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Paul Collier: “Haber tenido a Juncker al frente de la Comisión Europea es ridículo. Creó el mayor paraíso fiscal de Europa: Luxemburgo”

Sir Paul Collier, catedrático de economía y políticas públicas de la Universidad de Oxford.

Aldo Mas

El capitalismo lleva cuarenta años avanzando descontrolado. “Ha descarrilado”, dice a eldiario.es Paul Collier, catedrático de economía y políticas públicas de la prestigiosa Escuela Blavatnik de Gobierno de la Universidad de Oxford. Su último libro, titulado The Future of Capitalism: Facing the New Anxieties (Allen Lane, 2018) o 'El futuro del capitalismo: afrontando las nuevas preocupaciones', explora los motivos que hacen de la actual situación económica mundial una realidad preocupante.

En un contexto internacional marcado, entre otras cosas, por las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos, la desaceleración económica o el auge de la ultraderecha y los movimientos de protesta a ambos lados del Océano Atlántico, Collier es de los que se atreven a realizar diagnósticos y pronunciar tratamientos.

Defensor de un “capitalismo ético”, Collier rechaza los postulados ultraliberales de quienes aborrecen la intervención pública en la economía. Especialista en migraciones y economías empobrecidas del tercer mundo, Collier defiende ahora la imposición de medidas fiscales que frenen, por ejemplo, las divergencias económicas que se viven entre las metrópolis y las zonas provinciales de los países desarrollados.

A quienes no quieren impuestos, este veterano y reputado economista les invita a conocer mundo. “Quienes piensan así, no tienen que luchar por la ausencia del Estado en Estados Unidos o Europa. La ausencia de Estado puede vivirse ahora mismo en Somalia. Eso es una sociedad sin Gobierno. Y no funciona”, afirma Collier

¿Por qué escribir un libro sobre el futuro del capitalismo?

Lo que quería era enfrentarme a las nuevas preocupaciones que han surgido como resultado del paso de cuarenta años en los que el capitalismo ha descarrilado. A mí lo que me ocupa es qué ha ido mal en el capitalismo en esas cuatro décadas. Y si el libro se llama “El futuro del capitalismo” es porque en él trato de abordar cómo corregir ese descarrilamiento.

¿Qué solución tiene el capitalismo?

No creo que la solución sea dinamitar el sistema. No hay otro sistema viable. El comunismo ya lo intentamos y no funcionó en ningún sitio. Creo que no hay que volver al comunismo, ni tampoco a la economía del siglo XV, cuando imperaba un sistema económico precapitalista. El capitalismo es el único sistema que se ha descubierto capaz de mejorar los estándares de la gente. Pero el capitalismo no funciona si lo pones en piloto automático. Así es como descarrila. Ésto es justo lo que ha pasado en los últimos cuarenta años. Lo trágico en todo esto es que no hemos tenido políticas públicas capaces de hacer frente a ese descarrilamiento.

¿Qué causó ese descarrilamiento del que usted habla? Hace cuarenta años el neoliberalismo daba sus primeros grandes pasos, con Margaret Thatcher, por ejemplo, en el Reino Unido.

Hay factores aún más importantes que ese. El capitalismo ha descarrilado en muchos países muy diferentes. Hay dos procesos clave. A saber, no ha parado de crecer el número de mercados que se han hecho globales. Mercados que antes eran nacionales ahora son internacionales. Esto ha creado una situación en la que sólo ganan un cierto número de ciudades. Las que ganan son aquellas que acaban convirtiéndose en escenario de un mercado global. Por ejemplo, Londres, que se ha convertido en esos 40 años en uno de los grandes centros financieros del planeta.

A medida que el mercado financiero se ha hecho global, Londres se ha convertido en una ciudad que ha salido ganando. La globalización, en suma, ha beneficiado a grandes ciudades, las metrópolis. El otro gran proceso es que, a medida que los sistemas de producción en la economía se han hecho más complicados, éstos sistemas necesitan gente con unas capacidades muy específicas que se adquieren con una educación muy concreta. La gente con una buena educación ha podido satisfacer a esos sistemas de producción. Pero la gente con peor educación, con habilidades más manuales, ha visto reducirse el valor de sus competencias.

