Nueve meses después del ciclón Idai: “Solo nos han traído promesas sin cumplir”
“Cuando el viento se llevó las chapas del tejado y solo quedaron las paredes, la lluvia las empezó a derretir. Salimos corriendo sin detenernos a recoger nada”, describe Inés Paulino cuando recuerda aquellos días de marzo en los que el ciclón Idai arrasó con lo poco que tenía. Han pasado nueve meses e Inés sigue levantándose cada mañana con la intención de reunir ladrillos poco a poco, hasta tener los suficientes para reconstruir su hogar.
Inés recuerda que se refugiaron en una casa abandonada, donde pasaron dos semanas hasta que terminaron los días de lluvia y pudieron empezar a cavar entre los escombros para tratar de recuperar alguna cosa. Entre lo que lograron rescatar se encuentran las chapas del tejado, que aunque maltrechas, ahora sirven para dar forma a la barraca de apenas cuatro metros cuadrados en la que vive desde entonces junto a sus dos hijos.
Nueve meses después del ciclón, uno de los peores desastres naturales de la historia del país y de todo el hemisferio sur, miles de personas siguen sufriendo los estragos provocados por la catástrofe. En la ciudad de Beira, en la costa central de Mozambique, muchas familias continúan viviendo en barracas improvisadas o bajo lonas de plástico. Las casas más desfavorecidas, en ocasiones construidas a base de barro, palos y piedras, sufrieron la peor parte cuando Idai asoló la región el 14 de marzo de 2019. Durante los meses siguientes, la resaca del ciclón también ha dejado para ellos la peor parte: tratar de rehacer sus vidas a partir de un hogar convertido en una montaña de escombros.
Inés vive en el barrio de Inhamizua, a las afueras de Beira, en Mozambique, y tras una vida difícil en la que, dos años después de casarse se quedó viuda a cargo de su primer hijo y embarazada del segundo, consiguió salir adelante trabajando como empleada del hogar. Ahora, con 42 años, el ciclón Idai le ha devuelto a la casilla de salida.
Historias similares se repiten entre los barrios más deprimidos de Beira. En el distrito La Manga, Luis Filipe recuerda con angustia el día del ciclón. Aquella noche no pudo salir del trabajo y regresar a casa debido al estado de las carreteras. Tampoco consiguió comunicarse con su familia ya que el viento derrumbó las antenas de telecomunicaciones. Pasó las peores horas del ciclón sin dormir, rezando por su mujer y sus cinco hijos. “La situación se puso difícil, pero al amanecer conseguí salir del centro de la ciudad y volver a casa. Llegué sobre las 15 horas y lo encontré todo arrasado; no quedó nada. En ese momento me derrumbé”. Afortunadamente la familia de Luis consiguió escapar y refugiarse en casa de unos vecinos.
Durante los días siguientes convivieron con otros tantos refugiados en la parroquia. Cuando la lluvia paró, Luis volvió a su casa para intentar reconstruirla con los materiales rescatados. Su ingenio le bastó para levantar una pequeña casa de hojalata con la apariencia de una tienda de campaña. Asegura que cuando llueve no consiguen dormir a causa del ruido y las goteras. Pero por ahora no tienen otra alternativa.
Fuera de foco
Habiendo pasado más de medio año tras la catástrofe, ya muy alejados del foco mediático, los habitantes tienen la sensación de haber sido abandonados a su suerte. La población se siente olvidada y desprovista de cualquier ayuda ante la incapacidad de rehacer sus vidas por sus propios medios.
La mayoría reconoce el esfuerzo de las autoridades y de las organizaciones para el reparto de productos básicos durante las primeras semanas tras el ciclón. Sin embargo, coinciden en que se repartieron de manera desorganizada generando desconcierto entre los habitantes que no habían vivido antes una situación de emergencia de esta magnitud.
“Se escucharon promesas de algunas organizaciones que iban a acogernos y que nos iban a ayudar para reconstruir nuestro hogar. Pero en lugar de esperanza solo han traído más tristeza. Solo promesas sin cumplir hasta el día de hoy”, apunta Filipe.
Al otro lado de la ciudad, a pocos metros del mar, vive Cidone Encarnado, de 36 años. Se trasladó hace cuatro años a Beira para trabajar en la industria pesquera y mantener así a su familia que se quedó viviendo en el interior del país. Medio año tras perder sepultada bajo el agua la casa en la que vivía, señala la incapacidad institucional para dar respuesta a la población en una situación de tal envergadura. “Me inscribieron hasta tres veces, pero como no vivo aquí con mi mujer y mis hijos no he recibido nada todavía. Ni siquiera una manta. Nada” Mientras tanto vive en un cobertizo hecho con cañas que ha construido junto a un amigo.
