Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Adoctrinar sin saberlo
“Una vez cierres la puerta del aula, éstos serán tus dominios; aquí, tú eres el rey, marcas las normas e impones tu autoridad. Nadie controlará tus decisiones”. Nunca olvidaré estas palabras del jefe de estudios que me enseñaba el colegio concertado en el que iba a debutar como docente. Supongo que su intención era insuflarme ánimos, pero convirtió la víspera de mi estreno profesional en un ahogo de responsabilidad.
Además –tal y como pude comprobar años después, cuando comencé mi experiencia en la enseñanza pública-, el fraile no había sido totalmente sincero. La aparente independencia y control absoluto que dejaba a mis decisiones, chocaba con la propia estructura arquitectónica del centro escolar: todas las aulas estaban diseñadas iguales, incluyendo dos cristales; uno, comunicaba visualmente todas las aulas (en las de ambos extremos, siempre enseñaban frailes de la orden religiosa) y otro en cada puerta, a la altura media de los ojos de quien apareciera por el pasillo. De este modo, tanto desde las aulas extremas, como desde el propio corredor, “cualquiera de la Casa” podía observar estratégicamente el menor incidente que alterara la normalidad escolar, además de controlar la pertinencia de las enseñanzas impartidas.
El largo tiempo transcurrido desde aquellas palabras señaladas ha ayudado a moderar su impacto. Lo que ha quedado es el recuerdo –quiero pensar que acertado- de lo que aquel buen hombre quiso transmitirme: “Enseña tu verdad”. El bueno de Michel –así se llamaba aquel singular fraile- estaría convencido de que sólo de una manera se podía enseñar; únicamente del mismo modo el profesorado nos haríamos respetar; sólo desde una identificación plena con la doctrina del colegio se podía ser un/a buen/a docente.
Este recordatorio intimista surge tras el interesante y reciente artículo de Jaume Funes ('Los hago pensar que no puedan ser adoctrinados', El Diario de la Educación, 05/02/19), sobre adoctrinamiento y pensamiento crítico. ¡Cuántas veces –pese a trabajar la incredulidad- nos dejamos llevar por la corriente general de lo políticamente correcto! ¡En cuántas ocasiones tenemos que trabajar concienzudamente desmontando prejuicios, creencias y estereotipos que recorren las aulas!¡Quién no se ha sentido vencido/a, en alguna ocasión, por la fuerza de corrientes mediáticas que nos abocan a lugares de infracultura, mezquindad e insolidaridad! ¡Qué necesidad por mostrar que estamos dentro de la norma!
Además, como docentes, tendemos a creer que el tal adoctrinamiento o la falta de pensamiento crítico afecta de modo exclusivo a la etapa educativa obligatoria, esa en la que se forja el carácter y la actitud del alumnado. Pues, vean lo que cuenta una graduada universitaria por la École Supérieure des Sicences Économiques et Comerciales (ESSEC), una de las prestigiosas escuelas de comercio francesa que preparan para el acceso al mundo privado: “El primer año, en macro y microeconomía, cogí prestados libros de Ciencias Políticas para tener otros puntos de vista. ¡No aprobé el parcial! Al año siguiente, simplemente trabajé sobre exámenes de otros años y me aprendí estúpidamente las definiciones del curso: no tuve problemas” (Teología del “Management” Le Monde Diplomatique. Diciembre, 2018).
Aquí es donde el artículo de Funes lo encuentro más necesario. El educador catalán aparece preocupado, una vez más, por encontrar lazos de unión entre la Educación y la construcción de una ciudadanía crítica. En su opinión, pensar y educar críticamente en la escuela supone investigar sobre distintos campos: aprender a mirar la realidad, explicar el pasado y la forma de organizarse las sociedades con sus desigualdades, situar los dioses y las religiones, habituar en la búsqueda de las razones por las que suceden las cosas y crear y difundir información. Se pueden aumentar o reducir los espacios, en función del interés de cada docente, pero todos ellos acaban impregnando el campo del pensamiento crítico.