En vista de esos procesos, usted habla de un capitalismo creador de divergencias, ¿no es así?

Con la globalización se han creado grandes divisiones entre, por un lado, la metrópolis que crecen económicamente y, por otro lado, ciudades provinciales que han quedado rotas como, por ejemplo, Sheffield, mi ciudad natal. Esa ciudad tuvo en su día un papel en la industria del acero, pero luego esa industria se marchó a Corea del Sur. Aquello supuso el colapso de Sheffield.

Mucha de su investigación se ha ocupado de las economías de los países pobres y de la división entre países ricos y pobres . Pero ahora usted alerta sobre la existencia de una división nueva en el seno de los países ricos.

Así es. Es nuevo que en los países ricos exista una división entre la gente de educación superior, que trabaja en las metrópolis y la gente que, con una educación menor, vive en ciudades menos importantes o poblaciones pequeñas. Esta división ha surgido en los últimos cuarenta años, en los que la gente joven con formación universitaria ha estado mudándose a grandes ciudades. Así, en las metrópolis hay gente cuya productividad e ingresos no han parado de crecer en los últimos cuarenta años, mientras que en las ciudades de provincias, uno encuentra grandes cantidades de población cuya formación ha perdido valor. Esta diferencia en términos de productividad no ha parado de ampliarse y no se ha hecho nada al respecto.

Es así que se generan las “preocupaciones” de las que habla su libro.

El 'brexit' en el Reino Unido, los chalecos amarillos en Francia, Alternativa para Alemania (AfD) o el Movimiento Cinco Estrellas en Italia son parte de un mismo fenómeno: gente que está enfada porque durante mucho tiempo se ha sentido abandonada. Esos fenómenos llegan como respuestas a problemas que tendrían que haberse solucionado hace mucho.

¿Sobre quién o quiénes recae la responsabilidad de ese abandono?

No se puede culpar sólo a las fuerzas políticas de la derecha o de la izquierda. En cuarenta años, en la mayoría de países de Europa, el poder ha sido compartido. Ha habido periodos de tiempo en los que el poder estaba en manos de la derecha o en manos de la izquierda. Pero ninguna de las dos hizo nada ante esas divergencias económicas.

Usted plantea medidas concretas como la de subir los impuestos a la población de las grandes ciudades.

Sí, necesitamos comprometernos. Hay que hacer, como dijo sobre el euro Mario Draghi [presidente del Banco Central Europeo], 'cuanto haga falta'. Hay que hacer 'cuanto haga falta' para restaurar la unidad de nuestros países reduciendo estas diferencias de productividad entre las metrópolis y las ciudades de provincias y la gente con formación de grado superior y la gente menos formada.

¿Qué papel juega en su reflexión sobre el estado actual del capitalismo el hecho de que haya conocidas empresas internacionales de éxito que hacen todo lo posible por no pagar impuestos? La estadounidense Apple suele señalarse como un claro ejemplo de esto.

Es una vergüenza. Y esto tiene que ser algo de lo que se ocupen los responsables políticos. Debido a este tipo de situaciones necesitamos a la comunidad europea. Porque Europa, colectivamente, es capaz de hacer algo al respecto. Estas grandes empresas necesitan al mercado europeo, y nosotros como europeos podemos ponerles reglas. Pero haber tenido a Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión Europea es ridículo. Él creó el mayor paraíso fiscal de Europa: Luxemburgo. Él estuvo veinte años como ministro de Hacienda o primer ministro de ese país, que luego han utilizado estas grandes empresas para sus propios fines.

“Una sociedad sin Gobierno no funciona”

¿Qué piensa usted de aquellos que, como Juncker, pueden temer o expresan temor por una mayor intervención pública en la economía?

Lo que yo siempre digo a quienes piensan así es que no tienen que luchar por la ausencia del Estado en Estados Unidos o Europa. La ausencia de Estado puede vivirse ahora mismo en Somalia. Eso es una sociedad sin Gobierno. Y no funciona. Siempre habrá gente que se guíe por sus propios intereses para evitar una mayor presión fiscal. Eso no sorprende.

