El histórico cementerio indígena que pone en problemas el trazado del muro de Trump en México
En el cementerio Eli Jackson descansan nativos americanos, veteranos de guerra, esclavos liberados y abolicionistas cristianos que dieron forma a la historia cultural, espiritual y racial del Valle del Río Grande.
El histórico cementerio se encuentra justo al lado de la capilla del Rancho Jackson, la iglesia protestante con más años de antigüedad del valle. Ambos lugares se sitúan a tan solo 1,6 kilómetros de México, en un camino largo y polvoriento flanqueado por robustos árboles. Aquí es donde, a pesar de la oposición mostrada por los lugareños y las críticas a nivel nacional, Donald Trump está presionando para comenzar la construcción de un muro fronterizo, con consecuencias potencialmente desastrosas.
El muro se construirá sobre un dique que pasará muy cerca de la capilla metodista y el cementerio, de 145 años de antigüedad. Este conjunto histórico quedará dentro de la zona de “cumplimiento”; un perímetro de 46 metros que el gobierno quiere demoler. Tanto la iglesia como el cementerio, que están catalogados como patrimonio histórico de Texas, se quedarían entre el muro de Trump y la actual frontera con México.
En un esfuerzo por parar los planes de Trump, los líderes de la nación Carrizo/Comecrudo y los activistas han levantado un asentamiento con tiendas de campaña dentro del cementerio. Durante casi un año, han encendido una hoguera sagrada, rodeada por las banderas tribales.
El próximo lunes, el tribunal de distrito de Washington DC considerará la moción del gobierno para desestimar una demanda interpuesta por la tribu y otros seis demandantes, en la que cuestionan la constitucionalidad de los decretos de Trump que, tras declarar una emergencia nacional en febrero, desviaron miles de millones de dólares para la construcción de un muro en la frontera con México.
Los demandantes alegan que el muro perturbaría los enterramientos de los nativos y los sitios sagrados situados a lo largo el delta del río. Es en esta zona donde los clanes tribales vivían, comerciaban y enterraban a sus muertos durante siglos antes de la colonización. La última fortaleza de la nación Carrizo/Comecrudo, una tribu original de Texas cuyos antepasados han habitado el Valle del Río Grande durante al menos cientos de años, estaba ubicada en el condado de Hidalgo, donde se encuentran los cementerios.
Los demandantes han defendido su causa durante meses y han conseguido que el presupuesto de seguridad nacional del próximo año propuesto por la Cámara de Representantes incluya una cláusula que bloquea el uso de fondos para la construcción del muro fronterizo en varias áreas, incluyendo los cementerios históricos y el cercano Centro Nacional de Mariposas, que a su vez lucha contra la construcción de otro muro, financiado y que afectaría a unos 5,6 kilómetros de río. El pasado martes el Senado dio el visto bueno al presupuesto, por lo que el cementerio y la capilla del Rancho Jackson estarían protegidos por esta nueva ley.
Ahora están a la espera de que se apruebe en el Senado, donde el proyecto no incluye a los cementerios. El plazo para llegar a un acuerdo es el 20 de diciembre. Está previsto que el Senado también los apruebe, y Trump los firmaría para evitar así otro cierre del gobierno.
Independientemente del proyecto de ley, si el muro finalmente se construye en la zona prevista, no está claro cómo se podría evitar que los cementerios no quedaran en el perímetro de “cumplimiento”.
En declaraciones a The Guardian desde el campamento de la Aldea Yalui (Mariposa), Juan Mancias, de 65 años, jefe de la tribu, señala que “la frontera con México dividió a nuestra gente y ahora, este nuevo muro no muestra ningún respeto por nuestros ancestros, creencias o cultura que están ligados a estas tierras”. Los agentes de la patrulla fronteriza vigilan el campamento de forma constante.
“Están tratando de borrar lo que somos, y eso es genocidio. La guerra con los pueblos indígenas no ha terminado, sólo han cambiado los campos de batalla. Ahora la batalla se libra en los tribunales”, puntualiza.