Destacaré alguno; por ejemplo, el de la necesaria explicación del pasado. Primo Levi, posiblemente la mente más precisa en el recuerdo de los horrores nazis en Auschwitz, explica: La venganza no me interesaba; me había sentido íntimamente satisfecho con la (simbólica, incompleta, parcial) sagrada representación de Nuremberg y me parecía bien que en las justísimas condenas hubiesen pensado otros, los profesionales. A mí me correspondía entender, comprender. No al puñado de los grandes culpables sino a ellos, al pueblo, a quienes había visto de cerca, a aquellos entre los cuelas se reclutaban los militantes de las SS, y también los otros que habían creído, o que no creyendo se habían callado, que no habían tenido el mínimo valor de mirarnos a los ojos, de arrojarnos un pedazo de pan, de murmurar una palabra humana.
Otro campo necesario de aprendizaje escolar, según Funes es la introducción del hábito por buscar los porqués de cuanto ocurre a nuestro alrededor. De lograrlo, estaríamos muy lejos de acabar dominados/as por el pensamiento único, esa corriente de razonamiento que tiende a aislarnos, tras el eslogan de lo políticamente correcto. El pensamiento único, como explicaba Joaquín Estefanía, ya en 1997, es un fenómeno más radical: el pensamiento dominante aspira a ser único presentándose como indiscutible y como entorno en el que no pueden intervenir más que los especialistas. Dice Estefanía “Trata de construir una ideología cerrada; no remite exclusivamente a la economía sino a la representación global de una realidad que afirma, en sustancia, que el mercado es el que gobierna y el Gobierno quien administra lo que dicta el mercado.” (Contra el pensamiento único. Tusquets, 1997)
Para combatir este pensamiento único, Chomsky, tradicional pesimista en el papel que la escuela juega en la sociedad, le otorga en este caso una importancia crucial. Aunque la Escuela impide la fusión de verdades esenciales, es responsabilidad de los maestros –o de cualquier otra persona que se mueva en este ámbito- intentar decir la verdad. “Es un imperativo moral –señala el lingüista díscolo-: averiguar la verdad sobre las cuestiones más importantes y difundirla lo mejor que uno pueda. (…) Si la escuela fuera un auténtico servicio público y general (..) se dedicaría con mucha más asiduidad y energía para que las personas que crecen dentro de una sociedad abierta y democrática desarrollen técnicas de autodefensa, no sólo contra los aparatos propagandísticos de las sociedades totalitarias controladas por el Estado, sino también contra los sistemas privados de propagada que controlan casi todo el desarrollo de la tarea educativa”. (La (Des)educación. Austral, 2012)
Es por ello necesario que si queremos vacunar la sociedad contra el adoctrinamiento y la falta de crítica, recordemos algunos de los consejos de Funes: eduquemos la curiosidad, trabajemos juntos/as, contrastemos dudas y argumentos, trabajemos los valores, razonemos, debatamos, pensemos.
No dudo de que esta receta sea sobradamente conocida en los ambientes educativos. Es más, habrá quien piense que se llega tarde con tales recomendaciones porque lleva lustros trabajándolos. Mi más sincera enhorabuena, aunque no lo comparto. Vuelvo a Levi, cuando en el prefacio de su obra 'Los hundidos y los salvados' (1986) a la pregunta de si habíamos tratado de librarnos del horror dando por sentado que era “cosas de otros tiempos”, la respuesta, desgraciadamente, es rotunda: “(…) Nos lleva a recordar el horror de Hiroshima y Nagasaki, la vergüenza de los Gulag, la inútil y sangrienta campaña de Vietnam, el autogenocidio de Camboya, los desaparecidos en la Argentina y las muchas guerras atroces y estúpidas a las que asistió hasta su muerte.” ¿Sirve de algo mostrarnos consternados/as cuando leemos las atrocidades alemanas en los campos de concentración, si el mundo sigue en su afán de autodestrucción humana? Ese debería ser el mensaje que trasladásemos en las aulas; así ayudaríamos a establecer la crítica en nuestro alumnado
Mientras que el fanatismo o la insolidaridad sigan saliendo de jóvenes escolares, algo no estamos haciendo del todo bien; mientras que nos preocupe exclusivamente el nivel formativo especializado de nuestro alumnado, seguiremos excluyendo parte de nuestra responsabilidad como docentes. En el artículo mencionado sobre las Escuelas de Comercio francesas una de sus dirigentes afirma que se hace todo lo posible para promover el crecimiento personal de los estudiantes, pero que no se debe olvidar el objetivo fundamental, que es formar a eficientes ejecutivos de la empresa privada. El resto, vendrá de la experiencia estudiantil de fuera del recinto escolar. ¿No seguimos echando “balones fuera”?.
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