A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.
Encender el interruptor
Un corte de luz es un horror. Sin darnos cuenta no podemos ver, no se enfrían los alimentos, no podemos lavar ni encender la calefacción,... Es una vuelta a un pasado que no hemos conocido y para el que no estamos preparados. Ante un corte descolgamos el teléfono y llamamos a nuestra empresa de distribución, donde nos atiende una centralita electrónica asquerosa que tan solo nos confirma que hay una avería; algo que ya sabemos. Las empresas de distribución nos maltratan sin piedad en el servicio de atención al cliente porque somos un público cautivo. Pasa en otros sectores pero la desesperación de estar sin luz es insuperable. Este sería mi primer reproche, pero hay más.
La energía, por sus precios o por su modo de generación, está siempre en el centro del debate. Es algo de lo que al parecer sabemos todos, aunque no sea cierto. Es casi como el fútbol. Todos opinamos y nos dejamos llevar por lo más escandaloso que pueda difundir cualquiera. Sinceramente creo que los dos principales retos que existen ahora son el almacenamiento y la eficiencia. En países como el nuestro, en el que tenemos una dependencia tan grande, fomentar la eficiencia es esencial mediante la sustitución de los elementos menos eficientes por otros de menor consumo e incluso de mayores prestaciones. No es algo que se deba dejar a la conciencia social, porque los recursos individuales pesan más que los consejos en las decisiones de compra o sustitución de instalaciones. Se trata de que las administraciones los procuren con regulaciones exigentes a los fabricantes y políticas de incentivos reales a los consumidores, empresas y particulares. Y si no funcionan, buscar otras. Se han dado pasos en este sentido, pero insuficientes.
El almacenamiento es el otro gran desafío. Desde pequeños nos enseñaban que “la energía ni se crea ni se destruye, tan solo se transforma” y esta premisa es un hándicap. Sabemos que las pilas son un almacén temporal y se recargan, el problema es que funcionan bien para bajas potencias. Las grandes pilas de almacenamiento se enfrentan al reto de su estabilidad, que no se conviertan en explosivos camuflados y al de su capacidad, espacio y duración. Lo vemos en los coches eléctricos que se encuentran subvencionados, son limpios y no contaminantes, su recarga es barata y a también rápida y tienen ayudas públicas, pero no se dispara su consumo. La razón puede ser que dan una menor autonomía que los motores de explosión. Nos preocupa el medioambiente pero más nuestra autonomía o el bolsillo cuando actuamos como consumidores individuales finales. Y eso que cuanto más modelos se vendieran más investigaría el sector en su desarrollo.
De forma bien intencionada se dice que se investiga poco en almacenamiento y renovables, luego explicaré su conexión. Estoy seguro de que se podría invertir más, pero hay centros como el CIC Energigune en Euskadi que la mayor parte de sus esfuerzos están en este campo. Y lleva tiempo y no es fácil. En España contamos con uno de los pocos sistemas de almacenamiento de energía del mundo en activo. La energía hidráulica está considerada una renovable y en nuestro país somos fuertes y lo somos porque en el franquismo se autorizó a que la empresa privada, hoy Iberdrola, a que invirtiera en los saltos del Duero; algo que hoy hubiera sido imposible porque la movilización social lo habría detenido. En un paraje natural impresionante se encadenan pantanos y saltos de agua con las turbinas en el interior de una montaña a la que se accede por carretera y ascensores. Toda una obra de ingeniería que sería hoy imposible de realizar.
Explico todo esto para intentar hacer comprender cómo funciona, como una gran pila o sistema de almacenamiento. Las energías renovables, especialmente la eólica, funcionan cuando hay viento y ese elemento está fuera del control humano. Puede que se genere mucha durante la noche, que es cuando el consumo eléctrico es menor y el precio más bajo. Pese a tener mucha potencia instalada y ser líderes mundiales, no nos sirve de mucho si no la podemos guardar, almacenar. Y aquí es donde entran los pantanos y saltos del Duero. Por la noche, que la energía es barata, la bombean a los pantanos superiores y por el día generan electricidad con el agua bombeada a un precio más elevado de mercado. De esta manera, aunque con cierto coste, almacenamos una energía renovable, la del viento, que en otros casos se hubiera desperdiciado. ¿Es lo mejor? No, pero es algo.
Todo esto me lleva al debate de las renovables. Quitando la hidráulica, que se considera renovable, la única operativa de verdad es el viento. España es una potencia industrial y de implantación pese al rejón del Gobierno de Rajoy a las primas eléctricas. El viento, salvo por el almacenamiento, es presente y futuro y cada vez más eficiente. Pero en España tenemos un problema. Queremos renovables, pero no que nos pongan un molino cerca. El colmo de la estupidez fue promovido mediante parámetros ambientales absurdos, como el impacto visual, y apoyado por todas las fuerzas políticas de Álava en un alarde de actuación demagógica alentado por el ruido de unos ecologistas con voz y poca información, pero que no sabemos qué representación tienen; algo muy habitual. Se creó un plan que autorizaba parques eólicos en zonas muy limitadas, donde no corre el viento. ¿Quién frena las renovables en este caso? ¿Los que dicen que las quieren?
