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¿Debería transigir el BCE con un objetivo de inflación del 3% en vez del 2% actual?

Christine Lagarde, presidenta del BCE, en la última reunión del consejo de gobierno de la insititución.

Daniel Yebra

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“Calibrar la política monetaria se ha vuelto cada vez más complejo”, admitió este jueves Fabio Panetta, miembro del comité ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE). Las dudas sobre las consecuencias en el empleo, la inversión de las empresas o los presupuestos de los estados del ciclo de subidas de los tipos de interés más agresivo de la historia de la eurozona se filtran ya hasta en el seno de la institución. Cada vez son más los expertos que se preguntan si habría que cambiar el objetivo de inflación del 2%.

El economista italiano, siempre el más 'paloma' o moderado de la primera línea del BCE, explicó en su discurso que “nos encontramos en una coyuntura en la que la inflación está cayendo, con los 'shocks' de oferta desvaneciéndose [por el desatasco de los cuellos de botella en el comercio mundial y el abaratamiento del petróleo y el gas], pero en la que el endurecimiento monetario pasado aún no se ha sentido en su totalidad”. E incidió en que, “con los tipos de interés ahora en territorio restrictivo, la política monetaria debe ajustarse de manera que nos permita alcanzar nuestro objetivo para las subidas de precios y evitar costes innecesarios para la economía”.



Panetta comparte comité ejecutivo con la presidenta Christine Lagarde, el vicepresidente Luis de Guindos o Isabel Schnabel, las más 'halcón' o agresiva del BCE. La alemana es la principal impulsora de la corriente que está dispuesta a asfixiar todo lo que sea necesario a las familias, a las empresas y a los estados (es decir, a la actividad en general) para que la inflación se modere al 2%. Su planteamiento se basa en que para la economía son más dañinos a largo plazo unos precios disparados y fuera de control que una recesión, como por la que ya está pasando Alemania.

Aunque crecen las voces que temen un golpe irreparable de esta agresividad, dado que, por un lado, se desconocen los efectos del encarecimiento de la financiación en los próximos meses (el BCE ha incrementado el 'precio' oficial del dinero desde el 0% de hace un año hasta el 4,25% actual) y, por el contrario, están en pleno despliegue los fondos de los planes de recuperación 'Next Generation EU' y es ya incuestionable la necesidad de más inversión para acelerar las transiciones ecológica y digital.

¿Por qué un objetivo de inflación del 2%?

A mediados de junio, el economista jefe a nivel global de Oxford Economics, Innes McFee, tituló un informe: “Tenemos que hablar de los objetivos de inflación”. En él llega a preguntarse si deberían transigir los bancos centrales con un objetivo de subidas de los precios del 3% en vez del 2% actual.

Primero hay que entender por qué la meta está fijada en ese 2%, que sí que es una cifra de consenso pero que no responde a ningún estudio empírico. Sencillamente, se trata de un ritmo de incrementos de los precios que se considera bajo, estable, y predecible, con el que nadie sale perjudicado, incluyendo los salarios de los trabajadores, según se explicó en esta información.

En resumen, una pequeña inflación ofrece margen de seguridad respecto a la deflación, la tendencia más temida por la teoría económica porque detrae las decisiones de consumo, de inversión... Provoca estancamiento porque las caídas de precios llevan a esperar para gastar. Del mismo modo, con una inflación del 2% y ante una recesión, los bancos centrales tienen margen para, al contrario que ocurre ahora, bajar los tipos de interés, facilitar la financiación y estimular la demanda y la actividad.

Además, con un crecimiento de los precios moderados, se pueden estancar los salarios sin dañar en exceso a los trabajadores en caso de que una economía sufra desequilibrios y tenga que ganar competitividad. Y, por último, una pequeña inflación obliga a los ahorradores a invertir, para que sus ahorros no pierdan valor, y así busquen destinos más rentables, o productivos.

“La política monetaria se encuentra en una coyuntura crítica. Tras décadas de crecimientos de los precios bajos y estables, los sísmicos shocks de oferta [por la pandemia, la guerra en Ucrania...] y la robusta demanda en los últimos años han sacudido las expectativas de subidas de precios”, observa Innes McFee, en el informe de Oxford Economics. “En un mundo de perturbaciones de oferta adversas más comunes [por la sequía y el cambio climático, la fragmentación geopolítica, la escasez de recursos...], el riesgo de que las expectativas de inflación se desanclen aún más es una amenaza real”, continúa.

“Los responsables de la política monetaria tienen una tarea casi imposible para compensar plenamente los daños de segunda ronda de la inflación”, se detiene. Es decir, para compensar la pérdida de poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores mientras algunas empresas (sobre todo las más grandes) tienen capacidad de trasladar la mayor parte del encarecimiento de sus costes (energía, materias primas...) a los precios de venta. O lo que es lo mismo, al consumidor.

En su discurso, Panetta, del BCE, señala que “hasta ahora, la evolución de los salarios ha estado en línea con las proyecciones de la institución, que prevén que la inflación vuelva al 2% para finales de 2025”. Y añade que “la caída de la inflación contendrá las demandas salariales y los elevados beneficios de las empresas ayudarán a absorberlas”.

Según la opinión del experto de Oxford Economics, “es probable que la inflación real aumente porque es improbable que las benignas condiciones de oferta que prevalecieron antes de la pandemia se mantengan en los próximos años por los cambios en factores estructurales, como la globalización”. Con esto se pregunta si los bancos centrales seguirán adelante con todo el endurecimiento necesario para que la inflación vuelva al 2%. “Resulta tentador pensar que podrían transigir y aceptar una inflación del 3% en lugar de infligir un dolor adicional a la economía para conseguir este último punto porcentual”, concluye.

Más inversión en los próximos años

Francisco Quintana, director de estrategia de inversión de ING España, también ha ahondado en esta cuestión y distingue dos posiciones. Una visión en la que “los tipos altos actuales serían ruido accidental, producto de un conjunto de circunstancias excepcionales—la combinación de una pandemia y una guerra—con poca probabilidad de repetirse”. Esa “excepcionalidad se disiparía poco a poco y volvería la vieja Europa, con una población que envejece y ahorra en abundancia, y una economía que no genera oportunidades para invertir de manera eficiente [...]. En poco tiempo el banco central se vería forzado a reducir tipos e inyectar liquidez de nuevo para animar la actividad económica”, proyecta este economista.

Pero señala la otra visión, que apunta a “que los tipos de interés no volverán a bajar, porque una vez que se controle la inflación, empezará una ola gigantesca de inversión. Primero, porque [en las últimas décadas en general] se ha invertido menos de lo que habría sido razonable. Y segundo porque a esto se añade la inversión imprescindible para completar la transformación energética que hemos de acometer”.

En este escenario, “los bancos volverían a ofrecer cuberterías para atraer el ahorro de los clientes. Pierden las empresas y las familias más endeudadas, pero en un contexto de fuerte crecimiento sus ingresos deberían ser suficientes para no quebrar”, finaliza Quintana.

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