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Trabajadores ahogados por la inflación: “Tengo que sacar lo que había intentado ahorrar y usarlo para comer”

Trabajadores de la construcción durante su jornada laboral.

Clara Angela Brascia

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Pagar las facturas, hacer la compra o salir con los amigos a tomar algo. Natalia Alonso, zaragozana de 48 años, tiene que elegir cual de estas cosas dejará de hacer si quiere llegar a fin de mes. El poder adquisitivo que le garantizaba su sueldo de 20.000 euros anuales ha sido puesto en jaque por la subida de la inflación. El convenio de su trabajo —es jefa de equipo en un call center de la capital aragonesa— lleva sin actualizarse desde el 2015. Su empresa se encuentra en plena negociación con la patronal y los sindicatos para subir los sueldos en un 2,5% para el 2023. “Es completamente insuficiente. Nuestro poder adquisitivo ha desaparecido”, explica con desconcierto.

En la última década, la firma de los convenios colectivos nunca había sido tan baja como este año, con la única excepción del periodo extraordinario de la pandemia. En lo que va de 2022, se han firmado 762 acuerdos, lo que supone un descenso del 16% respecto a octubre de 2019. Esta herramienta es clave para la subida de los salarios. Sin embargo, tener un convenio no garantiza una retribución a la par de la inflación: los sueldos subieron un 2,46% en octubre, casi cinco puntos menos que la inflación ese mismo mes (7,3%), y que además podría llegar hasta el 8,5% para fin de año.

Alonso y su familia —vive con su hija y su hermana, con la cual comparte los gastos de la vivienda— nunca han tenido “ingresos de sobra”, pero tampoco demasiada dificultad para manejarse en el día a día. Su sueldo se encuentra un poco por debajo del salario medio en España, que en 2020 era de 25.165 euros, según la encuesta anual de estructura salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Ahora, Alonso reconoce que lo que más problemas le genera es llenar la cesta de la compra. Ha pasado de hacer compras de cercanía en los mercados y productores locales a tener que reabastecerse en el supermercado, que es más económico. Aun así, no consigue llegar a fin de mes con tranquilidad. “La última semana acabamos comiendo patatas y arroz, porque ya no daba para más. Siempre tengo que sacar lo que había intentado ahorrar y usarlo para comer”.



Desde el inicio de la guerra, las familias que podían permitirse ir de vacaciones, salir durante la semana o ahorrar, están teniendo dificultades incluso para llevar a cabo las tareas cotidianas. “Nuestra vidas han cambiado mucho en los últimos tiempos. Lo que antes te permitía vivir bien, ahora ya no da abasto”, afirma Alejandro Pérez, estudiante de 24 años que ha empezado a trabajar durante la pandemia para ayudar en casa. Sus padres, un administrador de fincas y una secretaria de un colegio, ganan cada uno poco más de 22.000 euros al año. “Mis padres han tenido el mismo sueldo a lo largo de toda su vida. Y aunque ahora trabajamos los tres, las cosas están peor que nunca”.

El carrito de la compra es donde más se notan las dificultades económicas de la familia. “Intentamos ir al súper con la mentalidad de que no vamos a gastar mucho, pero si pretendes tener una dieta sana y equilibrada, es imposible no pasarse del presupuesto”, explica Pérez.

En Valencia, Paloma González mantiene a su familia con dos trabajos. Durante la mañana, se ocupa de la limpieza de hospitales, y por la tarde trabaja en casas privadas. “Si no no podría sobrevivir”, afirma sin darle demasiada vueltas. El sueldo del trabajo en un hospital , que en el último año ha aumentado en un 1,82%, le da para vivir solamente hasta la mitad del mes. “20 euros más después de todo lo que tuvimos que pasar durante la pandemia. Es una vergüenza”, reclama.

Lo que más le preocupa, es llegar a la caja del supermercado y darse cuenta que el carrito está casi vacío por falta de recursos. “Los precios están por la nubes. No se pueden compara ni los huevos y patatas, que siempre conseguían salvar la cena. El pescado y la ternera no me acuerdo ni a que saben”, dice.

Sofía Plaza trabaja en una compañía de luz y gas en Madrid, donde se ocupa de la venta de paneles fotovoltaicos. Su sueldo es de 1.250 euros al mes más comisiones, aunque reconoce que en los últimos meses la cosa no va muy bien. “Hace un año la gente estaba más animada, las comisiones llegaban incluso a los 500 euros. Pero desde que empezó la crisis del gas, la gente está preocupada de cómo va a pagar la factura y prefiere no invertir”, explica.

Vive en Leganés, en una casa de propiedad, junto a su marido y sus dos hijas, que estudian en la universidad. “Si antes me gastaba unos 100 euros, ahora son como mínimo 170”. Asimismo, reconoce que ya le es imposible ahorrar, y que si surge una urgencia no sabe como cubrirla: “El mes pasado se me estropearon la nevera y la lavadora. Por suerte una amiga tenía una de repuesto y me la dio”.

A la espera de una subida de los salarios

Aitor Vaquerizo (34 años), un operador de atracciones del Parque Warner de Madrid que cobra el salario mínimo interprofesional, afirma que los trabajadores como él necesitan un aumento, “aunque sea mínimo”, para poder subsistir. Su convenio ha sido negociado y en enero su sueldo subirá en un 3%, una cantidad que “se queda corta” con respecto a la inflación.

En su piso, que comparte con tres amigos trabajadores, hacen la compra en común para pagar menos. “Si cada uno comprara su comida, el recibo sería mucho más alto”, explica. Aun así, gastan unos 30 o 40 euros más por semana respecto al año pasado.

Al no poder ahorrar en la comida, y teniendo que pagar la gasolina todos los días para llegar al trabajo, Vaquerizo tiene que renunciar al ocio: “Salgo mucho menos, y nunca para cenar”. También tuvo que dejar de ir al cine, su pasión, algo que hacía casi todas las semanas antes de empezar a tener problemas económicos. Es consciente que, incluso una vez que le aumenten el salario, no volverá pronto a las salas de proyección. “Esos 30 euros me sirven para echarle un poco más de gasolina al coche. Pero si la inflación sigue así, tampoco van a ayudar mucho”, lamenta.

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