Semanas después del paso del ciclón, el agua estancada y la falta de saneamiento dieron lugar a brotes de cólera y malaria. Los hospitales, prácticamente destruidos, no dieron abasto para atender a los enfermos. Margarida Quessar, de 40 años, cuenta que tras perder su casa también perdió su trabajo en una lavandería después de pasar tres semanas con fiebre. “Cuando me recuperé y quise regresar al trabajo ya se habían buscado a otra”.
Margarida no tiene a nadie a quién recurrir. Poco antes del ciclón perdió a sus padres y también murió el padre de sus hijos. Ahora sin hogar y sin empleo vive en una habitación de alquiler por la que paga 1500 meticales al mes, unos 20€. “Las condiciones aquí son francamente malas, no tenemos baño ni cocina. Pero no puedo pagar nada mejor”.
Víctimas del clima
El 90% de Beira quedó destruida tras el ciclón. Pero además de los daños materiales, Idai también dejó graves secuelas que continúan en la memoria de sus habitantes.
Issaji Bernardo regresó a Beira tras 12 años fuera trabajando como ferroviario. Empezó entonces a rehabilitar la casa que heredó de sus padres en Chigussura para instalarse con su mujer y sus tres hijos. Los días previos a la tormenta reforzó el tejado y tapió las ventanas siguiendo las recomendaciones de las autoridades. “Creo que eso nos salvó”.
Las casas de alrededor, antiguas y construidas de manera precaria no consiguieron soportar la embestida, como ocurrió en el caso de su tía, que vivía justo enfrente. “Llamé a su puerta varias veces, pero creí que no estaba en casa. Pensé que habría ido a refugiarse a casa de mi otra tía. Cuando pasó el ciclón y pude acercarme de nuevo fue cuando la encontré sin vida bajo los escombros. En aquel momento necesitábamos transportar el cuerpo hasta la morgue, pero era imposible porque las calles estaban inundadas y llenas de árboles caídos. Cargamos el cuerpo entre varios hasta encontrar una carretera despejada y poder continuar en coche”.
Testimonios como el de Issaji se repiten a lo largo de la ciudad. En algunos casos la falta de prudencia fue determinante. Pero en la mayoría de los casos fue la fragilidad de las construcciones frente a la violencia del viento y la lluvia lo que se cobró un mayor número de víctimas. Durante los días siguientes la incesante lluvia desbordó los ríos Pungué y Buzi, que alcanzaron los seis metros en su desembocadura e inundaron comunidades enteras arrastrando cadáveres hacia el mar y atrapando a miles de personas que permanecieron en los tejados esperando ser rescatadas.
Caletamiento global: justos por pecadores
El calentamiento global continúa agravando la desigualdad en el mundo, poniendo en evidencia la situación de injusticia climática que viven las regiones más pobres. A pesar de ser los países ricos los principales responsables del cambio climático, los países empobrecidos son los más expuestos a sufrir sus consecuencias, tanto por su localización en las zonas más vulnerables del planeta, como por su capacidad limitada para recuperarse tras una catástrofe natural.
África es el continente peor preparado para afrontar una crisis humanitaria de este tipo y al mismo tiempo es el más expuesto a sufrir desastres naturales relacionados con el clima, como ciclones, sequías e inundaciones. Esta mala combinación hace alertar a los expertos de nuevas y peores catástrofes a medida que avance el calentamiento global.
Los pronósticos ya se han hecho realidad. Las autoridades comunicaron un balance oficial de al menos 603 fallecidos y 1400 heridos a causa del ciclón. Tan solo un mes después de Idai, el ciclón Kenneth alcanzó la zona norte del país, dando lugar por primera vez en la historia de Mozambique a dos tormentas tropicales en una misma temporada. Las Naciones Unidas han estimado un coste de 386 millones de dólares para la reparación de los daños provocados por los dos ciclones consecutivos. Las cifras oficiales consideran que cerca de 100.000 hogares quedaron total o parcialmente destruidos.
Mozambique, con uno de los índices de desarrollo humano más bajos del mundo y apenas industria, tiene una contribución mínima al calentamiento global. Las consecuencias del cambio climático han castigado con fuerza a sus habitantes, obligándoles a volver a empezar.