Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Auschwitz y la oportunidad perdida
La pasada semana, mientras la mayor parte de quienes trabajan en el ámbito educativo se encontraban disfrutando de las merecidas vacaciones de Pascua, un centenar largo de estudiantes vascos tenía una experiencia única que difícilmente podrá olvidar durante el resto de su vida. Formaron parte de una expedición vasca encabezada por el lehendakari Urkullu y otros representantes políticos que visitaban los campos de exterminio de Auschwitz con el objetivo de aunar culturalmente dos pueblos –polaco y vasco- víctimas del sufrimiento que la violencia y las guerras provocan.
El acto central de hermanamiento entre estas culturas lo representaban Oswiecim y Gernika, localidades que conocieron en vivo y en directo las atrocidades provocadas por el ser humano en la primera mitad del siglo XX, pero que es consustancial a cualquier otro momento, cada vez que pierde su condición de tal y se transforma en un ser despreciable.
En las dos sesiones que duró la visita estos/as jóvenes tuvieron la oportunidad de conocer el testimonio directo de un superviviente; uno de los escasos siete mil que pudieron salir vivos física –que no mentalmente- de aquella barbarie que fue el Holocausto, de los más del millón trescientos mil obligados por los nazis a ingresar en una de las tres instalaciones que se agrupaban bajo el genérico nombre de Auschwitz.
Puede ser que este improvisado guía octogenario, con la tranquilidad que dan los años y el haber visto y sufrido lo inimaginable, les hablara del sarcástico lema que recibía a los y las recién llegados en la verja de entrada al campo, “El trabajo libera”. Era importante mantener el engaño de que se trataba de lugares de trabajo y no de exterminio. Les explicaría también el estricto orden del que estaban imbuidos los temibles escuadrones de las SS para el correcto funcionamiento del entramado pseudo-laboral. Tampoco faltaría alguna alusión a la música –a las tristes melodías judías o a las imperiosas marchas wagnerianas-. Nada podía fallar, nada había que pensar ni discutir. Todo estaba milimétricamente calculado. Para eso estaban las interminables normas que, únicamente, había que respetar. El resto de las leyes –si es que existían- serían para hacer comprender a personas tan asustadas (que ya conocían lo que significaba renunciar a la fuerza a su pasado y soportar las humillaciones sufridas en el transporte hasta el campo) a qué se exponían si no las acataban.
Quizás ese honorable superviviente del exterminio hasta les hablaría de personas célebres como Primo Levi, como él, superviviente de Auschwitz, que publicó en 1947 su célebre “Si esto es un hombre” con la única intención de honrar la memoria de las personas masacradas y de no olvidar nunca lo sucedido durante ese régimen de terror que fue el nacionalsocialismo alemán: “Un país es considerado más civilizado en cuanto la mayor sabiduría y eficiencia de sus leyes impiden a un hombre débil volverse demasiado débil y a un poderoso volverse también demasiado poderoso”. Quizás también, de Irene Némirovsky, escritora ucraniana emigrada a Francia y vergonzosamente entregada a los nazis por el gobierno de Vichy, que le negó la nacionalidad y quien exclamó de forma apesadumbrada: “¡Qué triste es el mundo, tan hermoso y tan absurdo!” '(Suite francesa' publicada a título póstumo por sus hijas , 2004). O les hablaría de Ana Frank, sin duda más popular entre la juventud por esa mezcla de fatalidad, cercanía y rebeldía, transmitidas a través de su mundialmente famoso diario póstumo: “No se nos permite tener nuestra propia opinión. La gente quiere que mantengamos la boca cerrada, pero eso no te impide tener tu propia opinión. Todo el mundo debe poder decir lo que piensa”.
Pero es más que probable que el octogenario guía haya querido preservar la justicia del recuerdo no mencionando a nadie en especial, para no hacer aún más anónimos a tantos cientos de miles de personas que no consiguieron sobrevivir a la tremenda máquina de matar creada por Hitler.
Las noticias que recogen este acto hablan también de un encuentro juvenil producido en el centro cultural de la localidad polaca de Oswiecim entre jóvenes polacos y vascos para hablar de sus respectivas vivencias y de la memoria colectiva. Es probable que bombas, cámaras de gas, uniformes y sirenas hayan sido ingredientes obligados de tales conversaciones. Unos, los/as polacos/as, se habrán esforzado en mostrar la injusta crueldad humana cuando responde a criterios étnicos, de superraza, como se vivió durante la II Guerra Mundial; habrán rechazado el poder mortífero de cuanto se construye para diferenciar vencedores de vencidos. Otros, los/as vascos/as se esforzarían en demostrar la inutilidad de los ataques sobre poblaciones civiles, sin objetivos militares aparentes que fueron los bombardeos de Durango y Gernika durante la Guerra Civil española, empleados únicamente por el beneficio de extender el miedo, agrandar la sensación de vulnerabilidad y de derrota, a la vez que se ensayaban nuevas tácticas de guerra. Quizás, de encontrarse allí algún entusiasta del poeta Miguel Hernández, podría haberles recitados algunos versos de su “Canción del antiavionista” ('Que vienen, vienen, vienen/los lentos, lentos, lentos/ los ávidos, los fúnebres/los aéreos carniceros'. Citado por Reig Tapia, Alberto, en “Guernica como símbolo” de “La Guerra Civil en el País Vasco. 50 años después” UPV, 1987).
