo”.

Sin embargo, su mano de obra es necesaria. Y los empresarios, dice, lo saben. “Hacemos muchos trabajos que el resto de personas no quieren”. “Necesitar dinero y que la gente lo sepa hace que te miren de otra manera”, lamenta, mientras reconoce que si a él le ofrecen “casi cualquier trabajo”, aceptaría para pagar el alquiler de su actual vivienda. “No discutimos o reclamamos más por miedo a que no nos vuelvan a llamar para trabajar”. Estas situaciones empujaron a cientos de organizaciones a impulsar la campaña 'Regularización Ya', con la que piden al Gobierno desde el inicio de la pandemia la concesión de los papeles a todas las personas con residencia irregular en España.

Hace unos meses, la plataforma ha iniciado una recogida de firmas para llevar al Congreso una Iniciativa Legislativa Popular (ILP). El Ministerio de Inclusión, que rechaza una regularización masiva, trabaja en una reforma del reglamento de extranjería para flexibilizar el acceso al mercado laboral de las personas extranjeras.

Difícil regularización

La irregularidad y temporalidad laboral obstaculiza los permisos de residencia de las personas migrantes. “Como es temporal, no se nos ofrecen contratos que permitan regularizar nuestra situación y conseguir los papeles”, explica Julius. 

Para Seydou, regularizar su situación y conseguir los papeles ha sido muy complicado. “He estado nueve años intentando conseguirlos. Es un proceso que llega a cansar”, lamenta. A Wague, quien llegó desde Mauritania hace dos años, este proceso le parece imposible de conseguir.

Para sortear estas trabas y asesorarles, el personal de La Casa Nueva proporciona información laboral, sanitaria y burocrática. También facilita cursos de formación para mejorar su currículum, clases de castellano, apoyo en la organización de grupos de limpieza y cocina, cursos de primeros auxilios y jornadas de sensibilización con colegios de la zona.

“Puede venir quien lo necesite. Entre inmigrantes tenemos que ayudarnos”, recalca Baradji. En cuanto a por qué no hay mujeres o menores, Rebeca Andreu aclara que pueden acogerse “a otro tipo de ayudas” y ellos buscan llegar “a donde las administraciones no lo están haciendo”.

Organización asamblearia

Ninguna actividad o curso se lleva a cabo sin la aprobación asamblearia y las personas acogidas son quienes se auto organizan. “No se actúa sin que ellos lo aprueben. Nuestra presencia sirve para acompañarlos, pero no se manda”, explica Rebeca. “En las asambleas deciden todo”, recalca Asencio.

Apoyos externos

En este proyecto la solidaridad va más allá de lo vecinal. Gracias a entidades como Light Humanity o Social Water, la calidad de las instalaciones se ha mejorado en los últimos meses. También el ayuntamiento de Sagunto da una subvención económica al espacio anualmente para mejorar sus condiciones. Light Humanity, han apoyado a la comunidad de La Casa Nueva mediante la financiación colectiva de la instalación solar, una formación técnica de los residentes y la puesta en marcha de un sistema fotovoltaico con almacenamiento en el dispositivo para suplir la falta de suministro eléctrico. Antes de su llegada, usaban un generador de gasolina que les proporcionaba electricidad durante unas horas al día. “Con su llegada tenemos energía solar 24 horas”, detalla Rebeca Andreu. En cuanto a Social Water, ha proporcionado un sistema de potabilización del agua de la comunidad. 

Desde hace unos días, en La Casa Nueva están impartiendo cursos de formación para ampliar la instalación eléctrica que ya tienen para poder ampliar servicios. “La idea es que luego puedan trabajar en equipos de instalación fotovoltaica”, explica Arturo Rubio, responsable de programas de acceso a energía de Light Humanity.

“Con el objetivo de mejorar sus posibilidades de empleo, parte de lo recaudado va destinado a becas de educación. Varios residentes podrán permitirse dejar de trabajar en el campo y participarán en un curso avanzado como ayudantes de instalación fotovoltaica”, detalla Arturo Rubio. “La solución tiene que ser integral y no un parche. Es fundamental que se contemple la parte educativa. Solo así lograremos un cambio real”, opina Rubio.

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