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La diplomacia económica española afronta el reto de reorientarse ante el nuevo orden mundial

El rey Felipe VI, junto a la vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, y el ministro de Exteriores José Manuel Albares, durante una visita a la institución monetaria.

Ignacio J. Domingo

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La remodelación de la diplomacia económica es una asignatura pendiente y casi perpetua. Para España y para potencias industrializadas y mercados emergentes que se disputan la supremacía global y se reorganizan y alían para ejercer influencia en los grandes asuntos de la agenda mundial. 

España ha protagonizado varios periodos de reflexión para reformar su diplomacia económica. El primero, ya con la Organización Mundial del Comercio (OMC) operativa -y con China entre sus estados miembros-, fue en 2001, cuando las empresas hispanas llevaban un decenio de adquisiciones de activos internacionales en América Latina, su espacio natural de expansión exterior por su afinidad histórica y cultural. Fue antes de que en la primera década de este siglo apostasen por Europa, con grandes operaciones enfocadas sobre todo hacia Reino Unido de Santander, Telefónica e Iberdrola, entre otras.

Pero el 11-S acabó súbitamente con este análisis y reflexión sobre cómo encauzar la diplomacia económica moderna. El primer cónclave de embajadores, llamados a Madrid por el Ejecutivo de José María Aznar para definir y orientar los criterios mercantilistas de la acción exterior hispana, coincidió con la fatídica agresión en suelo estadounidense, y la lucha contra el terrorismo apartó los lazos económicos del lugar más destacado de la agenda mundial.

El soft-power activo que antecedió al gran crack del crédito de 2008 se saldó con la participación activa de España en el G-20, encumbrado como gobierno económico mundial. Y tras ello llegó el segundo intento de restauración de la diplomacia económica española. Fue una oportunidad histórica perdida para restablecer la imagen solvente de España. Los años de la crisis de la deuda europea, con España como socio rescatado y la mala reputación larvada por los casos de corrupción, restaron músculo internacional a la cuarta potencia del euro.

Ahora llegaría el tercer intento, dentro de un nuevo orden mundial, con riesgos de quiebra de la globalización, con la guerra de Ucrania y las amenazas de desacoplamiento en bloques comerciales entre EEUU y China, lo que exige repensar las tácticas diplomáticas mercantiles. Entre otras cosas, porque tras la adversidad del bienio de la Gran Pandemia, ahora con la espiral inflacionista, España ha ganado peso en Europa como impulsor de medidas como las compras comunitarias de vacunas, los fondos Next Generation y como catalizadora del tope al precio del gas y la mutualización de la deuda.

Las amplias donaciones de vacunas, haber albergado la cita de la OTAN que amoldó la estrategia militar de la Alianza y la mediación activa en el G-20 también suman réditos a la marca España.

Acciones mercantilistas aconsejables 

En este contexto se enmarca un reciente informe del Instituto Elcano coordinado por Miguel Otero, investigador del think-tank español y profesor del IE School of Global and Public Affairs. El estudio gira en torno a la premisa de que “una diplomacia económica integral es un requisito imprescindible para la competitividad de cualquier país” porque “cada vez más, las empresas operan en una economía globalizada”. Un entramado en el que “exportan para sobrevivir, crecer y prosperar” y donde “todos los países practican, oficial o informalmente”, acciones exteriores mercantilistas que se “adaptan y flexibilizan” a los virajes “estructurales” de los mercados y a los nuevos asuntos y actores que se hacen un hueco en sus ecosistemas de negocios.

De la selección de las mejores prácticas de diplomacia económica, Otero y su equipo consideran necesario “superar la tradicional tensión ministerial entre Exteriores y Economía, y las áreas de Industria o Comercio” para afrontar los desafíos globales en ciernes.

Una opción es una “integración a la australiana”, con un modelo vertical, en el que prácticamente toda su estrategia económica y comercial esté bajo la tutela del Ministerio de Asuntos Exteriores y Comercio (DFAT). Este enfoque lo califican de “difícil”, por la configuración gubernamental española, por lo que no entran a valorar la fusión entre el cuerpo diplomático y el de técnicos comerciales del Estado. Un asunto polémico que ha emergido en el pasado reciente, pero que parece dormitar en el sueño de los justos.

Los intentos vanos de unificar costes, recursos y servicios profesionales entre ambos estamentos chocaron con el rechazo, en mayor medida, de los técnicos a renunciar a la gestión de las oficinas comerciales en el exterior, pese al ofrecimiento de pasar a ser designados embajadores.

