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Confesiones de un agente que detenía a migrantes en la frontera de EEUU: “No importa cuánto lo compliques, lo seguirán intentando”

Los consulados hispanos alaban la labor de la Patrulla Fronteriza de EE.UU.

David López Canales

Tucson (EEUU) —

Francisco Cantú aún recuerda el día en que vio aquel cuerpo sin vida. El hombre, que viajaba con su sobrino de 19 años y un amigo de este de 16, había fallecido en la travesía del desierto de Sonora. Los dos jóvenes permanecían junto al cuerpo y él debía detenerlos para que después fuesen deportados.

Cantú no encaja con la imagen que se tiene habitualmente de los agentes fronterizos. Sentado ante una cerveza en el mercado de San Agustín, en Tucson, donde vive, con su camisa y pantalones arremangados, su peinado descuidado y su bigote, parece un joven moderno más. Pero, durante cuatro años, fue uno de los hombres que patrullaban el desierto de su estado natal, Arizona, para impedir que los migrantes sin papeles lleguen a EEUU.

El suyo es, además, un perfil atípico. Tenía 23 años cuando decidió entrar en la Patrulla. Era 2008. Había estudiado Relaciones Internacionales en Washington y le interesaba la frontera que atravesó su abuelo, mexicano. Entonces, dice, pensó que aquel era “el único trabajo en el que realmente podría comprender lo que sucedía”. Estuvo ocho meses en la academia, donde recibió entrenamiento policial y perfeccionó el español que ya hablaba. Le investigaron a fondo antes de aceptarlo y le interrogaron con un polígrafo antes de aceptarlo. Durante los siguientes cuatro años fue patrullero, primero como agente regular y después en la sección de inteligencia en Arizona y El Paso, Texas.

Cuenta que, durante sus años como patrullero en Arizona, aparecían entre 300 y 400 cadáveres al año en el desierto de Sonora. En 2018 fueron encontrados 127 cuerpos. “Una crisis humanitaria”, zanja. Se acuerda de un matrimonio con una mujer embarazada de Guerrero, uno de los estados más violentos de México, que le suplicó que hiciera la excepción y los dejara marchar. No lo hizo.

“El 80% del tiempo es un trabajo aburrido, pero cuando sucede algo es una locura”, asegura. “Cuando vas a por un grupo nunca sabes cómo va a resultar. A veces se sientan, otras se dispersan y en ocasiones tienes que rescatar a gente. Pero no sabes nunca cuándo puede ser peligroso. Aunque te encuentras con muchos casos de migrantes que ya han cruzado antes y se saben las reglas. Es como un 'juego'. Los ves y te dicen: 'Vale, me has cogido”.

“Hay personas sensibles y otras racistas y agresivas”

El expatrullero acaba de publicar un libro, The lines becomes a river [Traducido como La Línea se Convierte en Río] en el que narra su experiencia. Los testimonios desde dentro de este cuerpo de seguridad, el más amplio del país, son poco frecuentes. El de Cantú supone además una mirada crítica a la Patrulla. Cuenta cómo entre los agentes hay disparidad de perfiles. “Hay personas muy sensibles, educadas y con conciencia humanitaria y otras racistas y agresivas. Aunque el sentimiento mayoritario es el de querer tener el país cerrado, que no pueda pasar nadie”, describe. “Y eso que la mitad de los agentes son hispanos. La Patrulla Fronteriza es un buen trabajo y se gana un buen salario, y en algunas zonas de la frontera trabajas para el cartel o para la Patrulla porque no hay nada más”.

La Patrulla Fronteriza cuenta en la actualidad con 19.500 agentes, la mayor parte de ellos desplegados en la frontera suroeste, la que separa Estados Unidos de México. Tucson, con 3.600 efectivos, es el sector con mayor personal, seguido por río Grande, o río Bravo, como se denomina en México, con 3.000 agentes. Es el lugar donde perdieron la vida Óscar Martínez y su hija Valeria, cuya fotografía dio la vuelta al mundo el pasado junio. El presidente Donald Trump, en su firme cruzada contra los migrantes que tratan de atravesar la frontera sur, firmó la orden hace dos años para incrementar el personal en 15.000 nuevos patrulleros y agentes de inmigración. Sin embargo, actualmente no hay demanda para esos puestos y el pasado año tan solo aumentó la plantilla en 120 personas.

Cantú confiesa su preocupación por las políticas de Trump. “Ahora hay órdenes desde arriba de que no hay que dialogar, es más duro, se deshumaniza a los migrantes y se insiste en que no hay que tener compasión por ellos. Es como una Guerra Fría. Y existe el riesgo de que esa agresividad se convierta en abusos sobre el terreno”, alerta Cantú. El Gobierno está investigando un grupo privado de Facebook, cuya existencia reveló a principios de julio la organización periodística ProPublica, en el que cerca de 9.500 miembros, entre ellos numerosos agentes fronterizos, hacían todo tipo de comentarios xenófobos y ofensivos sobre los migrantes, incluido burlas sobre su muerte. En ese grupo, también difundieron imágenes manipuladas sobre la representante demócrata Alexandria Ocasio-Cortez manteniendo relaciones sexuales.

Durante el primer mandato de Barack Obama –cuando él perteneció a la patrulla–, asegura que los agentes “no se sentían apoyados por el Gobierno, a pesar de que se deportase a más gente que en las administraciones anteriores”. A su juicio, esos mismos patrulleros, “muchos conservadores y republicanos”, como define a sus antiguos compañeros, “se sienten más respaldados” hoy desde la Casa Blanca.

Puede hablar de su etapa en la patrulla, pero no compartir información práctica como códigos, zonas de patrullaje o métodos de trabajo. Sin embargo, es crítico, sobre todo, con el “problema grave” que generan determinados procedimientos de actuación, ya que hacen que los grupos de migrantes se dispersen y pueda haber personas que se desorienten y se pierdan. “Son consecuencias no intencionadas”, reconoce Cantú, “pero no hay prácticas para que eso no suceda”.

La estrategia para los patrulleros, relata, consiste en mostrar un entorno cuanto más hostil posible para que esos migrantes no quieran volver a intentar cruzar y, además, transmitan a otros su experiencia y que estos también se desanimen. El método funciona de alguna manera, porque, como reconoce el antiguo agente, hay migrantes que han escuchado tantas veces que los patrulleros son “unos monstruos que les disparan y los dejan tirados en el desierto” que cuando se los encuentran durante sus operativos muchos están, literalmente, aterrorizados. El exagente afirma también que durante los años que patrulló observó en algunos compañeros comportamientos en esta línea que no le gustaron, pero asegura que nunca fue testigo de abusos o violaciones de derechos humanos que debieran ser denunciados.

Cantú dejó la Patrulla cuatro años después. Dice que tenía pesadillas por el trabajo, porque soñaba con que disparaba a alguno de esos migrantes o que se encontraba cuerpos descuartizados por los carteles. Pero, sobre todo, lo hizo desengañado con el trabajo. Lejos de encontrar las respuestas que buscaba sobre políticas migratorias, sus dudas se multiplicaron. “Tras haber trabajado en zonas remotas del desierto ves cómo las políticas que se han aplicado desde los años noventa han empujado a la gente a lanzarse a cruzar por esas zonas”, describe. “Y no importa cuánto lo compliques porque lo seguirán intentando”.

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