Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
¿Es el fin(tech) de la banca tradicional?
En los años 80 el servicio estudios del Banco Bilbao puso de moda en España un concepto novedoso: la desintermediación financiera. Este concepto tenía que ver con la irrupción de nuevos competidores no bancarios en el negocio de la banca tradicional quitándoles cuota de mercado. El Corte Inglés, por ejemplo, se estaba introduciendo en el negocio de los viajes y los seguros y amenazaba con abordar el negocio financiero.
La causa fundamental de que se produjera este proceso tenía que ver con la desregulación financiera. Recuérdese que estábamos en plena apogeo de la era Reagan-Thatcher. Las consecuencias también eran fáciles de prever. La pérdida de margen de intermediación (para entendernos la diferencia entre el tipo de interés del activo -créditos por ejemplo- y el tipo de interés del pasivo, por ejemplo los depósitos) y su impacto sobre los beneficios de las entidades de depósito. Nuevos competidores iban a quitar cuota a la banca tanto por la parte del activo como del pasivo. La respuesta también era fácil de prever. Buscar nuevas fuentes de ingresos. Esencialmente el cobro de comisiones.
Conviene retrotraer al lector por un momento a los años ochenta. La banca suministraba la mayoría de los servicios a sus clientes sin cobrarles absolutamente nada, totalmente gratuitos. El cliente se había acostumbrado a esta forma de trabajar, considerándolo algo normal, y el temor de la banca era que no asumiera este cambio de relación. La rúbrica de ingresos de comisiones bancarias se convirtió a partir de entonces en una fuente importante, muy importante de hecho, de sus ingresos. Hoy en día suponen más del 50 % de su margen de intermediación.
Aquello pasó. Se superó la crisis bancaria de los años 80. La banca fue paulatinamente abandonando el negocio industrial. Los nuevos competidores finalmente no entraron en el negocio bancario y nos abocamos a una vertiginosa época de locura. Exuberancia financiera en palabras de Robert Shilller, premio Nobel de economía. Créditos hipotecarios del 120 % del valor del piso, financiación a corto plazo a las empresas sin ningún tipo de garantía que ocultaban necesidades estructurales. Inversiones en proyectos de promoción inmobiliaria de dudosa viabilidad, pero con una gran rentabilidad, si salían bien. Inversiones multimillonarias en nuevas empresas sin ningún fundamento económico real. Cajas de Ahorro absolutamente desbocadas en una política de expansión, con una gestión amateur y alocada, cuando no fraudulenta, sin control alguno. No podía haber control político de las mismas cuando eran los propios políticos quienes las gestionaban.
Nadie lo vio, nadie lo atajó, nadie es responsable. Teníamos un sistema bancario saneado y el Banco de España era uno de los bancos centrales más prestigiosos del mundo. Cuando Zapatero dijo que teníamos un sistema financiero solvente no fue una ocurrencia, era lo que decía casi toda la profesión económica. Todo eso se desplomó como un castillo de naipes. Y nos ha costado mucho dinero a los españoles.
Ahora el sistema financiero español afronta otro nubarrón. El mismo concepto, la misma idea -desintermediación financiera- pero con particularidades distintas a las de los años ochenta. Es lo que llamamos fintech.
¿Qué es esto de las fintech? Tiene que ver con cómo los usuarios utilizan la tecnología para comprar servicios financieros, más allá del pago por móvil o la transferencia por ordenador, utilizando las aplicaciones de nuestro banco, contratando servicios que prestan sociedades no financieras por medio de sus propias plataformas tecnológicas. No solo estamos hablando de start ups sino también empresas tecnológicas de primer rango como Google, Apple, Facebook o Amazon. Empresas con capacidad financiera y tecnológica y, sobre todo, muchísimos clientes en todo el mundo.
¿En qué campos pueden actuar estas empresas? Muy variados. Medios de pago, cambios de divisas o las actividades llamadas crowdlending por la que estas empresas ponen en contacto (está es la esencia) a muchos pequeños inversores con los solicitantes de financiación, les ayudan a tomar sus decisiones de inversión y, finalmente, gestionan los cobros de las cuotas y los pagos de los intereses y la devolución del principal del préstamo. También puede tratarse del crowdfunding, una fórmula por la que pequeños ahorradores pueden invertir mediante mecanismos de financiación colectiva y micromecenazgo en empresas de base tecnológica u otros proyectos de interés.
¿Ejemplos de estas nuevas empresas? Muchas. Nacionales e internacionales. Casi todas con vocación global desde su nacimiento. Algunas muy conocidas. Por ejemplo Pay Pal, la plataforma de pagos en Internet con más presencia en el mercado; otras con importantes campañas en medios de comunicación como Fin Tonic, un organizador de cuentas personales, o Rastreator, un comparador de productos financieros (especialmente seguros); algunas muy prácticas como Kampaii, una plataforma para pagos (y descuentos) en locales de ocio (bares, discotecas,…). Y muchísimas más. No quiero abrumar. Simplemente fíjense en sus actividades y evalúen ustedes el alcance de este proceso. Square una plataforma de pagos por móvil; Kantox, una empresa dedicada a la gestión y cobros de divisas; Stopcap, una plataforma de créditos online para empresas y autónomos o, por cerrar esta enumeración, IndieGogo, una empresa de crowdfunding.
La pregunta es cómo va a responder la banca tradicional a este (nuevo) reto. Antes de responder a esta pregunta daremos un pequeño rodeo.
