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Las críticas que acumula el primer campo oficial de refugiados de París un mes después de su apertura

Campo de refugiados de París. | Teresa Suárez

Andrea Olea

En Porte de la Chapelle, en el norte de París, una estructura hinchable que se asemeja a una enorme burbuja blanca se ha convertido en el nuevo punto de referencia para quienes llegan a la capital francesa procedentes de África u Oriente Medio huyendo de las guerras, el hambre y la miseria. El primer campo humanitario para refugiados de Francia cumple un mes bajo una lluvia de críticas. 

Abría sus puertas pocos días después de la última gran evacuación del gigantesco campamento improvisado que se extendía desde hacía año y medio entre las estaciones de metro de Jaurès y Stalingrad, a pocos kilómetros de distancia.

“La situación en Stalingrad era insoportable. ¿Cómo iban a reflexionar en esas condiciones? Ahora duermen al abrigo y obtienen la información necesaria para saber dónde ir. Daremos una solución a todo el que acuda a nosotros”, aseguraba exhultante la mañana de la inauguración Bruno Morel, director general de la organización que gestiona el nuevo centro, Emmaüs Solidarité.

El proyecto ha costado cerca de 8 millones de euros, sufragado entre la ciudad de París (6,6 millones) y el Estado francés (1,3). Destinado exclusivamente a hombres mayores de edad, este campo con capacidad para 400 personas, exhibe el cartel de 'completo' desde el primer día.

Algo parecido a una vida normal

La instalación se divide en dos partes: en la recepción, ubicada dentro de la gran burbuja de acceso, se ofrece a los recién llegados información jurídica sobre su elegibilidad como demandantes de asilo; el edificio anexo, un antiguo hangar de 8.000 metros cuadrados perteneciente a la SCNF  (la compañía ferroviaria francesa), ejerce de residencia temporal para quienes son admitidos. Allí pueden pasar entre cinco y diez días, el tiempo necesario para recibir orientación sobre sus opciones en Francia.

“Todo está limpio, ordenado, la gente es simpática…  todo es muy agradable”, asegura Ahmed, somalí de 22 años, que pasó varias semanas durmiendo al raso en París antes de saber de la existencia del nuevo centro.

La residencia, de dos pisos, está dividida en ocho“barrios” con capacidad para 50 personas cada uno. Repartidos en habitáculos de cuatro plazas, con cama, armario y toma de corriente propia, los migrantes reciben dos mudas de ropa nueva y un kit de higiene personal, además de asistencia jurídica y una revisión médica voluntaria. Cada barrio cuenta con un comedor, una sala de ocio y la oficina de un trabajador social abierta las 24 horas del día. El centro tiene una tienda, una lavandería y una zona común de acceso libre con internet, futbolín y televisión.

Aunque no sonría para la foto, sí lo hace fuera de cámara. Tras una semana de estancia en el centro, a Jacoob, sudanés de 25 años, le siguen asaltando las dudas: aún no sabe a ciencia cierta adónde lo destinarán, cómo se resolverá su demanda de asilo o cuánto tiempo podrá quedarse en el centro.

Lo único que sí sabe es que por la noche dormirá en caliente y tendrá derecho a desayuno, comida y cena, podrá recargar su teléfono y quizá ver una película antes de irse a dormir… Por las mañanas pasea por la ciudad, tratando de mantenerse alejado de sus compatriotas para practicar lo máximo posible su incipiente francés, explica orgulloso. “Me quiero quedar en Francia. En cuanto tenga mis papeles, me gustaría trabajar con refugiados, dedicar mi tiempo a ayudar a otros como yo”, asegura este joven que sueña con estudiar Medicina.

En el centro, 120 empleados de Emmaüs, a los que se suman medio millar de voluntarios, trabajan para atender diariamente a entre 50 y 80 migrantes. A finales de noviembre, habían pasado por allí más de 1.200 personas, 700 habían sido aceptadas y la mitad de ellas, realojadas en Centros de Acogida y Orientación (CAOs) en distintos puntos de la geografía francesa. En las últimas semanas, las plazas abiertas en estos centros han pasado de 3.000 a 9.000”.

“En términos de condiciones dentro del centro, estamos satisfechos. Vemos que la gente sonríe, que está contenta”, responde Ivan Leray, coordinador de Utopia56, la organización que apoya a la principal asociación gestora, mientras hace malabarismos con dos móviles y un walkie-talkie.

