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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Canadá y Australia marcan tendencia

Donald Trump recibe a Mark Carney a su llegada a la Casa Blanca

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En las recientes elecciones de Canadá, ha perdido quien no se presentaba en ellas, porque una mayoría de electores ha votado más contra Donald Trump que en favor del ganador en aquel país: el actual primer ministro y candidato liberal, Mark Carney. El extraordinario talento del actual presidente estadounidense para hacerse amigos ha conseguido que un Partido Conservador, liderado por Pierre Poilievre, de tendencia trumpista, haya vuelto a perder, cuando partía como favorito en todos los sondeos. Bastó que el actual ocupante de la Casa Blanca pusiera reiteradamente en duda la independencia canadiense, para que las encuestas, y luego los votos en las urnas, dieran la vuelta en favor de los liberales.

Casualmente, mientras empezaba a escribir el presente artículo, me ha venido Australia a ver. Porque, en sus propias elecciones generales, los laboristas de Anthony Albanese han obtenido la mayoría absoluta, que  les va a permitir gobernar sin problemas, frente a las previsiones de las encuestas, que auguraban resultados muy ajustados entre el Partido Laborista y un Partido Conservador que, como en Canadá, y de la mano de Peter Dutton, sigue la estela ideológica de Donald Trump. De modo que, en un cortísimo espacio de tiempo, dos países importantes le han dicho en las urnas al megajefe de Washington que no tienen intención de plegarse a sus imposiciones.

Es lo que ocurre cuando el mandamás  de un país que se cree elegido por Dios convierte al resto del mundo en enemigo, obligándole a obedecer sus exigencias. Lógicamente, el resto del mundo se le rebela, poniendo freno a sus ansias expansionistas. Cuando se desarrolla un nacionalismo imperialista que desprecia al resto del planeta, lo que se consigue es promover el nacionalismo reactivo de quienes no desean dejarse engullir por otro país ajeno, aunque éste sea la primera potencia mundial. De momento, ya son dos naciones, Canadá y Australia, las que han decidido no besarle el culo a Trump. Y es seguro que otros países amenazados, como Dinamarca y Panamá, tomarán muy buena nota de lo que parece estar convirtiéndose en tendencia. 

Parece, pues, que la Internacional Reaccionaria tiene menos influencia de la que se había supuesto. Y seguramente puede ir cundiendo la impresión de que ser partidario de Trump no es un buen negocio político. Y esto vale tanto para los lideres conservadores de Canadá y Australia, como, aquí en  España, para Santiago Abascal y su  vergonzante coaligado, Núñez Feijóo. No es, por eso mismo, forzosamente inevitable la expansión sin límites ni frenos de los partidos de ultraderecha activados con la victoria de Trump en Estados Unidos.

Más aún, si tenemos en cuenta que este señor empieza a ir de capa caída en su propio país. Han bastado los primeros cien días de mandato para que su popularidad y apoyo social estén disminuyendo notablemente. Algo lógico, por otra parte, cuando se hace balance de lo que ha supuesto este período inicial, con los destrozos políticos, económicos y sociales que ha ocasionado, tanto en Estados Unidos como a escala mundial. Unos destrozos de los que son plenamente conscientes los ciudadanos de cualquier país europeo, incluyendo, por supuesto, los de España. Y es que lo que nos llega desde el otro lado del Atlántico lo vivimos ya como algo propio de la política nacional. Y empezamos a entender que lo que se hace fuera de nuestra fronteras (pensemos en las políticas arancelaria) tiene repercusiones directas en nuestro propio país. Como entendemos que el apagón de las políticas sociales en Estados Unidos (y antes en la Argentina de Milei) nos está rondando igualmente por España.

Imaginemos, sin salirnos de los límites de Euskadi, que alguien llama a su centro de salud, pidiendo hora para  su médico de cabecera y se encuentre con que no le pueden atender porque, por decisión gubernamental, se ha disuelto el Servicio Vasco de Salud y se ha despedido a médicos y funcionarios. ¿Una alucinación? No, es lo que nos viene, o nos puede venir, desde el fascismo neoliberal que se extiende por el planeta y que tiene como objetivo demoler los Estados de bienestar actualmente existentes. Es lo que, aquí, en España, estamos viendo que se está haciendo allí donde la reacción ha triunfado. Y se está haciendo, además, a la carrera, sin complejos y sin control democrático alguno.

¿Es éste un proceso inevitable? No necesariamente. La izquierda y los gobiernos democráticos y progresistas pueden perfectamente evitar esta deriva ultraderechista, si es capaz de infundir en la ciudadanía ideas de arraigo, de vinculación, de solidaridad, de cuidados, de aprecio por lo público y defensa decidida de las conquistas sociales adquiridas, muchas veces con sangre. Si es capaz de seguir haciendo, y explicándolas bien, políticas que favorezcan a la mayoría social. Porque las buenas políticas son algo más que buena gestión. Deben estar acompañadas por una imprescindible recuperación del lenguaje, que explique lo que se hace con la precisión, y la pasión, debidas.

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