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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Cerebro y discriminación

Helen Hamilton Gardener y su cerebro (American Journal of Physical Anthropology).

Marta Macho-Stadler

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En todos sentidos queda completamente demostrado que en la mujer están menos desarrolladas ciertas porciones del cerebro de suma importancia para la vida mental, tales como las circunvoluciones del lóbulo frontal y temporal; y que esta diferencia existe desde el nacimiento.

Alguien ha dicho que no es preciso desear nada en la mujer excepto que sea sana y tonta. Semejante paradoja, aunque grosera, encierra una verdad. […] Las exaltadas locas modernas paren mal y son pésimas madres.Las exaltadas locas modernas paren mal y son pésimas madres.

Los anteriores son dos fragmentos extraídos de La inferioridad mental de la mujer, traducción al castellano del panfleto Über den physiologischen Schwachsinn des Weibes (Sobre la imbecilidad fisiológica de la mujer) publicado en 1900 por el neurólogo y psiquiatra alemán Paul Julius Moebius (1853-1907).

En aquella época, Moebius no fue el único científico en defender semejantes teorías. Entre otros, el neurólogo estadounidense William A. Hammond (1828-1900) también proclamaba con contundencia la hipótesis de la superioridad del cerebro masculino frente al femenino. Se basaba, aparentemente, en sus estudios de desórdenes nerviosos. Argumentaba que algunas mujeres, empeñadas en instruirse, sufrían trastornos emocionales al dedicarse a tareas que sobrepasaban las capacidades de sus cerebros. Así, este reputado  médico pregonaba la indudable superioridad intelectual del cerebro masculino sobre el femenino basándose en su tamaño y en su ‘complejidad’: en el caso de las mujeres, menos circunvalaciones, menos peso o menos sustancia gris. De hecho, Hammond no había realizado estudios exhaustivos; se basaba en las reacciones de sus pacientes y en comentarios que le llegaban de otros especialistas. ¿Qué se podía objetar a lo que afirmaba un acreditado profesional?

Junto a otras feministas, Helen Gardener (1853-1925) se empeñó en estudiar con rigor esas supuestas diferencias biológicas entre mujeres y hombres. Por ejemplo, argumentaba que el volumen del cerebro de los hombres era mayor por ser sus cuerpos de mayor tamaño. Con ironía, alegaba que si la envergadura fuese la clave, ¿no dominarían los elefantes la Tierra? Gardener consultó a los mejores expertos en anatomía cerebral de Estados Unidos que corroboraron algo que ella sospechaba: era imposible distinguir el sexo de un cerebro sólo con observar su estructura. En su ensayo Sexo y cerebro (1888), Gardener hablaba de los muchos prejuicios sexistas usados por científicos –como Hammond– que contribuían a consolidar descabelladas teorías sobre diferencias cerebrales entre hombres y mujeres, es decir, sobre la inferioridad intelectual de las segundas.

En 1897, Helen Gardener decidió donar su cerebro a la ciencia. Ella era una mujer que había estudiado, había mantenido su cerebro activo: pensaba que diseccionándolo –y observando los resultados de manera objetiva– se podría demostrar que esas diferencias anatómicas defendidas por Hammond eran incorrectas. Helen falleció en 1925; el neurólogo James Papez (1883-1958) diseccionó su cerebro, lo estudió con meticulosidad y publicó los resultados de sus minuciosas investigaciones en una prestigiosa revista científica. Como era de esperar, no había nada reseñable que destacar, sumándose Papez en sus conclusiones a las nacientes teorías que surgían en la época sobre la importancia del entorno y la educación a la hora de modelar la capacidad intelectual humana.

En las anteriores líneas hemos hablado de teorías defendidas hace más de cien años. Ya nadie osaría repetir semejantes desatinos… al menos, en público. ¿Seguro? Recordemos que a principios de marzo de 2017, discutiendo sobre la brecha salarial en el Parlamento Europeo, el ultraderechista Janusz Korwin-Mikke argumentaba del siguiente modo dirigiéndose a la eurodiputada Iratxe García Pérez:

¿Sabe usted qué papel ocupaban las mujeres en las Olimpiadas griegas? La primera mujer griega, ya se lo digo yo, estaba en el puesto 800. ¿Sabe usted cuántas mujeres hay entre los primeros 100 jugadores de ajedrez? Se lo diré: ninguno. Por supuesto que las mujeres deben ganar menos que los hombres. Porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes, y por eso tienen que ganar menos.

¿Más débiles? ¿Menos inteligentes? Acudir a diferencias en el cerebro de hombres y mujeres para justificar discriminaciones tan consolidadas en nuestra sociedad no debería continuar siendo un argumento válido. Los actuales avances en neurociencia están permitiendo descartar muchos mitos sobre el cerebro que, supuestamente, explicarían las razones de distintas habilidades y preferencias de mujeres y hombres.

Los datos científicos son cada vez más contundentes: los denominados comportamientos ‘masculinos’ y ‘femeninos’ no son innatos, se organizan a lo largo de nuestras vidas. Las personas especialistas en neurociencia aluden a la extraordinaria ‘plasticidad’ de nuestro cerebro que se moldea, se adapta influido por el entorno y las actividades que realizamos. A pesar de los nuevos conocimientos que se van adquiriendo, incluso en el ámbito científico existen diferentes corrientes que explican algunas particularidades del comportamiento de nuestro complejo cerebro. Afortunadamente, cada vez pierden más relevancia las teorías que pretenden explicar estereotipos de género con base biológica.

Lamentablemente, la sociedad tarda mucho tiempo en conocer y admitir las nuevas ideas procedentes del conocimiento científico. Cuando en una conversación o en una información en medios se alude a conductas concretas de mujeres y hombres, es habitual recurrir a estereotipos aprendidos para explicar esos comportamientos. Mucha gente piensa aun hoy en día que las mujeres carecemos de habilidades espaciales, que somos más intuitivas que los hombres, que nuestras capacidades multitarea son extraordinarias o que lo de razonar se les da mejor a ellos… ¡el determinismo biológico manda!

Nuestras creencias, nuestras convicciones, nos hacen decidir –en muchas ocasiones de manera inconsciente e irracional– lo que nos parece fiable o no. Tenemos algunas opiniones tan interiorizadas, son tan profundamente culturales, que en muchas ocasiones rechazamos argumentos incuestionables sin ningún pudor.

En 2018, un año mágico en la lucha feminista, insistir en el argumento de que existen diferentes capacidades intelectuales en hombres y mujeres acudiendo a explicaciones científicas es inaceptable y peligroso. Estas premisas solo buscan perpetuar las desigualdades, muy convenientes para algunos colectivos.

Ojalá en 2019 las reivindicaciones feministas consigan mejorar las vidas de tantas y tantas personas… Las muchas discriminaciones sufridas por las mujeres provienen de causas culturales, no biológicas, y por lo tanto, pueden eliminarse con voluntad. No nos dejemos engañar.

*Marta Macho es doctora en Matemáticas, profesora de la UPV/EHU. Dirige el blog Mujeres con ciencia

 

 

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