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De ser aplaudidos a ser señalados por atender a los migrantes: la Cruz Roja denuncia el acoso contra su personal en Canarias

Voluntarios y trabajadores de Cruz Roja denuncian acoso por su labor de atención a los migrantes

Gabriela Sánchez

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En 2006, cuando miles de personas llegaron a las costas canarias en la llamada crisis de los cayucos, la ambulancia de la Cruz Roja era a menudo recibida entre aplausos. Ángel solía conducirla en aquellos años, cuando recibía felicitaciones de los vecinos a su paso por la playa para atender la llegada de una nueva patera: “Menos mal que están ustedes”, les decían algunos cuando les veían caminar con el emblemático chaleco rojo y blanco.

Quince años después, Ángel prefiere esconder el mismo chaleco que antes lucía con orgullo. Ha decidido retirar las pegatinas del logo que hasta hace poco adornaban su propio coche después de tres décadas como voluntario de la organización. El uniforme que a veces dejaba en el asiento del copiloto de su vehículo ahora suele estar guardado en el maletero. Su labor es la misma, pero ha cambiado la reacción social ante ella. Ángel, como otros muchos voluntarios de Cruz Roja en Canarias, intentan evitar el acoso que sufren desde hace meses por atender a los migrantes. 

“Han dejado de llevar el chaleco en los viajes de ida y vuelta a su turno. Les recomendamos llevar el uniforme solo cuando es necesario. Con todos los incidentes que hay fuera a raíz del acoso racista, es más prudente”, dice José Javier Sánchez Espinosa, subdirector de Inclusión Social de Cruz Roja. “Llevamos un año dejándonos la piel en Canarias y la tensión ha ido creciendo. Es muy simbólico que la gente tenga que quitarse el uniforme para protegerse, porque también se ha convertido en un objetivo de la política radical”, sostiene Belén Viloria, jefa de comunicación de la institución.

Aquellos aplausos de 2006 se empezaron a transformar en gritos de reproche en 2020. La escalada de racismo gestada en Canarias ante la crisis de acogida de migrantes, que ha provocado agresiones racistas contra las personas acogidas en las islas, también repercute desde hace meses en los voluntarios y trabajadores de la Cruz Roja. El presidente de la institución humanitaria en Canarias, Antonio Rico, ha denunciado recientemente el “acoso” que sufren los voluntarios que atienden a los migrantes en la recepción de pateras y los centros de acogida, servicios que el Gobierno delega en la institución humanitaria a través de subvenciones. Los ataques, indican desde la organización, se producen especialmente en redes sociales, pero también de manera presencial en forma de gritos, incidentes o comentarios de reproche.

“Nos tachan de mafiosos y nos gritan”

“Ahora cambió el cuento. Ya no somos tan fetén como éramos antes”, resume Ángel, voluntario de Cruz Roja desde hace 30 años. “Antes, empatizaban con el sufrimiento de los inmigrantes, nos decían que hacíamos un buen servicio ayudándoles. Ahora somos los malos. Nos tachan de mafiosos y nos gritan”, dice el hombre de 73 años. Los voluntarios de la institución humanitaria, a los que la extrema derecha ataca por el trabajo de acogida de migrantes, también apoyan a la población canaria mediante programas como el reparto de alimentos o el acompañamiento de ancianos. “Parece que no se acuerdan de toda la gente que hemos salvado en la playa, española o extranjera, de infartos, de ahogamientos…”, dice Ángel. 

El voluntario constató el odio cocinado entre una parte de la sociedad isleña en octubre de 2020, cuando el campamento de migrantes del muelle de Arguineguín alojaba a los migrantes en condiciones de hacinamiento e insalubridad. Desde hacía semanas, sostiene, empezaba a ser habitual chocarse con gritos antiinmigración cuando se dirigía hacia el puerto con el coche cargado de miles de zumos y bocadillos para repartir entre los recién llegados. 

Uno de aquellos días, relata, a su salida del recinto se encontró con una manifestación de extrema derecha. “Iba en mi coche y no me dejaban salir del puerto, me tenían rodeado y uno me grababa con un móvil”, recuerda el voluntario. A su alrededor gritaban: “Cruz Roja criminal”. 

“Me crucé de brazos y no sabía qué hacer. Llamé a mi jefe y mandaron a los antidisturbios que estaban en el muelle”, continúa. Mientras hablaban con ellos, Ángel escuchó: “La Cruz Roja puede pasar, pero la guagua [autobús] con los inmigrantes, no…  Y yo pensaba: protestan para que los saquen del muelle, pero ahora dicen que a ellos no les dejan salir, ¿pero qué es esto?”.

Paula se acababa de incorporar al equipo de Cruz Roja como trabajadora cuando empezó a identificar la escalada de xenofobia que estaba por llegar. “Entraba en Arguineguín con un voluntario que es de Senegal y está aquí con una beca de estudios. Nos tuvo que escoltar la policía porque había una manifestación de gente de extrema derecha y empezaron a gritarle: ”Inmigrante vete a tu país“, recuerda la empleada de la organización:  ”Ahí vi que el racismo en esta isla estaba en aumento“.