La demanda
En el escrito de la demanda se afirma que el presidente se inventó la excusa de una emergencia nacional “para tener las competencias que le corresponden en este supuesto y así poder cumplir una promesa electoral --levantar un gran y espléndido muro--; un muro que el Congreso de Estados Unidos se ha negado repetida y explícitamente a financiar desde que Trump llegó a la Casa Blanca”.
El gobierno afirma que cuestionar la constitucionalidad del decreto no es de recibo. El Departamento de Justicia ha declinado responder a The Guardian sobre esta cuestión.
La semana pasada, un tribunal federal en Oakland, California, dictaminó en una demanda similar que el presidente actuó ilegalmente cuando se valió de las competencias que le corresponden en una situación de emergencia para desviar 3.600 millones de dólares a fondos militares para la construcción del muro.
Aunque el gobierno recurrirá la condena, el fallo será considerado un precedente por el juez de Washington DC que debe decidir si admite la demanda a trámite o la desestima. Esto obligará al ejecutivo a proporcionar a los demandantes documentos confidenciales relacionados con este ambicioso proyecto.
De hecho, hasta la fecha no han trascendido muchos detalles sobre el proyecto de construcción del muro, ya que el gobierno, con el fin de poder agilizar el proyecto, dejó sin efecto 28 leyes de protección y supervisión, vinculadas con la calidad del aire y del agua, las especies en peligro de extinción, las tierras públicas y los derechos de los pueblos indígenas estadounidenses. La exención incluye la Ley de Preservación Arqueológica e Histórica y la Ley de Protección y Repatriación de Tumbas de Nativos Americanos.
En un contexto en el que la oposición al proyecto no para de crecer, los responsables de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos en Texas han afirmado que los cementerios se conservarán y no serán destruidos. Sin embargo, los miembros de la tribu y los simpatizantes que han acampado en el sitio y que lo vigilan las 24 horas del día, los 7 días de la semana han visto a topógrafos y otros técnicos trabajando cerca del cementerio de Eli Jackson.
La tribu ha presentado peticiones oficiales ante agencias gubernamentales y contratistas privados para que cesen las obras y se cancele el proyecto. Señalan que no quieren que este proyecto cause “más división, ni que se desentierren a nuestros ancestros. Los humanos no somos dueños de la tierra, la tierra nos posee, por eso la reclamamos. Nos identifica”. Sin embargo, y lo que se percibe como la injusticia máxima, a los ojos del gobierno de Estados Unidos, la tribu Carrizo/Comecrudo ni siquiera existe.
El primer contacto documentado de los exploradores coloniales con los clanes Carrizo/Comecrudo se remonta a principios del siglo XVI. En la década de 1840, la nación luchó junto a los tejanos contra México, en un desafortunado intento de establecer la frontera a unos 160 kilómetros al sur del Río Grande. La lengua comecrudiana solo sigue existiendo a través de las canciones tradicionales. Sin embargo, para el gobierno, que se ha valido de distintos criterios y condiciones para reconocer oficialmente a 573 naciones indias, esto no es suficiente.
“Necesitaríamos un millón de dólares para contratar a consultores que pudieran encontrar los documentos necesarios para que las autoridades federales nos reconozcan como pueblo indígena, y habida cuenta de la violencia y los desplazamientos que hemos sufrido a lo largo de los siglos, es una carga casi imposible”, lamenta Gussie Lord, abogada de asuntos tribales de la organización legal sin fines de lucro EarthJustice.
Sin el reconocimiento de las autoridades federales, la tribu no tiene reconocido un territorio y tiene pocas protecciones legales; una situación que ya les perjudicaba antes del anuncio de la construcción del muro.
A pesar de que las autoridades no los reconozcan, Mancias siente una fuerte conexión con ese territorio ya que, dice, la historia y la identidad espiritual de su pueblo están arraigadas en todo el valle. Es por eso que ha participado en protestas y demandas para detener los gasoductos de gas natural, la producción de petróleo y las fracturas hidráulicas perjudiciales para el medio ambiente.