Pero, a diferencia del discurso triunfalista de Morel, su valoración global es más comedida. “El gran problema es que el centro ha nacido saturado. Harían falta tres como este”, admite. “Las estructuras de acogida más permanentes también están desbordadas, tan pronto como se libera una plaza se vuelve a llenar, y aquí nos vemos obligados a rechazar a mucha gente”.

Fuertes críticas entre las asociaciones

El cierre definitivo de la“Jungla” de Calais ha aumentado inevitablemente la afluencia de refugiados a la capital francesa. Se estima que cerca de un centenar de migrantes llegan diariamente a París y desde la evacuación del campamento de Stalingrad, miles vagan por sus calles desorientados, escondiéndose, según las asociaciones, del creciente acoso policial.

El Ayuntamiento ha vallado la avenida de Flandre y los espacios bajo las vías del tren donde hasta ahora malvivían miles de eritreos, afganos, somalíes y sudaneses en precarias tiendas de campaña y la fuerte presencia de antidisturbios, que hacen guardia día y noche, disuade cualquier intento de reasentamiento.

Los voluntarios recorren la ciudad repartiendo comida y mantas por los mini-campamentos que surgen en torno a las estaciones de tren, en Gare de l'Est o junto al Canal de Saint Martin. Otros evacuados esperan escondidos en los alrededores del campo humanitario tratando de evitar los controles policiales. Saben que pueden acabar en un Centro de Retención Administrativa (CRA, los CIE franceses) o con una orden de expulsión del territorio francés.

En este contexto, voluntarios y asociaciones en el terreno rebajan aún más el optimismo de los gestores del centro. Critican que decenas de personas deban hacer cola en la calle desde antes del amanecer, en medio de temperaturas gélidas, para conseguir la ansiada plaza.

“Horas esperando, de 5 a 8 de la mañana. Algunos entran, otros no”, lamenta una voluntaria. La situación provoca momentos de tensión palpable. Hace poco, denuncia, “utilizaron gas lacrimógeno contra los refugiados. En la puerta del centro y sin mediar explicación”.

Otras asociaciones señalan que el centro, que solo tiene potestad para ofrecer información jurídica, efectúa su propia selección entre los candidatos a la demanda de asilo. Afirman que hay indicios de que se está aplicando la Convención de Dublín - la normativa europea por la cual los refugiados cuyas huellas digitales fueron registradas a su llegada a Europa pueden ser deportados al país por el que entraron en la UE- , si bien los responsables del campo niegan categóricamente este punto.

La Oficina de Acogida y Acompañamiento a Migrantes (BAAM), organización extremadamente activa en la capital, ha calificado el “campo Hidalgo” (en referencia a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, máxima baluarte del proyecto) de“fiasco”.

A la espera de la apertura a principios de 2017 de una estructura especializada para familias y menores en región parisina, el nuevo centro trata a duras penas de ofrecer una alternativa a estos colectivos especialmente vulnerables. Entre los menores que llegan a París,“el  70% son refugiados y la DEMIE (la estructura que se encarga específicamente de ellos) no da abasto”, explica el coordinador de Utopia56. Con mayor o menor fortuna, “aquí recibimos a los que no son aceptados como tales (de entre 16 y 18 años) para que inicien su demanda de asilo como adultos y hacemos lo posible por que sean reconocidos como menores”.

“El sistema no es perfecto, pero es un principio”, se excusa Leray. “Después habría que aumentar los supuestos para conceder el asilo, descongestionar el sistema de recepción, mejorar las condiciones en los centros de acogida…”.

Médicos del Mundo, la ONG encargada de la atención médica en la nueva estructura., denunciaba hace pocos días que“aunque la intención con la que se creó el centro de París es loable, no puede esconder un diagnóstico evidente que afecta a toda Francia: la multiplicación de soluciones ad hoc y cortoplacistas no será suficiente para resolver la crisis humanitaria de los refugiados”.

La Oficina francesa de Protección de Refugiados y Apátridas (OFPRA) calcula que en total unas 100.000 personas pedirán asilo en el país este año, un 20% más que en 2015. Según sus propias estimaciones, solo un tercio lo obtendrá finalmente.       

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