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La (in)dignidad humana

Decenas de personas ponen velas durante una vigilia a la luz de las velas en Sliema, en las afueras de la Valeta, Malta, el miércoles, 22 de abril de 2015/ AP Photo- Alessandra Tarantino

Francesc Mateu i Hosta

Vicepresidente de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo —

Por caminos sinuosos y cíclicos. Así ha evolucionado históricamente la Humanidad. Hemos avanzado y retrocedido y vuelta a empezar. Y en medio de este vaivén hay conceptos que, aparentemente arraigados, acaban siendo arrancados del suelo firme conforme soplen los vientos. Tal es el caso de los derechos humanos que se amplían o recortan según sean los intereses económicos, políticos o geoestratégicos del momento.

La muerte de miles de personas que buscaban una vida mejor en su camino hacia Europa debe hacernos pensar en este sentido. Asistimos a decisiones políticas cuyos argumentos se asientan en cálculos electorales y económicos; en explicaciones en torno al miedo y a la prevención que dejan a un lado la dignidad humana.

Asistimos también argumentos que tienden a limitar su análisis temporal y geográficamente. El problema no empieza en el momento que las personas suben al barco ni empieza precisamente en la playa. El problema comienza en el momento en el que su entorno no los acoge, sino que los expulsa y les obliga a huir de sus hogares. Empieza el día que no pueden ejercer ningún control sobre sus condiciones de vida porque alguien está tomando las decisiones en su nombre.

Quien embarca en una patera no decidió empezar la guerra en Siria, ni pudo hacer nada para evitarla; nada que no fuera huir. El pescador de Somalia no tenía ninguna opción para luchar contra la pesca abusiva de las grandes compañías que están esquilmando los caladeros en los que siempre pescó. La mujer que huye con sus hijos de Sierra Leona no tuvo ninguna oportunidad para plantarse ante las multinacionales que le roban la tierra, no pagan impuestos e impiden tener un sistema sanitario público.

Del total de los ingresos que Africa pierde cada año, solo un 5% se debe a la corrupción. Un 30% desparecen por actividades ilícitas. Pero es el mayoritario 65% el que desaparece por elusión fiscal. Elusión fiscal de empresas mayoritariamente de nuestros países y que casi dobla toda la ayuda al desarrollo de esos mismos Estados.

De nada sirve atacar las consecuencias si no abordamos las causas. Causas que, por cierto, han sido alimentadas en gran medida por una Europa que ha contribuido a azuzar conflictos, a apoyar regímenes corruptos y dictatoriales; que ha permitido el fraude fiscal de sus empresas multinacionales y el expolio de los recursos naturales de un continente extremadamente rico.

Pongamos ahora todos estos argumentos sobre tablero y analicemos las decisiones de Europa y España. Nada de lo que plantean sirve para resolver el problema; más bien todo lo contrario: lo empeorará generando más conflicto y mayores atentados a los derechos humanos. La actuación del ejército que ya se avanza como propuesta no puede sino agravar la complejidad de los conflictos y hacer más vulnerables, si cabe, a las personas que inician viajes a ciegas en condiciones deplorables. En ningún caso las soluciones pueden pasar por la militarización de las fronteras y la criminalización de quienes son víctimas. Las decisiones políticas de este tipo alimentan posturas xenófobas profundamente peligrosas que deberían hacernos temblar como sociedad.

El gran Monopoly en el que parece que el planeta se ha convertido no resiste más. ¿Cuán grave tiene que ser la situación para la Humanidad se revuelva, dé un golpe en la mesa y diga basta? ¿Cuántas personas más van a perder su vida en el camino mientras se alimenta la hipocresía y el cinismo? ¿De verdad se cree que la solución está en hundir barcos, enviar ejércitos, levantar vallas y poner concertinas? ¿Qué más tiene que ocurrir para que se entienda que no podemos parar una hemorragia de la aorta con una tirita?

La dignidad de las personas es ante todo un valor colectivo. Atentar contra ella significa atentar contra la Humanidad en su conjunto.

Sofía, una mujer de Eritrea llegada a Italia, decía recientemente: “Si muero en el mar no importa, al menos no habré sido torturada”. Cuando el Ministro Margallo asegura que las personas que mueren en el Mediterráneo son inmigrantes económicos olvida que muchas de ellas han recorrido un camino acompañadas de la violencia, el terror, el hambre, la vulnerabilidad más extrema. Y por supuesto, olvida, que les acompaña también una dignidad que está muy por encima de una Europa que permite que el Mediterráneo se esté convirtiendo en una fosa común. Ojalá que los valores fundacionales europeos pongan un poco de luz en momentos tan indignos. Como Humanidad nos jugamos mucho.

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