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Los niños del narco mexicano: “La primera vez que maté a alguien sí sentí feo, luego no sientes nada”

Un niño junto a un rifle improvisado en Ayahualtempa, México, mientras la policía comunitaria enseña a un grupo de niños como defenderse de grupos criminales que operan en la zona en enero de 2020.

Víctor Ibáñez

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Los niños juegan a ser narcos. Cinco jóvenes de la preparatoria del Centro de Estudios Tecnológicos del Mar en Guaymas (Sonora) simulan una ejecución como si se tratara de un cártel de México para pedir el voto en las elecciones escolares. Cuatro de ellos, encapuchados, apuntan con palos de escoba a su compañero sentado, maniatado y con la cara tapada, y piden el voto para las elecciones. “Puro pozolero” dice uno de ellos —en referencia a la práctica utilizada para deshacerse de cadáveres con ácido— y “disparan”. De fondo suena el corrido “Mi Terre CLN”, canción en honor al Chapo Guzmán.

El vídeo se viralizó e hizo saltar las alarmas ante la “normalización de la violencia y de la narcocultura”, tal y como expresó Reinserta, organización que trabaja con niños, niñas y adolescentes expuestos a situaciones traumáticas relacionadas con la violencia en México. La realidad es que el año pasado al menos 30.000 niños y menores de 18 años fueron utilizados por el crimen organizado, según la organización Tejiendo Redes Infancia, y en la actualidad hasta 250.000 corren el riesgo de ser reclutados en el país, según Reinserta. El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) calcula que más de 300.000 niños en todo el mundo están siendo reclutados por grupos armados.

Iker no jugaba cuando, a los 16 años, recibió instrucciones del cártel y cometió su primer asesinato: “Al principio, por la impresión de ver cómo madreaban a la rata, vomité, pero luego de vomitar me metí coca y fue cuando se me salió el ‘fua’, andaba bien enojado. Cada uno agarró una mano y se la cortó, al último le mochamos la cabeza, él nomás gritaba, por eso le encintamos la boca. Esa primera vez que maté a alguien sí sentí feo, ya con la segunda, tercera, cuarta ya no sientes nada”.

Su testimonio es uno de los 68 recogidos en el informe Niños, niñas y adolescentes reclutados por la Delincuencia Organizada, realizado por Reinserta en 2022. La delincuencia organizada suele reclutar a niños de entre nueve y 15 años que realizan distintas tareas según su edad: los más jóvenes, observar e informar (halcones; a partir de los doce años, cuidar casas de seguridad y/o transportar droga y desde los dieciséis años, realizar secuestros y asesinatos (sicarios). Sin embargo, el estudio observa que se hallaron casos en los que desde los diez años ya eran sicarios y a los 15 tenían personal a su cargo.

Entorno familiar y drogas

Los factores que influyen en el reclutamiento de niños tan pequeños son múltiples. En el caso de Iker venía de familia: “Yo sabía que mis tíos se dedicaban al crimen organizado, andaban en las trocas (camionetas), todos arriba artillados, con armas, caravanas y demás, luego se baleaban con otros vatos (hombres) o con la policía, era normal”. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) es muy habitual que muchos niños de zonas marginadas tengan un familiar, amigo o conocido que pertenezca a algún grupo delictivo, lo que hace que sea percibido como algo común. Así, el contacto es más sencillo. El entorno familiar cobra vital importancia, ya que el abuso, la falta de supervisión o ser testigos de actos de violencia dan lugar a un estado de indefensión por parte de los menores, aprovechado por parte de la delincuencia, analiza el estudio. Además, vivir la muerte de algún familiar cercano relacionada con el crimen organizado puede generar un deseo de venganza en los jóvenes.

Iker también tuvo relación desde muy pequeño con la droga: “En mi casa estuve en contacto con la droga desde muy chico, mi hermano consumía marihuana y cocaína, un día vi que se estaba drogando y le dije que si me daba a probar, me dijo que no y me fui con unos camaradas, ellos sí me ofrecieron, a los once años probé la marihuana por primera vez y a los doce la cocaína”. El acceso a sustancias tóxicas y el abuso de ellas es otro factor que acerca a los jóvenes a estas situaciones, ya que aumentan el riesgo de conductas violentas y de involucrarse con pandillas o grupos del crimen organizado.

