Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Los lazos amarillos y el falso debate sobre la neutralidad en el espacio público
“Seguiremos defendiendo la neutralidad del espacio público en Catalunya”, tuiteaba esta semana Albert Rivera junto a un vídeo en el que aparece arrancando lazos amarillos en la calle. El mantra ha sido repetido en las últimas semanas por políticos de distintos partidos: el espacio público es neutral y no puede ser ocupado por símbolos o acciones que alteren esa supuesta imparcialidad. “Las calles, las plazas, las playas y las instituciones son de todos”, insistía Rivera. Pero no es verdad: ni el espacio público es neutral ni las calles son de todos.
Por propia definición, el espacio público no puede ser neutral: en él tienen lugar interacciones sociales de todo tipo, actividades económicas privadas y es en el espacio público donde se reproducen las relaciones de poder y las tensiones sociales. Esa idea de que existe una especie de paraíso equitativo de libertad, igualdad y concordia que se ha visto alterado por los lazos amarillos no se sostiene.
Pongamos un sencillo ejemplo: la Ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como Ley Mordaza. Esta legislación punitiva impulsada por el Partido Popular tenía como uno de sus objetivos limitar la participación política en el espacio público restringiendo los derechos a la libertad de expresión y reunión. El PP, presionado por el impulso de las protestas sociales, aprobó una ley para intentar aplastar las voces críticas con una batería de sanciones administrativas sin intervención de los jueces. Intentar paralizar un desahucio sentado en la calle a las puertas de un portal puede ser sancionado con miles de euros sin que un juez pueda dar su opinión. El espacio público, por tanto, es un poco más de los desahuciadores que de los desahuciados. No es neutral.
Esta misma ley sanciona también -sin tener que demostrarlo ante un juez- la grabación y uso no autorizado de imágenes de policías “que puedan poner en peligro la seguridad personal o familiar de los agentes, de las instalaciones protegidas o en riesgo el éxito de una operación”. Una de las consecuencias es, evidentemente, que en el espacio público la policía puede grabar a ciudadanos que alteren el orden público, pero los ciudadanos corren el peligro de ser sancionados si intentan grabar abusos policiales. Una vez más se esfuma la tan anhelada neutralidad.
En el caso de la policía, además, son numerosas las denuncias por parte de organizaciones de Derechos Humanos de identificaciones raciales ilegales. Hay policías que paran a la gente en la calle por su aspecto, sin que haya sospecha de que hayan cometido un delito: es la caza de los ‘sin papeles’. Estas redadas están prohibidas pero se producen. Así que las calles no son de todos. Son más de quienes tienen la piel clara y menos de quienes la tienen oscura. El espacio público no es neutral.
Los ciudadanos caminamos por calles cada vez más videovigiladas. Tal y como señala la profesora de Derecho Constitucional Asunción de la Iglesia Chamarro no habría que exagerar y comparar la situación actual con las penurias que se cuentan en el Show de Truman pero “un control permanente por medio de videocámaras en lugares públicos puede tener como consecuencia una situación desalentadora para el ejercicio de libertades públicas”. La profesora recuerda que la Comisión de Venecia considera que la videovigilancia en lugares públicos puede convertirse en “un riesgo para una pluralidad de derechos, especialmente para los derechos de privacidad, pero no solo”. Las calles por tanto son también un poquito más de quienes las vigilan.
La ideología dominante -eso que llamamos neoliberalismo- no tiene lazos de ningún color pero se expresa con total impunidad en el espacio público. Como en todos los aspectos de la vida, este turbocapitalismo también busca que el espacio público sea rentable. El fenómeno más actual es el de la turistificación que ha derruido la vida social en muchos barrios y ha desplazado a ciudadanos de sus viviendas habituales. Hay calles en España que se han convertido en parques temáticos abiertos al consumo turístico exacerbado en los que prima la rentabilidad económica sobre la convivencia social. ¿Son esas calles neutrales?
El espacio público está dominado en ocasiones por anuncios publicitarios, y muchos de ellos sexistas. Hay políticos que venden terrenos públicos para grandes centros comerciales que arrasan con la vida en el espacio público. Hay calles saturadas de terrazas de bares, esos espacios públicos de pago. Hay incluso mobiliario urbano diseñado para que no puedan dormir en ellos los ciudadanos que no tienen hogar.
Y el espacio público de la mayoría de las ciudades está diseñado para facilitar el uso del vehículo privado. Cientos de personas mueren por las emisiones contaminantes de los coches pero todavía en muchos ciudades las peatonalizaciones y las medidas de calmado de tráfico son vistas como el Anticristo de las políticas de movilidad. Cómo serán de neutrales nuestras calles que en Pontevedra se han propuesto algo tan revolucionario como intentar conseguir que los niños puedan jugar en las calles.
Por eso, a la mayoría de los políticos que se rasgan las vestiduras con la neutralidad de las calles a propósito de los lazos amarillos, en realidad, la neutralidad del espacio público no les importa tanto. No les importa que los derechos y libertades en el espacio público se hayan restringido en los últimos años o que se privaticen lugares públicos y se antepongan los intereses particulares al bienestar común. Lo que les molesta es que en Catalunya haya un movimiento social contra el encarcelamiento de políticos independentistas
Sobre este blog
Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.