“Los colonizadores nos cortaron las manos y los pies, nos mataron y tomaron nuestra tierra, y ahora recae sobre nosotros la carga de probar que somos una tribu. Es la conexión constante con nuestra tierra y nuestros antepasados lo que sostiene y fortalece nuestra identidad y cultura, no lo que decide el gobierno federal de los Estados Unidos, y eso es lo que estamos intentando defender”.
Zona de riesgo
Eli Jackson, que ha dado nombre al cementerio, era el hijo mayor de Nathaniel Jackson, un granjero y devoto protestante, y Matilda Hicks, una esclava que consiguió la libertad. Dejó Alabama y se asentó en el lugar en 1857, como parte de una caravana de familias mestizas que escapaban de las crecientes hostilidades contra los afroestadounidenses en el sur profundo a medida que los enfrentamientos de la guerra civil ganaban terreno.
La familia Jackson se estableció en un rancho en la orilla del río. Su hogar se convirtió en una importante parada del Ferrocarril Subterráneo, una red de rutas secretas y refugios utilizados para ayudar a los estadounidenses esclavizados a escapar al norte libre y a Canadá.
Nathaniel construyó un pequeño edifico destinado al culto en el rancho. En 1874, otro hijo, Martin Jackson, construyó la capilla actual, que reemplazó a la anterior. La escritura está en manos del bisnieto de Martin, Ramiro Ramírez, uno de los demandantes, que creció asistiendo a los servicios religiosos en la capilla y que aprendió la historia de la familia a través de su abuela.
El perímetro del muro se extendería hasta la tercera fila de bancos de la capilla, que todavía se utiliza para los funerales. La capilla podría terminar en desuso y abandonada en la zona donde se patrulle o podría ser derribada.
“Crecí creyendo que aquí es donde voy a ser enterrado junto a mis antepasados, y mis hijos y nietos también. Ahora, ¿qué pasará con nosotros? Será devastador”, afirma Ramírez, de 72 años, incapaz de contener las lágrimas mientras señala la lápida que tiene asignada para él.
Afirma que viene “todas las semanas para estar con mis abuelos, y rezar por un milagro, para que el presidente muestre un poco de compasión y comprensión. He vivido junto al río toda mi vida, este no es un lugar peligroso, el muro no es necesario”.
Destrucción ecológica
Los expertos en medioambiente advierten de las consecuencias potencialmente devastadoras que podría tener la construcción del muro a lo largo del Río Grande; un río internacional que divide a Estados Unidos y México. Se extiende a lo largo de 3.000 kilómetros y proporciona agua potable a cerca de 6 millones de personas, y es el hábitat para cientos de especies de aves, mamíferos, peces e insectos.
Otra de las demandantes, Elsa Hull, de 51 años, vive con sus hijas en un terreno de tres acres situado al lado de río, a más de 200 kilómetros al noroeste de Mission, en el condado de Zacapa. El muro les impediría acceder al río que utilizan para actividades recreativas como kayak, observación de estrellas y aves, alteraría la vida silvestre, crearía contaminación lumínica, exacerbaría las inundaciones y reduciría el valor de su propiedad. “El muro afectaría cada aspecto de nuestras vidas”, lamenta Hull, funcionaria de protección ambiental.
“Todo el río se vería afectado por el muro, causaría destrucción ecológica, rompería a comunidades enteras y destruiría a muchas especies salvajes. Este es un lugar hermoso y seguro, es importante que las personas dejen de creer en la versión de la administración y hagan algo para protegerlo”.
Amanece en el campamento y un somnoliento Mancias muestra su indignación por el ruido de una bomba de agua subterránea industrial que siguió funcionando toda la noche en una parcela situada al lado de la carretera.
“Están destruyendo todos los elementos nativos y de la naturaleza”, lamenta. “Hemos acampado en el sitio para concienciar a la población y demostrar que no claudicaremos... seguimos aquí, no nos iremos, y tenemos el derecho a expresar nuestra opinión. Es nuestra tierra”.
Traducido por Emma Reverter