“No eres bien visto cuando vas con el uniforme”

La enfermera vive en el sur de Gran Canaria, donde se ubica el puerto de Arguineguín y se localiza la mayoría de los hoteles -vacíos por la falta de turistas- donde el Gobierno alojó a los migrantes como medida de emergencia. “Fui percibiendo que no eras bien visto cuando te veían pasar con el uniforme o con el coche de la institución. Antes, al acabar, a veces sí me iba a hacer la compra con el uniforme, pero ahora ya no”, reconoce la sanitaria, que también ha trabajado con otra organización en la atención de los refugiados rohingya en Bangladesh.

Los episodios de acoso no siempre han afectado a quienes atienden a personas migrantes. Puede bastar con caminar por la calle con el uniforme de Cruz Roja. Ruth Ojeda decidió hace ocho meses dedicar sus mañanas libres de la semana a repartir alimentos y acompañar a ancianos en Gran Canaria, en el marco del programa de voluntariado de la organización. 

A su salida de la jornada de voluntariado, cuando volvía a casa con el uniforme, empezó a escuchar unos gritos que parecían dirigirse hacia ella desde una manifestación. “¡No queremos a nadie de la Cruz Roja, ustedes son vendidos!”, le increpó la mujer mientras grababa su propio episodio de acoso. Ruth se limitó a decirle que no era trabajadora, sino voluntaria; se dio la vuelta y siguió su camino, mientras la manifestante continuaba atacándola: “Vete de aquí, ¡sinvergüenza!”. Todo quedó grabado en este vídeo.

“Al principio me asusté, pero me di la vuelta y la dejé hablando sola”, comenta Ojeda. Desde entonces, se quita el uniforme al terminar su turno. “Me da rabia, no sé por qué me tengo que esconder…”, sostiene con frustración. La mujer, de 30 años, reconoce que está cansada de escuchar comentarios racistas cuando dice que trabaja en Cruz Roja. “Me gustaría que se pusiesen en su lugar. Vienen a buscarse la vida, como podemos hacer todos. Y nosotros solo estamos ayudando”, dice Ruth.

Más allá de estos casos de acoso directo, los voluntarios y trabajadores de Cruz Roja también perciben un recelo social en sus actividades cotidianas. Paula y Ángel estaban desayunando la semana pasada cuando un señor se acercó para hacerles un comentario: “Nos dijo, super indignado, que antes era socio de Cruz Roja y ahora no va a 'dar ni un duro' por la inmigración”, sostiene. “¿Y yo qué le voy a decir? Me gustaría que si voy a desayunar en un rato libre no me vengan a faltar el respeto. Soy profesional y no entro a contestar al discurso de odio que nos encontramos constantemente, porque si entras a debatir, sales perdiendo”, dice la enfermera. La institución les ha recomendado “evitar entrar en las provocaciones” ante el aumento de este tipo de situaciones.

Una papelería fue otro de los escenarios del comentario de turno. “Estaba en mi horario laboral, vestida con el uniforme, y la dependienta me dijo: 'Bueno, tú me dirás cuándo se van a ir de la isla. Tú sabrás cuándo se van”, recuerda la enfermera. Ángel también se tropezó con un ataque, fruto de los prejuicios racistas, cuando intentaba echar la quiniela: “Tienes el COVID, no vengas aquí”, le dijo un conocido.

La escalada de racismo en Canarias se produce tras meses de tensión acumulada, derivada del bloqueo en las islas de miles de migrantes, que ven frustrados sus planes de trabajar en España y pasan las horas sin apenas nada que hacer en los recursos de acogida donde son alojados. Las decisiones políticas de emergencia, como su acogida en hoteles o el campamento levantado en Arguineguín han marcado, según varios expertos consultados, el aumento de la xenofobia detectado en el Archipiélago. A ello se suma el discurso de odio azuzado por Vox, formación que ha aprovechado la crisis migratoria para expandir su mensaje xenófobo, a través de la difusión de bulos y declaraciones racistas que también señalan a las organizaciones humanitarias.

No es sencillo escuchar algunos de los comentarios falsos difundidos entre la población para alguien que trabaja en el puerto en la recepción de barcas repletas de personas extasiadas, reconoce Paula. La enfermera recuerda alguno de los momentos más difíciles vividos en el muelle de Arguineguín. La sanitaria menciona el día que atendió a una mujer en estado de shock después de ver morir a su hijo, cuyo cadáver fue arrojado por la borda durante el camino. Ángel cita aquellos años en los que recogía cuerpos sin vida de quienes naufragaban en su intento de llegar a las islas o el débil estado en el que llegan cuando son recibidos por los voluntarios.

“Apetece decir muchas cosas, pero no podemos. Apetece decir que no saben nada de la tragedia que se está viviendo. Nosotros la vemos a pie de barco: travesías eternas e inhumanas. Olvidamos todo y atendemos esas situaciones. Hay que ser profesional, separar y sacar a esas mujeres adelante. Y luego, después de verlo, respiramos varias veces cuando nos encontramos con gente que repite bulos desde la ignorancia”, concluye Paula, quien matiza que ellos pueden quitarse el chaleco después del trabajo y seguir con su vida: “Pero los migrantes pueden sufrir estas situaciones constantemente”.

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