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Lo que supone el ascenso de Vox

Ignacio Escolar

Los fundadores de Podemos recuerdan bien una encuesta que fue clave en su nacimiento. La del CIS del 8 de mayo de 2014, previa a las elecciones europeas del 25 de mayo que fueron su puesta de largo. Aquella encuesta les dio, por primera vez, la expectativa de un escaño. Finalmente fueron cinco. Pero sin duda en ese resultado influyó que, dos semanas antes de las elecciones, el CIS certificara a Podemos como un partido al que se podía votar sin tirar la papeleta a la basura porque podía lograr al menos un escaño; como una opción de voto útil; como una alternativa realista.

Romper el techo del CIS en la política española es decisivo. Fue decisivo para aquel primer Podemos que celebró ese solitario escaño en la encuesta del CIS como su primera gran victoria. Para alcanzar los escaños antes hay que alcanzar las encuestas, que tienen un poco de anticipación y otro poco de profecía autocumplida, como bien saben en Pacma o Equo. O como le pasó al propio Vox en aquellas europeas, en las que no entraron ni en el CIS ni después en el Europarlamento.

Vox, ahora sí, lo ha conseguido. El escaño que la reciente encuesta del CIS otorga a este partido de ultraderecha en las elecciones andaluzas es otra prueba más de una tendencia al alza, que reflejan todos los sondeos. También, un espaldarazo que puede aumentar sus votos. Y más allá de las enormes diferencias en cuanto a fondo, forma y mensaje, el ascenso de Vox tiene algún paralelismo con lo que fue, cuatro años atrás, el nacimiento de Podemos. Aunque ambos partidos salgan de espacios electorales antagonistas; dudo muchísimo que Vox vaya a alcanzar algún día la importancia en la política española que hoy tiene Podemos.

Hoy el votante potencial de Vox no se juega gran cosa en estas elecciones, que da ya por perdidas. La derecha tiene más que asumido que seguirá en la oposición en Andalucía. Igual que en aquellas europeas en las que nació Podemos la izquierda no aspiraba a una victoria.

El candidato del PP, Juanma Moreno, no emociona ni a los suyos. Pablo Casado no lo ha sustituido, a pesar de que no pita, y de que era uno de los principales partidarios de Saénz de Santamaría, porque así asumirá un coste político menor con su derrota. El candidato de Ciudadanos, Juan Marín, tampoco sube con fuerza, porque ha gobernado con el mismo PSOE del que ahora reniega y con el que es posible que vuelva a gobernar. No hay una sola encuesta que pronostique una victoria para la derecha y todos dan por hecho que Susana Díaz repetirá como presidenta, con la única incógnita de quién será su socio de Gobierno.

En ese contexto de opinión pública puede haber, en teoría, mucho votante conservador que se dé el gusto de votar a Vox, como rabieta, como opción deseada y que antes no era realista, o como alternativa a quedarse en casa.

Para PSOE y Podemos, la irrupción de Vox tiene consecuencias positivas porque fragmenta el bloque conservador y reduce sus posibilidades. Desde el Gobierno no ocultan su interés en que Vox engorde y, a corto plazo, puede parecer una buena noticia para la izquierda. Aunque a largo sea una pésima noticia para España.

Que Vox deje de ser un partido friki y residual para convertirse en una opción política legitimada por su presencia parlamentaria es malo para todos. La entrada en las instituciones de sus propuestas –que son una mala mezcla entre el nacionalcatolicismo de toda la vida con lo peor de la ultraderecha europea– daría normalidad a un discurso tóxico para la convivencia. Vox ya está utilizando las mismas técnicas de redes y propaganda que antes usó Trump, que usó Bolsonaro. Pulsando las mismas teclas en el estómago de la sociedad que usa Le Pen en Francia, o Salvini en Italia. Un discurso cuya única diferencia frente sus referentes europeos es un furibundo anticatalanismo, un patriotismo de hojalata. Es de ahí, de Catalunya, de donde sacan la mayor parte de sus votos; donde han encontrado su principal argumento de campaña.

Vox normaliza el racismo. La intolerancia. El machismo. Pretende un modelo tan estrecho para España que solo caben las regiones, y no las nacionalidades. Rompe cualquier idea de país que no sea el de los buenos y los malos, los españoles de bien y la antiespaña que no habla en cristiano. Reivindica la historia del Cid Campeador y la reconquista, tan falsa como el mito de Santiago. Bebe de la nostalgia franquista y de un nacionalismo supuestamente antinacionalista, donde el himno y la bandera, y no los derechos de los ciudadanos, son el patrimonio más importante.

Vox propone, entre otras medidas, deportar a los inmigrantes ilegales, construir en Ceuta y Melilla “un muro infranqueable”, suprimir la memoria histórica, eliminar las autonomías, ilegalizar a los partidos independentistas, agravar las penas por “ofensas y ultrajes a España y sus símbolos”, presionar diplomáticamente para recuperar Gibraltar o un “plan integral para el conocimiento, difusión y protección de la identidad nacional y de la aportación de España a la civilización y a la historia universal”.

Algunas partes de este discurso les sonarán. Ya se nota su influencia en el PP de Pablo Casado, y eso que Vox aún es solo una amenaza no demostrada en las urnas. Imaginen si, además, logran sentarse en el Parlamento de Andalucía.

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