“Era bien desmadroso, no me gustaba la escuela y empecé a andar de marihuano pero quería trabajar primero”, cuenta Iker. Empezó a faltar a la escuela y sus padres no se dieron cuenta hasta que no les llamaron y lo expulsaron. El entorno escolar puede ser un factor de protección o de riesgo para los jóvenes, dependiendo de sus condiciones o características, recoge el informe de Reinserta. Por un lado, la ausencia de un servicio de calidad disminuye las posibilidades de acceso al mundo laboral. Por otro, las escuelas pueden identificar los riesgos, pero también, si los colegios no están bien supervisados, pueden generar situaciones de violencia o bulling que pueden conducir al ausentismo de los estudiantes, además del impacto emocional que puede tener en los jóvenes.

Cuando Iker fue expulsado de la escuela, su vida se volvió un “desmadre”. Empezó a juntarse más con sus tíos y a los 13 o 14 años comenzó a tener más relación con ellos. Un día Iker le preguntó a su tío a qué se dedicaba, y este le dijo: “Ando jalando en lo que te vas a meter tú también cuando seas más grande”. Se enteró que formaba parte del Cártel del Noroeste, que movían droga en Laredo y que sus rivales eran los Zetas. Su tío le recomendó que ahí no se metiera, porque eran muy “sanguinarios” y no tenían “piedad”.

Pobreza

Existe un patrón de concentración de la violencia mayor en las grandes ciudades debido al crecimiento tan rápido que han vivido las urbes, que da lugar a zonas muy precarizadas con acceso limitado a servicios como la educación, el agua o la salud. En 2020 había en México 55,7 millones de personas en situación de pobreza —sobre una población de 126 millones ese mismo año—, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). De esos 55,6 millones, 18,2 eran niños y adolescentes entre 0 y 17 años. De ellos, cuatro millones se encontraban en situación de pobreza extrema. Según la ONU, la pobreza puede ser un factor motivador para ingresar en grupos armados: para algunos niños garantiza una comida, por lo que algunos padres entregan a sus hijos con la esperanza de que tengan qué comer y donde vivir.

La violencia y la desigualdad socioeconómica es uno de los factores más importantes por los que los niños son reclutados por el crimen organizado. Además, los jóvenes que viven en áreas inmersas en violencia están más expuestos a involucrarse con grupos delictivos organizados o con pandillas de sus comunidades, las cuales suelen ser el primer escalón al crimen organizado.

Iker, fuerte y ágil, sentía que podía ser un activo importante para el cártel, tenía de ejemplo a sus tíos y quería parecerse a ellos. “Me motivaba el poder, el dinero y las mujeres, buscaba el respeto y la atención que tienes al ser parte de la delincuencia organizada, que pasara y todos me tuvieran miedo, que dijeran: 'Ese güey es bien cabrón'”, explica. La búsqueda de pertenencia, reconocimiento, dinero y respeto que la sociedad o el Estado no les ha permitido conseguir es otro de los factores que explica el reclutamiento de los jóvenes.

El negocio del dolor ajeno

A los 14 años entró de manera formal al cártel y recibió adiestramiento militar. Empezó como halcón y después se dedicó a cruzar gente a Estados Unidos. A los 15 pasaba también marihuana por la frontera. Era “guía” y cruzaba el río con una lancha. Las personas migrantes son unas de las más afectadas por el crimen organizado, ya que suponen una actividad de “bajo riesgo y alta rentabilidad” para estos grupos, según la Organización Internacional para las Migraciones. En ocasiones se dan secuestros de niños por parte de estos grupos y, por el camino, los migrantes enfrentan distintos tipos de violencia. Pueden ser víctimas de explotación sexual y laboral, secuestros y extorsiones, así como ser abordados por el crimen organizado para llevar a cabo actividades como el transporte de droga. Según el informe, los menores migrantes son especialmente vulnerables, sobre todo si no van acompañados o no cuentan con una red de apoyo ni familiares que los reciban, lo que los sitúa en un estado de desprotección frente a la delincuencia organizada.

Llegó el día en que un primo de Iker, que trabajaba para el Cártel del Noroeste, le dijo que entrara a ser sicario con él. Y cometió su primer asesinato, con dieciséis años. Se dedicaba principalmente a secuestrar a gente. Fue detenido por posesión de narcóticos con 17años.

En el momento en que Iker escribió su historia se encontraba cumpliendo una medida preventiva de tres años. El cártel intentó ayudarle, mandando dinero y abogados, pero no encontraron un letrado especialista en menores de edad y sólo pudieron sacar a sus tíos de la cárcel. A su familia la siguen apoyando también con dinero. Durante su encierro juega a fútbol y ha vuelto a estudiar. No se arrepiente de lo vivido, pero tampoco se lo recomendaría a nadie: “Ahorita yo ya no puedo salirme, hasta que me metan de nuevo a la cárcel o me maten. Al menos quiero sacarle algún provecho a esto, me gustaría sacar a mis tíos —del cártel— y seguir en lo mismo por todo el dinero y el placer”.

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