La alternativa -explican en el Instituto Elcano- pasa por reforzar los mecanismos de coordinación interministerial, con vistas a incentivar la cooperación de la gestión de recursos y de las misiones en el exterior, dentro de una “estrategia integral y triangular” que englobe al sector privado. Y recuperar la convocatoria regular del Comité de Política Exterior, foro al que acudían en el pasado los titulares de las carteras con proyección internacional e invitaba a sus deliberaciones a empresas con vocación exterior, en una cohabitación necesaria que construiría una “auténtica y necesaria estrategia diplomática estatal”.

Rencillas en las Cámara y la CEOE

Sin embargo, esta opción también presenta un escollo surgido en el pasado reciente, las rencillas entre el entonces Consejo Superior de Cámaras de Comercio y la patronal CEOE por ser el interlocutor en estas mesas de diálogo. Ambas instituciones, con comités bilaterales propios para abordar sus negociaciones en el exterior, nunca se han planteado en serio aunar fuerzas y operatividad.

En cualquier caso, resalta Otero, esta búsqueda de un nuevo lugar en el mundo implica también “la atracción de inversiones”, así como “el desarrollo de instituciones especializadas capaces de proporcionar información útil y detallada y de gestionar relaciones” con los actores del capital exterior. Y, por supuesto, y de manera aparejada, la puesta en liza de una diplomacia científico-digital, bilateral y multilateral para perfilar la imagen de país garante de la innovación. Además de promoción constante de foros para la consolidación del sector exterior, con más de 54.000 firmas exportadoras regulares.

La imagen y reputación “son activos que sirven para asegurar un posicionamiento de país” de cara a esos dos objetivos: aumentar la vocación exterior de las empresas con una mejora de la marca España, y elevar el atractivo del mercado español para las inversiones foráneas.

Marcos comparativos

El diagnóstico de estos expertos elige al Reino Unido como referente por “su larga y reconocida trayectoria diplomática y su primacía comercial”, adaptada con celeridad a los “desafíos” de los cambios en el orden mundial desde finales del siglo pasado. Más en concreto, desde 1997, con el Nuevo Laborismo de Tony Blair. Entonces, la acción económica exterior británica se reestructuró en una planificación centralizada bajo un único órgano, extendió el área de actuación comercial de sus diplomáticos e incorporó la voz empresarial a su estrategia. Todo ello, en paralelo a la evaluación de políticas económicas de think-tanks, servicios de estudios de empresas y bancos y ONG, que pasaron a ser actores claves en el diseño de la diplomacia de Downing Street.

Pero también dejan retazos de otros socios estratégicos de España. Como el modelo francés, el más institucional, vertebrado y horizontal de los analizados, a pesar de su concepción estatalista y presidencialista, que “podría denominarse esférico por las elevadas sinergias entre ministerios y entre organismos públicos y empresas privadas”. Su actuación se “materializa a través de acuerdos”, de estrategias y de entidades únicas que “beben conjuntamente y se favorecen de una manera circular” del resultado de acciones económicas exteriores que “históricamente son inherentes a la identidad nacional francesa”.

También Países Bajos, que se distinguen por “la modernización de su servicio diplomático” y su rápida adecuación a los tiempos. Italia, con un “firme apoyo a la internacionalización” de su comunidad empresarial y un alto grado de “comprensión de las prioridades y del diseño de la estructura institucional” necesaria para su adecuada implantación.

De Australia se destaca que traza una hoja de ruta clara, debido a su dependencia de los mercados de exportación, por lo que su agenda comercial resulta esencial para una diplomacia económica que alcanza “mayores dosis de efectividad cuando hay sintonía público-privada”. Y de Brasil, que modela una triple prioridad de captación de capitales foráneos, promoción de su sector exterior e impulso a su industria turística.

Corea del Sur, dicen, “cuenta con una de las mayores representaciones diplomáticas del mundo y goza de un sector privado competente en áreas especializadas de tecnología aplicada”. También “se ha posicionado en los últimos años como un gran exportador de cultura popular”. De Alemania inciden en que “tarda en decidirse, pero cuando lo hace es un panzer” por su efectividad y capacidad de ganarse adeptos a su causa en Europa y en organismos multilaterales. Y de Israel, su habilidad para convertirse en nación start-up, tremendamente favorable para atraer inversión exterior y erigirse en un polo de innovación con una imagen de destino “dinámico y de excelencia en sus sectores competentes”.

El momento parece idóneo si se tienen en cuenta predicciones como la de Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro estadounidense, para remodelar el entramado institucional de Bretton Woods, donde nacieron el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, en 1945, y amoldarlo al renovado orden global. Y consideraciones como la del director de la Cátedra Mesías de Empresas Españolas en el Exterior, José María Cubillo, para quien una marca país fuerte y sólida “se construye sólo con buen gobierno, a través de una gestión eficiente y eficaz de los atributos que la componen y políticas acertadas que generen confianza y credibilidad en los públicos objetivo”.

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