Según los profesionales del sector, la primera cuestión está en dilucidar si las fintech van a ser competencia o un complemento de la banca tradicional. Como pasa muchas veces en economía, la respuesta es algo frustrante: depende. Depende del tipo de negocio que exploten.
Las empresas que se dedican a la gestión de divisas amenazan directamente al corazón del negocio bancario. También las empresas que se dedican a los mencionados crowdfunding o crowdlending. Otras, como los proveedores de información financiera, seguridad o comparadores de productos son complementarias y facilitarán que los bancos sean más eficaces, competitivos y ofrezcan un mejor servicio a sus clientes.
La normativa financiera actuará seguramente como una barrera entrada, dificultando la incorporación de esta nueva competencia. Aquí la banca tradicional cuenta con fuertes aliados: el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de España y la CNMV preocupados por no perder el control de las nuevas entidades que incorporan altos niveles de riesgo y muy pendientes de que no se repitan nuevos escándalos financieros.
Es muy posible que la banca siga manteniendo el control de la financiación en el corto plazo. Basta ver los obstáculos y barreras que se han puesto al crowdlending y al equity crowdfunding. En el caso español, después de un tortuoso proceso de negociación, que se ha saldado con un salomónico equilibrio de “ni para ti, ni para mí”, la normativa exige un desembolso efectivo completo de capital social de 60.000 euros o -como alternativa- un aval, seguro o garantía de 400.000 euros. Entre otras limitaciones y controles, se establece también una cantidad de 3.000 euros como inversión máxima por proyecto para inversores no acreditados. Sin embargo, esto no se va poder mantener en el tiempo. Nadie es inmune a los cambios tecnológicos. Son muchos los sectores y actividades que han pasado antes por esto: las agencias de viajes, las líneas aéreas, la industria discográfica, la prensa de papel, las telecomunicaciones, el comercio o el sector editorial y su distribución. Ahora está de actualidad el taxi. Todos han tenido que adaptarse. ¿Por qué no también la banca?
La impresión es que estamos ante lo que se conoce como un cambio disruptivo. Un cambio estructural que afecta a la propia naturaleza del negocio bancario y que va a transformar su forma de trabajar. Mucho más allá del pago por móvil o la transferencia por ordenador, las nuevas tecnologías van a transformar la relación entre los bancos y sus clientes, y no solo para las generaciones más jóvenes. El uso de los móviles y de las tablets se ha ampliado, por la facilidad de su uso, a generaciones mayores y cualquiera será capaz de actuar con su banco o su proveedor de servicios financieros por medio de los mismos. Llevaremos toda nuestra información financiera en el móvil o la tablet y tendremos capacidad de cambiar fácil y rápidamente de proveedor.
Cierre de sucursales
Las primeras reacciones no se han hecho esperar. La banca ya está anunciando el cierre de sucursales y ajustes de plantillas. El Banco Santander tiene previsto el cierre de 450 sucursales y un ajuste de plantilla de más de 1.600 trabajadores. El consejero delegado del BBVA declaró hace muy poco que “a largo plazo” su banco estaría en condiciones de reducir su red de sucursales casi en un 75%, de las 3.800 actuales a alrededor de unas 1.000. No todos reaccionan igual. CaixaBank ha decidido reforzar su red de oficinas. Hay quienes creen que el problema de la banca no es la digitalización si no su orientación al cliente y piensan que para ofrecer un servicio mejor y diferencial no hay que cerrar oficinas sino cambiar el modelo de las mismas. Todo un debate. Eso sí, todos los expertos vaticinan nuevas fusiones y adquisiciones.
Y también están poniendo en marcha una segunda opción. La compra de muchas de estas start-ups con cifras millonarias. Algunos bancos están muy activos en este sentido. El BBVA por ejemplo ha decidido dedicar un fondo de 220 millones de euros a la compra de este tipo de sociedades. El Banco Santander ha anunciado a su vez otro fondo de 100 millones de euros para participar hasta en un 15% en compañías fintech. Como puede verse las cifras marean y todos están corriendo para posicionarse.
Un estudio reciente de PwC calcula que un 20% del negocio financiero puede estar en manos de empresas fintech en 2020. Yo no creo que se alcancen estas cifras. Primero hace falta ver si estas fintech serán empresas independientes o se convertirán en plataformas tecnológicas del propio banco como estamos observando. Luego habrá que ver la evolución de estas propias empresas, una vez pasado el primer sarampión.
De hecho, la amenaza real más importante puede venir de la competencia de las grandes compañías tecnológicas como Google o Apple. Pero está por comprobar si finalmente se introducirán en este negocio. Las empresas tecnológicas están acostumbradas a obtener rentabilidades de su capital por encima del 20%, mientras que en la actualidad las entidades financieras apenas dan entre el 5% y el 8%. Esto se debe, aparte de al escaso margen de intereses, al alto capital regulatorio que necesitan para cumplir los criterios supervisores. No está claro que estas compañías estén dispuestas a jugar en un mercado tan regulado, supervisado e intervenido, para lograr unas rentabilidades bajas para sus estándares.
Lampedusa, el autor de El gatopardo, sigue estando de actualidad: “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Sí, lo sé, una cita un poco manida pero que esta vez le va como anillo al dedo. En mi opinión la banca resistirá -como siempre lo ha hecho- pero cambiara su modelo de negocio y su relación con los clientes.
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