La crisis bancaria americana cierra el grifo del crédito y eleva los riesgos de recesión
La primera economía mundial parece rememorar “la exuberancia irracional” con la que definió Alan Greenspan el boom bursátil y los “excepcionales beneficios” que recorrieron los mercados de capitales a comienzos del actual milenio. El entonces presidente de la Fed anticipó con su mensaje las vacas flacas de la crisis de las punto-com de 2001 y del credit crunch de 2008; en medio de cuyas tempestades se fraguó la oleada de hipotecas subprime que dieron la puntilla definitiva a Lehman Brothers, emblema del mayor tsunami financiero desde el crash de 1929.
Como en aquella ocasión, los escombros del Silicon Valley Bank (SVB) y de los otros tres bancos medianos que han quedado engullidos en el trágico marzo de este año han dirigido a la arquitectura bancaria americana a una recurrente penitencia en su particular Muro de las Lamentaciones. En esta ocasión, para purgar los pecados de la laxitud regulatoria de la Administración Trump, que rebajaron los requerimientos asignados al sector por la Ley Dodd Frank de 2009 con unos niveles de liquidez más condescendientes que hicieron detonar la bomba de relojería del SVB.
Pero también, y en paralelo, esta crisis bancaria revela un apagón crediticio que resta capacidad de gasto a las familias y de inversión a las compañías. O, como alerta Jerome Powell, el máximo responsable de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, genera un peligro latente de otro colapso financiero, como el de 2008.
El clima económico y financiero en EEUU anticipa estos temores, según varios de los parámetros que maneja la Fed y que su Comité de Mercados Abiertos barajará en sus próximas citas, en las que tendrá que concretar si continúa con la fase alcista de tipos iniciada en 2022. Uno de ellos es el sondeo de su institución neoyorquina que alerta de la percepción de los hogares de que su acceso al crédito se ha deteriorado y de que los bancos ofertan “condiciones demasiado restrictivas”.
El informe, de la Fed de Nueva York, señala que la proporción de familias que podría incurrir en impagos el trimestre en curso ha saltado del 0,3% al 10,9%, la cota más alta desde 2014. Señal inequívoca de que un proceso de credit crunch implicaría “significativas” consecuencias sobre la actividad, como advierte Powell; sobre todo, en la demanda interna, el motor productivo del PIB americano.
La última maniobra de la Reserva Federal -la subida, en pleno derrumbe bancario de marzo, del precio del dinero en un 0,25% en vez de medio punto sugerido en su reunión previa-, evidencia, a tenor del pensamiento del mercado, que la autoridad monetaria sopesó los daños ocasionados por la quiebra del SVB. Además de demostrar su desconfianza en una rápida restauración de las ratios de liquidez de las cuatro entidades en quiebra, con unos tipos de interés en cotas elevadas y claras perspectivas de encarecimiento por una inflación aún desbocada que podrían ejercer de combustible de propagación del contagio en el sector.
La alerta temprana del presidente de la Fed se sustentó en otros diagnósticos contundentes que recogen las actas de la reunión ejecutiva de la institución. Como el que desvelaba que el 45% de los bancos había endurecido sus ofertas prestamistas a consumidores y empresas en el trimestre final de 2022. Y que sirvió de argumento a las voces en el seno de la Fed partidarias de pausar el rally alcista de tipos para atender la estabilidad financiera y el dinamismo económico. De hecho, varios de sus miembros, presagian una “suave recesión” a lo largo de este año.
“El colapso crediticio ya ha empezado”, conviene en señalar Torsten Slok, analista jefe de Apollo Global Management en una nota a inversores, en la que augura que habrá “más problemas a la vista” por las nuevas regulaciones de emergencia que se gestan en el ámbito ejecutivo y que, a su juicio, acarrearán “aumentos de costes crediticios” y condiciones financieras “más estrictas” de las que operan en los 2,8 billones de dólares en los que la Fed cifra actualmente los préstamos en circulación.
Aversión al riesgo inversor y la deuda familiar
La huida de más de 500 millones de dólares por el desplome del SVB ha acrecentado la aversión inversora a los bancos de mediana dimensión y agudizado “dramáticamente” los cálculos de los departamentos de riesgo de las entidades financieras que tienen ante sí -aventura Brett House, profesor de práctica económica en la Columbia Business School-, “la doble misión de saber con antelación si sus futuros clientes cubrirían posibles interrupciones en sus obligaciones crediticias -por un lado-, y descifrar con precisión si su banco podrá mantener sus ratios de liquidez en caso de que surgieran salidas excepcionales de depósitos”.
