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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Polarización o lucha de clases?

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en una intervención en el Congreso de los Diputados

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Empiezo ya a estar harto de la palabra “polarización”, el tópico utilizado para definir el momento actual de la política española. Una forma de contar la política para hacer antipolítica, hasta conseguir que admitamos, sin reserva alguna, que la política se define por la bronca permanente entre partidos; lo que a su vez provoca la desafección de la sociedad española hacia sus representantes públicos; y, con ella, el aumento de la abstención electoral, por el desánimo de la izquierda y su consiguiente fracaso electoral. Que es precisamente lo que las derechas desestabilizadoras están buscando con su estrategia de tierra quemada para acceder al poder a cualquier precio.

Un ejemplo práctico para analizar cómo funciona esto. Cojamos lo más inmediato: los incendios forestales del verano. Quienes presiden las comunidades afectadas por el fuego, en su mayoría gobernadas por el PP, eluden sus responsabilidades en algo que es de su directa competencia, culpando de inacción al Gobierno de España por, supuestamente, no enviarles los medios suficientes para combatir los incendios. Ha bastado que una responsable gubernamental defienda su gestión (con hechos, cifras y fechas concretas) para que el PP la considere una pirómana. 

¿Interpretación mediática de este episodio? Más o menos, ésta: Mientras arde España, se incrementa la bronca entre Gobierno y oposición. ¿Conclusión obligada? No podemos esperar nada de estos políticos, porque “sólo el pueblo salva al pueblo”. Al parecer, tanto la UME, como el Ejército, los bomberos, las fuerzas de seguridad y todos los medios contra el fuego, incluidos los europeos, activados por el Estado estaban simplemente de miranda en esos días aciagos. Es decir, por un lado, se coloca en el mismo plano al insultador y al insultado; por el otro, se escamotea el debate político. No se trata de saber si es el Gobierno o sus opositores de la derecha quienes manejan argumentos más razonables. Se tiende a eludir o minimizar ese debate, para concluir que “unos” y “otros” lo único que saben hacer no es otra cosa que tirarse los trastos a la cabeza a la cabeza.  

Algo que recuerda mucho la famosa equidistancia que en este país, y en algunos sectores, se practicaba en la época del terrorismo etarra: esa equidistancia de quienes se limitaban a condenar la violencia “venga de donde venga”, porque ir más allá, para entrar en lo concreto, implicaba meterse en terrenos peligrosos. Era una postura cómoda para “salvar el alma” y evitar el compromiso directo en el apoyo claro a quienes sufrían la amenaza o la agresión terrorista en sus carnes. Salvando las distancias que haya que salvar, mucho me temo que hoy nos está ocurriendo lo mismo. Y por eso estar en contra de la política ha llegado a ser entre nosotros lo políticamente correcto. La dichosa polarización es la excusa perfecta para eludir cualquier tipo de compromiso político.

En momentos, además, en que este compromiso es más necesario que nunca. Cuando, al calor de una ultraderecha rampante (Vox) y de un PP que se ultraderechiza, un fascismo cada vez más crecido empieza a hacerse dueño de las calles. Y se naturaliza una revisión franquista de nuestra historia reciente que va calando en importantes sectores juveniles de la sociedad española. E insultar al presidente legítimo del Gobierno se ha convertido en un deporte festivo, y masivo, en fiestas patronales, con aliento de alcaldes del PP; cuyos dirigentes llegan incluso a hablar de cavar fosas, no para desenterrar a los asesinados por el franquismo en la guerra civil, sino para “enterrar los restos de un Gobierno que no tendría por qué haber existido”.

Núñez Feijóo se está aprestando ya a dar las primeras paletadas, al anunciar una alternativa de gobierno basada en acabar con las políticas sociales y de avances democráticos promovidos por el Ejecutivo de izquierdas. Que es precisamente lo que saca de quicio a las derechas mancomunadas. Porque no deja de ser para ellas una insolencia demostrar que hacer buenas políticas económicas resulta compatible con políticas igualitarias, de creación de empleo y de conquistas de derechos. Y la insolencia es aún mayor, y se hace imperdonable, cuando, con los resultados electorales en la mano, Pedro Sánchez impide que la extrema derecha pueda llegar a gobernar este país. Lo cual es algo que nunca le agradeceremos suficientemente.

Más aún cuando estamos viendo cómo España, de la mano de su Gobierno legítimo, aguanta con dignidad los embates totalitarios que le llegan, como a todos los países del mundo, del megalómano que hoy okupa (sí, sí, con k) la Casa Blanca. De un tipo que no se contenta con detener en el mar a traficantes de droga (reales o supuestos), sino que necesita asesinarlos directamente. Un tipo sostenido por los megarricos del planeta, empeñados en hacer comprender a los pobres del mundo que se acabó la fiesta de los Estados del bienestar. Que empieza a hacerse insostenible, como ya ha asegurado el actual canciller de Alemania.

Hoy por hoy, España, con Sánchez gobernando, es una excepción en esta panorámica de políticas reaccionarias y neofascistas que se están instalando en Europa, con el patrocinio de autócratas como Trump y Putin. Que caiga España en esta regresión es una aspiración unánime de la Internacional reaccionaria del mundo, que no en balde multiplica sus actos multitudinarios en nuestro país. En nuestras manos, en manos de “los unos”, está en frustrar los planes regresivos de “los otros”. En el poder de nuestros votos, está el evitarlos, frustrando, así, el griterío perpetuo de la ultraderecha y de la derecha extrema, para alimentar su proyecto involucionista. Ese griterío que llaman polarización y no es, en el fondo, otra cosa que un episodio más de la lucha de clases que se está librando en nuestros días. En España también. La guerra que los poderes económicos han desatado, sin complejo alguno y hasta ahora con éxito, contra las clases populares de todos los países.

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