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3,3 millones de mujeres no buscan empleo por dedicarse a los cuidados, frente a 341.000 hombres

Varias mujeres en una convención tecnológica.

Ana Requena Aguilar

Cuidar es aún un trabajo de mujeres. No hay encuesta o estudio que no lo confirme, la última, la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre del año: 3.309.000 mujeres están inactivas (no están disponibles para el empleo) por causas relacionadas con las labores domésticas y de cuidados, frente a 341.000 hombres que aducen la misma razón para estar fuera del mercado laboral. Frente a este desequilibrio, los datos también muestran, sin embargo, una tendencia clara: las mujeres no dejan de incorporarse a la población activa y lo hacen, más que antes, en las edades a las que se suele ser madre.

Más allá del paro y del empleo, la Encuesta de Población Activa ofrece datos que permiten conocer quién está activo (es decir, en disposición de trabajar y búsqueda de empleo), quién inactivo y por qué razones. Hoy por hoy hay 22,8 millones de personas activas: 12,2 millones hombres y 10,6 millones mujeres. En tasa, la diferencia es aún más patente: la tasa de actividad femenina es del 53,2% frente al 64,6% de los hombres.

Esa brecha se debe fundamentalmente a los cuidados. Si le damos la vuelta a la tortilla, a las personas que están inactivas y a sus razones para estarlo, las “labores del hogar” marcan la diferencia. Esa es la principal causa de inactividad en las mujeres -3,3 millones aducen este motivo para no buscar empleo- mientras que para los hombres es la cuarta razón (de siete) -afecta 341.000 hombres, el 10% de las mujeres en esta situación-.

Sin embargo, en la última década se han producido cambios significativos. En 2008, el número de mujeres que estaban inactivas por las labores de cuidados era aún mayor: 4,3 millones. Es decir, en los últimos diez años hay un millón menos de mujeres para las que este trabajo las excluye del empleo formal. En el caso de los hombres, ha aumentado: ahora son 77.000 más los que aducen esa razón para estar inactivos. Un estudio reciente muestra precisamente que la incorporación de las mujeres a la población activa, aunque con altibajos y con las brechas mencionadas, no ha dejado de crecer desde los años 80.

Antes de la crisis, la población activa tendía a crecer. La llegada de la gran recesión cambió ese patrón, aunque no para todos: los hombres frenaron su incorporación a la actividad, mientras que las mujeres no la detuvieron. “Los datos sugieren que la destrucción de empleo masculino tuvo como consecuencia que algunas mujeres intensificaran su oferta de trabajo, comportándose como trabajadores añadidos”, dice una investigación de las Inmaculada Cebrián y Gloria Moreno sobre las desigualdades de género en el mercado laboral en el último número de la revista de Funcas.

“El incremento de la población activa femenina sigue siendo patente en los últimos quince años, a pesar de la gran recesión (...). En cambio, la población activa masculina muestra una tendencia decreciente, debido al retraso de la incorporación de los jóvenes a la actividad, al adelanto de la edad de jubilación y a la salida del mercado laboral de mano de obra inmigrante”, dicen las autoras.

Cambio en las generaciones jóvenes

El estudio de los datos por edad muestra, además, un cambio en las pautas de comportamiento de las mujeres. En 2005, las mujeres con las tasas de actividad más alta eran las que pertenecían al grupo de edad de entre 25 y 29 años, con un 83%. Doce años después, son las mujeres de entre 40 y 44 años las que tienen una actividad más alta, con un 86%. Para las investigadoras, eso significa “que el abandono del mercado laboral por parte de algunas mujeres, coincidiendo con la edad de maternidad, es una práctica que ha tendido a desaparecer desde 2005”.

“El modelo tradicional de participación femenina está dando paso a unas pautas cada vez más parecidas a las de los varones, con tasas más altas y un mayor grado de permanencia en la actividad en las edades intermedias”, prosiguen. No obstante, añaden, incluso en las edades en las que las mujeres registran las mayores tasas de actividad la diferencia con los hombres permanece y se sitúa entorno a nueve puntos por debajo.

El cambio en la formación de las mujeres también influye. Los datos del Ministerio de Educación muestran que las mujeres suponen el 55% de personas matriculadas en grados o másteres y que el nivel de estudios de las cohortes más jóvenes ha aumentado respecto a otras generaciones. “La mayor presencia de mujeres en el sistema educativo conlleva una mayor inversión en capital humano que las mujeres tratan de rentabilizar en el desempeño de un trabajo remunerado. Para las mujeres que han invertido tanto en su formación, permanecer en el hogar y renunciar a un salario de mercado deja de ser una alternativa rentable”, señalan.

Otra cosa es en qué condiciones trabajan luego las mujeres ocupadas. La investigación, de hecho, dice que la mayor participación laboral femenina debería acompañada de políticas de igualdad y conciliación que se destinen tanto a hombres como a mujeres.

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