“Hay una sensación de certeza en que, en 2023, firmar un crédito será más difícil y caro”, agrega Greg McBride, analista financiero jefe en Bankrate a Business Insider. Por si fuera poco, “y hasta que no se concreten las próximas exigencias regulatorias, más rigurosas, cada entidad impondrá sus criterios de solvencia y aplicará sus cálculos de concesión de préstamos”, precisa House, lo que “podría instaurar una mayor competencia, pero también mayores dificultades para localizar las mejores opciones” del mercado.
Otro dato que constata la contracción crediticia es el que también desvela la Fed de Nueva York sobre las tarjetas de crédito, cuyas peticiones de adelanto de liquidez por parte de sus titulares, crecieron en 61.000 millones de dólares entre octubre y diciembre, hasta sobrepasar los 986.000 millones. Más madera para el endeudamiento de los estadounidenses.
La intensa cita de la Fed dejó, sin embargo, algún halo de optimismo. Por ejemplo, que la Federal Home Loan Bank (FHLB), entidad creada por Herbert Hoover tras el Crash de 1929 para brindar liquidez al sistema en escenarios de inestabilidad, rebajó sus emisiones de deuda desde los más de 300.000 millones que inyectó en la quincena que sucedió a la debacle del SVB a apenas 37 millones en la última semana de marzo. Síntoma de que sus coberturas financieras, enfocadas sobre todo a vivienda de familias e inversión de empresas, volvían a una cierta normalidad con el doble escudo de protección federal del Tesoro y la Fed y el salvavidas de la gran banca. Ambos salvoconductos, de carácter milmillonario, dirigidos a restablecer la liquidez del sistema.
Cóctel de recesión e inestabilidad de los mercados
Quizás esta pronta reacción haya ocasionado la sorprendente revalorización del 4% del S&P 500 en marzo con cuatro bancos hundidos. Aun con los tambores de recesión que se escuchan desde EEUU y el aviso del FMI de que es “demasiado pronto” para enterrar el hacha de guerra lanzada por la banca y que los mercados están todavía bajo la influencia de una “peligrosa combinación de vulnerabilidades financieras”.
La economía americana exhibe, de hecho, varios flancos débiles. El primero, una esperada caída de beneficios empresariales en el primer trimestre de 2023, que podría rozar el 7% según datos adelantados de firmas de investigación como FacSet. John Butters, uno de sus analistas, presagia que descenderán un 6,8% respecto al mismo periodo de 2022, el retroceso más agudo desde la Gran Pandemia. Al tiempo que provocará -insiste- una reducción del promedio de ganancias del último lustro, situado en el 13,4%. “Es una contracción histórica”, alerta. Pese a lo cual, el bancario será uno de los once sectores que analiza el indicador de FacSet que sorteará esa tendencia, con una esperada alza del 9% de sus beneficios.
Butters achaca este descenso del negocio empresarial a las nueve alzas continuadas de tipos de la Fed para congelar la inflación, que reducirá un punto su indicador general, hasta el 5%. Goldman Sachs, por su parte, achaca el desánimo inversor a la crisis bancaria, “que dejará atrás los repuntes de rentabilidad” de 2022 hasta “hacer caer, este trimestre, los beneficios por acción en un 7%”.
Esta situación que podría agravarse si algún banco de riesgo sistémico -como alerta el FMI- “arrastra parte del dinamismo del PIB americano y global”. Advertencia a la que da pábulo Wells Fargo, ya que su estratega jefe, Chris Harvey, presagia una corrección del 10% en el S&P 500 a lo largo de los próximos dos trimestres, hasta instalarse en el entorno de los 3.700 puntos.
El segundo foco conflictivo es el inmobiliario, en el que las hipotecas a plazo fijo pasaron del 3% de finales de 2021 al 7% de octubre, el salto más intenso en dos décadas en un mercado que maneja un valor patrimonial de 45 billones de dólares. El peso de las hipotecas sobrepasa el 30% de las rentas de los hogares. No por casualidad, Powell habla de la necesidad de “resetear” el valor de las propiedades inmobiliarias.
En Oxford Economics inciden en el retroceso de horas de trabajo que subyace bajo la superficie de los datos de empleo, que sigue en tasas de plena empleabilidad pero que en la última semana de marzo se quedó a sólo 6.000 solicitudes de paro de las 200.000 que dictamina la recesión. Es el tercer sónar, al que se suma la debilidad de un sector exterior que resta crecimiento al PIB, el aterrizaje de los servicios y la industria y el receso del sentimiento empresarial y del consumidor.
Con este cóctel coyuntural, ha recordado a Mark Zandi, economista jefe de Moody’s, que “cuando la inflación se desboca y la Fed se torna agresiva con los tipos, la recesión sucede casi de inmediato. Es el peso de la historia”.
4