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‘Sálvese quien pueda’ en la carrera por el hielo del verano español

Un cartel en un establecimiento en Madrid.

Víctor Honorato

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En la distribuidora de hielo La Polar de Benicàssim el ambiente de trabajo recuerda hoy al de una empresa de mascarillas en el momento álgido de la pandemia de COVID. “Estamos todo el día enganchados al teléfono intentado comprar donde sea. Nos llaman desde cualquier sitio de España, a unos compañeros los han llegado a llamar de Nápoles”, explica por teléfono Moisés Prieto.

Escasea el hielo en el país, después de un invierno en que los fabricantes no hicieron acopio de existencias por el alto precio de la luz, un final de primavera cálido en el que el consumo explotó y un verano de sucesivas olas de calor. Así que gasolineras y supermercados responden a la falta de género limitando las compras, mientras los organizadores de grandes eventos hacen malabares y reclaman favores para llenar los congeladores antes de abrir sus puertas.

Cruza los dedos, por ejemplo, Cástor Herrera, responsable de hostelería del festival Rototom Sunsplash, centrado en la música reggae, que se celebra del 16 al 22 de este mes también en Benicàssim. “Me decían que si era un conspiranoico”, recuerda el hombre que le recriminaban cuando comentaba en su entorno que algunos distribuidores le estaban avisando, ya a finales de junio, por San Juan, de que este año iba a haber poco hielo, que las fábricas empezaba a no dar abasto.

Resultó que era cierto. “Los precios están triplicados. La gente está anticipando los pagos antes de recibir el género, son cantidades desorbitadas”, asegura. Él dice que se cubrió las espaldas en cuanto escuchó los primeros rumores de escasez, tirando de contactos. “En principio para el Rototom lo tenemos solucionado [el suministro], pero hasta que no lo tenga en la mano no estoy totalmente tranquilo”, cuenta.

“Ahora mismo, si en España se fabrican cinco unidades, se están vendiendo 17”, apunta Prieto, el responsable de la distribuidora La Polar. “Si me preguntas si la semana que viene habrá género, nadie lo sabe”, señala. Explica que la carrera por no quedarse sin cubitos es un sálvese quien pueda. “Pides un tráiler y cuando te viene está la mitad, porque la otra la han vendido. Vamos trampeando así, pagando el triple porque no nos queda otra, [porque] hay que mantener el mercado como sea”.

¿Qué ha pasado? “Veníamos de dos años de pandemia, las empresas estaban un poco descapitalizadas y no han invertido en almacenar. Guardar un palé en una cámara valía el triple [en enero]. Eso más la subida de precio del plástico para envasar ha resultado en una tormenta perfecta, ahora que en verano se ha abierto todo de golpe”, razona.

Previsiones desbordadas

La empresa Procubitos fabrica en torno al 20% del hielo que se comercializa en España en cuatro factorías, la mayor de las cuales está en Cebreros (Ávila). Su director de operaciones, José María Sánchez, explica que las previsiones de demanda de principios de año se quedaron cortas. La empresa pretendía empezar a almacenar género en mayo, pero conforme avanzaba la primavera tuvieron que acelerar los tiempos y empezar a producir en todas las fábricas las 24 horas del día, siete días a la semana, desde mediados de abril. Lo normal era que hasta mayo se trabajase en tres turnos diarios, descansando los fines de semana. 

¿Debieron haber empezado antes? “Es una industria muy estacional, en la que el 60% se vende en cuatro meses. Y desde el inicio del año hubo condiciones que afectaron al negocio, como la inflación y el aumento del precio de la energía eléctrica, que no puedes repercutir a los clientes porque ya tienes acordados los precios”, opone Sánchez.

Aunque el hielo tarda dos años en caducar, tener los arcones a 18 grados bajo cero era un coste excesivo, entendían en Procubitos, que dice estar cumpliendo con la demanda comprometida con los clientes de todo el año. Pero les está costando más con los estacionales o los rebotados de otros proveedores. El directivo también apunta a un factor comercial: “Hay clientes que quieren el hielo, pero con su marca. Eso dificulta construir ‘stocks’. En esos casos, el que tendría que haber hecho acopio es el cliente”, defiende.

De 75 céntimos a dos euros por kilo en el súper del barrio

“En este negocio no hay grandes márgenes”, repiten las fuentes del sector, que justifican que el sobrecoste se pase al cliente, al menos parcialmente. “Una parte se traslada”, reconoce Moisés Prieto. “Nuestro precio promedio es de un euro por dos kilos de hielo, lo que vienen a ser unos 40 cubitos. Ahora estaríamos en unos 7,5 céntimos de euro por cubito”, apunta José María Sánchez. Antes del cuello de botella, el importe rondaba los siete céntimos. Esta alza ha sido súbita y ya la están notado en algunos bares y restaurantes, por ejemplo en Madrid.

Elisabeth Gervasio, del restaura Íjole, en la calle Embajadores, explica que si las bolsas costaban hace siete días 75 céntimos en el supermercado, ahora ya llegan a dos euros en algún establecimiento. “¡Es que no hay!”, se queja esta hostelera. Con el hielo, en pleno agosto, la demanda es inelástica, viene a decir: “Te toca cogerlo de donde sea. ¿Qué haces sin hielo ahora? Si lo necesitas, tienes que comprarlo”.

En los supermercados han empezado los racionamientos. En uno enfrente de la estación de Príncipe Pío, un cartel avisa: “Limitamos la venta de hielo a dos unidades por cliente”, y recuerda que no venden al por mayor. “Venían a traer dos veces por semana, y ahora solo una; se está notando”, indica la encargada.

Parecido panorama se observa en un par de gasolineras cercanas a la glorieta de Embajadores. “Vengo de Málaga y allí es igual. La demanda es bestial”, dice Fran Ramírez, encargado de la primera, donde el tope por cliente es de cinco bolsas o un saco. “He hablado con el proveedor y dice que harán todo lo posible para pasarse mañana, pero no lo garantizan”, señala David Miranda, de la competencia, a quien ya solo le queda una decena de bolsas.

La falta veraniega de hielo se suma así a un 2022 de problemas de abastecimiento de múltiples productos, entre cortes de cadenas de suministro resultado de la pandemia, la guerra y las demás convulsiones de la economía global. En el festival de reggae de Benicàssim, con el suministro aparentemente asegurado, Cástor Herrera se permitía hace unos días bromear con el distribuidor de cerveza, menos dependiente del hielo, a priori: “Estarás contento”, le dijo.

Pero resultó que no, porque otro material que falta es el aluminio, importante para los barriles. “Y cuando no es eso, falta vidrio o corcho para las botellas”, añade el hombre, riéndose pero sin ocultar su preocupación por el futuro, que teme apocalíptico: “Esto va camino de Mad Max”.

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