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The Guardian en español

Ciclón Idai: “Mi familia tiene que comer. No sé cómo haremos para sobrevivir”

El ciclón Idai en Mozambique arrasa campos de cultivo amenazando la seguridad alimentaria de miles de personas.

Tendai Marima

Buzi y Beira (Mozambique) —

El ciclón Idai en Mozambique ha arrasado zonas agrícolas enteras, necesarias para una población que sobrevive gracias a sus cosechas. Marie Jose, en el distrito de Buzi, en el centro de Mozambique, observa los tallos rotos de las mazorcas de maíz, amarillas y húmedas por el agua tras semanas de sol extremo. La cosecha debería haber empezado hace un mes, pero el ciclón Idai golpeó su pueblo y la destruyó por completo.

La tormenta se llevó a sus abuelos y a su sobrina, que siguen desaparecidos: “No pudieron aferrarse a los árboles donde estábamos sentados y el viento los empujó al agua”, relata. Ya hay confirmadas más de 750 muertes por el ciclón y 146.000 personas han tenido que ser desplazadas. Desde el jueves, Mozambique espera la llegada de un nuevo ciclón predicho por los meteorólogo, aunque esta vez es probable que sea la provincia de Cabo Delgado la que se lleve la peor parte.

Mientras pasa el duelo, Marie Jose también tiene que preocuparse por cómo va a alimentar a su familia, de tres personas, hasta que dé comienzo la próxima temporada de siembra en mayo. “Hemos sufrido mucho. Ya no nos queda nada en estos campos. Mi familia tiene que comer. No sé cómo haremos para sobrevivir o dónde construiremos una casa nueva”, cuenta. Su cabaña quedó destruida tras las tormentas.

La región central ha sido tradicionalmente el granero del país. Las provincias de Sofala --donde se encuentra Buzi-- y Manica han llegado a producir juntas el 25% del cereal de un país en el que el 80% de la población vive de la agricultura. Ahora, sin embargo, ha desaparecido casi todo. Idai destruyó más de 700.000 hectáreas de granos y la ONU calcula que alrededor de 1,85 millones de personas necesitan asistencia humanitaria urgente. La Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) ha comenzado a distribuir semillas y equipamiento agrícola a las comunidades en “riesgo de inseguridad alimentaria inmediata”, explica Lisa Ratcliffe, portavoz de la FAO.

Hay más de 75.000 granjeros de las provincias de Sofala y Manica que han recibido semillas de crecimiento rápido. Pero a Marie Jose y a muchas otras familias todavía no les ha llegado ninguna ayuda porque las carreteras de su distrito siguen intransitables. David Beasely, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, calcula que recuperar el nivel normal de producción en los campos devastados podría implicar “un proceso de un año”.

Es probable que los granjeros de Buzi, como Ameria David, de 75 años, no dispongan de ese tiempo. Ameria depende del maíz para alimentar a su familia de siete miembros y sus reservas apenas durarán dos semanas. “Pronto no tendremos nada que comer. El resto de las mazorcas están podridas. No sé qué comeremos cuando se nos haya acabado el maíz. Sólo nos quedará pasar hambre”, afirma.

Además de los granjeros, la pesca también se ha visto muy afectada.

Cada mañana, Jose Ferdinand, de 25 años, lanza su red verde al Océano Índico, con la esperanza de que la pesca de ese día sea mejor que la del día anterior. Pero desde que pasó el ciclón por el puerto de Beira, hace más de un mes, los pescadores de Mozambique apenas sacan mar.

“Estos días no pescamos tanto como lo hacíamos normalmente. El agua del océano se ha mezclado con agua de río y no está tan salada como debería. A los peces les gusta el agua de mar, pero desde que pasó el ciclón ya no se acercan mucho a la costa”, explica, mirando la escasa captura del día.

El río Pungwe, con 400 kilómetros de longitud y tendencia a desbordarse, nace en el este de Zimbabue para después unirse a otros dos ríos y desembocar en el canal de Mozambique en Beira. Y Ferdinand no es el único que cree que el agua dulce puede haber afectado la salinidad del océano.

Corene Matyas, profesora de la Universidad de Florida con experiencia en patrones de precipitaciones ciclónicas, explica que esta hipótesis es posible aunque justifica que se necesitaría un complejo modelo de simulación informática para evaluar con exactitud el impacto del ciclón Idai en el océano. “La tormenta pasa sobre las aguas, mezclándolas, y eso puede cambiar la salinidad en diferentes profundidades”, afirma Matyas.

“En algunos casos, el agua dulce de las precipitaciones tarda más de una semana en llegar al océano e impactar en la vida marina, y los niveles de salinidad pueden permanecer alterados durante varias semanas, especialmente cerca de la superficie, ya que el agua dulce es menos densa que el agua salada”, cuenta.

En este país costero del sur de África, millones de personas dependen del pescado como fuente principal de nutrición. “El ganado y la pesca se han visto muy dañados por el ciclón y las pérdidas son enormes. Esto ha afectado el sustento y la seguridad alimentaria de toda la región”, comenta Ratcliffe.

“El pescado tiene un papel protagónico en la nutrición de Mozambique, especialmente teniendo en cuenta que el consumo de ganado no es dominante y que las fuentes principales de proteína son el pollo y el pescado”, explica.

Thobile Gwame vende pescado de Praia Nova, un suburbio costero en Beira, y se queja de la escasez de pescado y gambas. “La gente no compra mucho, porque la mayoría se ha marchado a los campos de desplazados. Los que se han quedado aquí no tienen mucho dinero, pero el pescado es el único gusto que pueden darse ya que no han quedado ni coles ni tomates”, relata.

Gomez Salgado Tome, un dependiente que ha vivido en Praia Nova durante más de 25 años, asegura que nunca había visto un ciclón de la magnitud de Idai, que destruyó completamente la casa de dos habitaciones de su familia. “Estoy intentando reparar mi casa, pero no tengo dinero siquiera para comprar comida para mi familia. Mis jefes me dieron una bolsa de arroz. Nos la dieron cuando supieron lo de mi casa, pero eso es todo lo que tenemos para comer. No podemos comprar pescado como antes. No nos alcanza el dinero”, lamenta.

Traducido por Lucía Balducci

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