Obviamente va en el interés de todo el mundo que las compañías paguen los impuestos que les corresponden como es debido. Sólo tenemos que hacer lo necesario para que paguen. También es obvio, por otro lado, que las empresas contribuyan en la formación de sus empleados. El mercado, per se, no lo va a hacer. El caso de Suiza es muy ilustrativo. Ese país presenta unas inversiones enormes en materia de formación de su fuerza laboral. Para conseguir algo así sólo se necesitan políticas públicas sólidas que fuercen a las empresas a hacerlo posible.

Usted defiende la necesidad de un capitalismo más ético. ¿Es posible otro capitalismo?

Por su puesto que sí. Y ya lo hemos tenido. El capitalismo no siempre ha sido como el que vivimos ahora. En el periodo entre 1945 y 1970, el capitalismo era muchísimo más ético que ahora. Entonces, la diferencia entre los salarios de empleados y directivos era mucho más pequeña. En el Reino Unido, por ejemplo, había mucha más inversión en formación de trabajadores de la que hay actualmente. Lo que ocurre es que uno acaba teniendo el capitalismo que se merece porque los responsables políticos terminan animando a las empresas a actitudes egoístas y cortoplacistas.

¿De dónde viene esa idea de un capitalismo más ético?

Esto no es sólo algo que venga de un viejo profesor de Oxford. Larry Fink, el jefe de la gestora de inversiones BlackRock, que tiene bajo su control unos 7 billones de dólares, señalaba en una carta anual pública el pasado mes de enero que todas las empresas tienen que tener claro cuál es su misión más allá de los beneficios. Venía decir que la misión de una empresa no pueden ser únicamente los beneficios. Las empresas necesitan beneficios, pero los beneficios no son lo que les da sentido.

La idea de que un capitalismo más ético es posible no está sujeto a controversia en el ámbito empresarial. Pero esta idea tiene rivales. A saber, políticos de ultraderecha y los radicales de izquierda. Los primeros dicen que lo que hay que hacer es acabar con la capacidad de acción del Gobierno y desregular. Dicen esto porque creen exageradamente en el poder de los mercados. Los segundos, inspirados por el marxismo, creen que el capitalismo no tiene solución y hay que volver al comunismo.

Una vez desatada la crisis financiera de 2008, ya los había que dijeron que había que “refundar el capitalismo”. El ex presidente francés Nicolas Sarkozy acuñó aquella expresión ¿Tiene usted la sensación de que se haya hecho algo en esa dirección?

Sarkozy no refundó el capitalismo. ¿Verdad? ¡Por supuesto que no! No se ha hecho nada al respecto. Por eso hemos llegado a una situación en la que están en auge movimientos de ultraderecha y de protesta por todas partes. Los políticos han hablado mucho. Pero no han hecho nada y podrían hacer cosas. En Francia, por ejemplo, Emmanuel Macron hizo algo interesante, como dar aquellos 5.000 euros a cada ciudadano para que los destinara a formación. Es una buena idea, algo de lo que puede beneficiarse gente que no va la universidad. En el Reino Unido, todos los recursos se destinan a la gente que va a la universidad, los ya de por sí afortunados, negando así recursos a la gente que no va a la universidad.

En un contexto político marcado por movimientos de protesta y de desafección. ¿Pueden los políticos ganarse de nuevo la confianza de la población?

Los actuales movimientos de protesta son eso, protestas. No son estrategias de cambio. Después de 40 años de abandono, mucha gente ya no cree en el gobierno. Han sido abandonados e insultados durante cuatro décadas. Los gobiernos tienen que ganarse esa confianza. En este sentido, hay indicadores de cambio interesantes. En Dinamarca, por ejemplo, la líder de los socialdemócratas daneses, Mette Frederiksen, ha adoptado una nueva agenda política destinada fundamentalmente a tomar medidas para la clase trabajadora. Su mensaje a la clase trabajadora ha sido: 'ustedes no nos abandonaron, les abandonamos nosotros, pero ahora hemos vuelto'.

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