Pero ambos, si han aprendido bien la historia real de aquellos años, habrán transmitido esa otra verdad que tanto cuesta extender en las sociedades que quieren pronto olvidar: del lado alemán, la vergüenza de cuantos callaron, conocedores de lo que estaba ocurriendo e incapaces de protestar ante tanta barbarie; del otro lado, la constatación de que hubo soldados y civiles vascos en los dos bandos combatientes en 1937 y de que no pocos/as, en los días posteriores a aquel 27 de abril se alegraron del giro favorable que para las tropas rebeldes había supuesto tal tragedia.
Gernika y Auschwitz. Auschwitz y Gernika unidos por el dolor, la injusticia, la violación de derechos humanos y la muerte. En ese espacio polaco la palabra habrá sustituido a los libros y apuntes escolares para hacer la aproximación más vívida, más creíble.
El punto final de la minigira fue la plantación de un retoño del árbol de Gernika, en el parque Zasole, a pocos metros del campo de concentración. Con este símbolo autóctono de la tradición y de la paz, las autoridades vascas, encabezadas por el propio lehendakari y la presidenta de las Juntas Generales de Bizkaia, quisieron transmitir un mensaje de hermanamiento en el dolor pasado y de convivencia en el futuro. Iñigo Urkullu ha afirmado que se trataba de un compromiso de esperanza en un mundo mejor, respetuoso con la vida, la dignidad y los derechos humanos de todas las personas.
Habrá sido una experiencia imborrable para las y los presentes en esa cita. No hay duda de que la huella adquirida por esos centenares de jóvenes será permanente. Les ayudará a ser mejores personas y a valorar la inutilidad de la guerra como método de solución de los conflictos. Algunos en su viaje de regreso, quizás recuerden a Ana Frank y su insistente afán por narrar el sufrimiento: “Lo que se hace no se puede deshacer, pero se puede prevenir que vuelva a ocurrir”. Han aprendido una clase de historia en vivo. Han mejorado su educación, a la vez que su concepto de la democracia como el sistema político menos imperfecto de los conocidos para vivir en una sociedad plural. Parafraseando a Fernando Savater (“Recapitulación”. El País, 18.04.17) y permitiéndome una leve licencia, “… El gran adversario de la democracia (él citaba la socialdemocracia) no es quien la modula según las circunstancias históricas (…) sino el que abandona la educación que, junto a la justicia partidista, anulan a los ciudadanos que mejor podrían desarrollarla”.
¡Lástima que tan formidable oportunidad de enriquecimiento personal haya sido gestada de forma tan secreta y poco satisfactoria! El resultado ha sido el beneficio exclusivo de unos pocos cientos de jóvenes vascos, casualmente todos ellos/as integrantes de tres centros de la red concertada privada. La otra mitad, los y las jóvenes de la red pública, deberá esperar una nueva ocasión, mientras sigue pensando en aquello de la igualdad de oportunidades y confiando en que no tengan que transcurrir veinte años más, en la celebración del centenario del bombardeo de Gernika.
Victoria Camps habla de la educación considerándola el ascensor social de la ciudadanía. Es el instrumento que puede contribuir, con cierta eficacia, a igualar a las personas, sea cual sea su procedencia social- dice. Pues, en este caso, parece haber llegado tan solo al piso de la red privada, pasando, sin parar, por el de los centros públicos vascos.
Y no es asunto baladí por mucho que aquí pretendamos contarlo en tono coloquial. Que ni dirigentes políticos ni la propia secretaría de Paz, Convivencia y Desarrollo, presente en los actos narrados, hayan tenido en cuenta el despecho producido, da que pensar. Suele ser común el objetivo político de luchar por la igualdad de oportunidades, y normalmente tal finalidad suele ir acompañada del servicio educativo. Pero, las palabras conviene que vayan acompañadas de hechos para resultar creíbles.
Decía el sociólogo francés Alain Touraine que “… en un mundo en cambio y fuera de control, no existe otro apoyo que el esfuerzo del individuo para transformar las experiencias vividas en construcción de sí como actor (Citado por Tedesco, Juan Carlos, en ”Igualdad de oportunidades y política educativa“. Buenos Aires, 2004) . La visita de estos días a Oswiecim ha supuesto un aldabonazo más para la formación personal de unos pocos cientos de jóvenes, afortunados/as con la invitación gubernamental y una oportunidad perdida para otros muchos miles. ¿Se les resarcirá?
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