Todo esto me lleva a intentar explicar ligeramente eso que llaman el mix energético y también la importancia que tiene para cada uno de nosotros que el interruptor funcione. Sé que el debate es complejo y que no puedo abordar todo, pero también sé que hay que librarlo de demagogia. La base del mix son las nucleares. Están siempre funcionando y dan estabilidad al sistema para que siempre haya un suelo de generación. En España es energía barata porque las centrales están amortizadas. Esto nos lleva a que sean viejas y parcheadas, aunque creo y espero que bien supervisadas. Y son viejas, porque sabiendo que no se podía prescindir de ellas, se cerró el debate de golpe bajo la presión del “¿nucleares? No, gracias”. Eslogan que yo también porté. Igual sustituir y cerrar nos hubiera ido mejor. Ahora todo el debate es entre políticos que engañan al ciudadano con posiciones contrarias que no se las cree nadie porque no las puede cerrar porque el sistema se dañaría y subiría el precio final de la energía.
Tras la nuclear entran las renovables si es que en ese momento la oferta encaja con la demanda. Ya he señalado que el problema es su inestabilidad. Y seguido entran la térmica, primero los ciclos combinados a gas y luego el resto (carbón,...). El gas es mucho más limpio que otras energías fósiles y está considerada una energía de transición real hasta el mayor desarrollo y almacenaje de las renovables, pero a muchos tampoco les parece bien con argumentos más o menos peregrinos.
España cuenta a día de hoy con más potencia eléctrica instalada que necesidades de consumo, aunque una salida de la crisis cambiaría esta situación y la llevaría a parámetros anteriores a la gran recesión. Mientras, hemos de decir que somos una potencia en gas porque contamos con una buena conexión con Argelia, una red de plantas regasificadoras de gas licuado, que llega en barcos desde países como Trinidad y Tobago, y con una inminente conexión por Francia ampliada gracias a la inestabilidad del suministro del norte por la crisis geopolítica entre Rusia y la Unión Europea. Es el único factor que puede mover a que los franceses se hayan visto obligados a aceptar la apertura al gas de un competidor directo como España.
Para culminar este escenario, en España parece que hay abundante gas de esquisto, metido entre la rocas. Este gas es el mismo gas natural que recibimos para la calefacción, solo que en la naturaleza se encuentra en bolsa o metido en rocas porosas y éste es el caso. Este gas es una oportunidad. EE UU ha pasado de importador a exportador de gas gracias a su explotación. Es un gas contra el que pelean los grandes productores de petróleo. La OPEP tira precios del petróleo para hacerlo no rentable a sabiendas de que es mucho menos contaminante que el crudo, pero da un poco igual. Tiene mala prensa porque se ha hablado mucho y mal sobre contaminación de acuíferos, que no se ha dado nuca, productos tóxicos que son habituales en la industria y otras muchas cosas, incluido un vídeo de un grifo que echaba gas.
Hasta hace dos años el ejemplo para los medioambientalistas de todo el mundo era el progresista Estado de Nueva York en EE UU. Había realizado una moratoria de dos años para hacer un exhaustivo estudio. Era el modelo a seguir, pero a partir del día que se conoció el resultado, que era contrario a los negacionistas, se dejó de hablar de Nueva York. Se pueden imaginar que en el trabajo participaron expertos de todo signo y establecieron hasta las condiciones en que se debía explorar si hay un acuífero por medio. Pues de nada sirve porque el discurso del miedo se ha impuesto de forma sencilla al de la razón. Me recuerda un poco al de aquellos que se niegan a tomar una pastilla prescrita por un médico y prefieren unas hierbas que no se saben lo que son. A los que abogan por vivir como hace cien años sin química y cuando la esperanza de vida era menor, o los que renuncian a una quimioterapia para luchar contra el cáncer para jugar con los antioxidantes como única solución. Tal vez le puedan preguntar a Steve Jobs, fundador de Apple, por el resultado.
Los partidos políticos, como con el viento, se dejan llevar y se vuelcan con el ruido y la prohibición y no analizan la riqueza y el bienestar que puede generar la explotación de este gas por la técnica de fraccionamiento. No digo que haya que hacerlo sí o sí, solo digo que se debe investigar y explorar las posibilidades y, si se decide explotar, hacerlo bajo premisas firmes y rigurosas de sostenibilidad medioambiental, económica y técnica. No hacerlo así, sería irresponsable. Pero nunca el negacionismo por el negacionismo. Es absurdo e intelectualmente vacío.
Los partidos se dejan lleva por la vía fácil en tiempos difíciles y prueba de ello es la actuación de una parlamentario socialista vasca, Natalia Rojo, que cambia como el viento del sí a la investigación al no de los que hacen ruido sin argumentos reales. Los partidos están para liderar y profundizar. Deben arriesgar y convencer. No creo que lo que demanden los ciudadanos sean políticos acomodaticios. No creo que sirva que el lehendakari Iñigo Urkullu, cuando estaba en la oposición y en plena campaña electoral, se manifieste como un firme antifracking y, en cambio, ahora en el Gobierno se muestre favorable. Es lamentable en un debate serio en el que está en juego la sostenibilidad medioambiental y también la económica, el bienestar de cada uno de los ciudadanos y el colectivo. Siento haber sido largo en mis planteamientos, pero aún hay mucho que se queda fuera y la energía merece un debate profundo y real más allá de la demagogia y los simplismos por todas partes.
Sobre este blog
A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.