Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Que no gane el miedo
Quizás podría haber “armado” este artículo antes. Argumentos para ello no me faltaban. Tampoco lo hacen ahora. Y creo, a mi pesar, que en la era de la posverdad seguiré acumulando motivos para reforzarlos.
Lo reconozco. El domingo 28 de abril viví la jornada electoral con ansiedad. No he debido de ser la única (ya sabéis que según el refranero popular, eso no es ningún consuelo), porque a pesar de que las fuentes oficiales den como claro vencedor al candidato del PSOE, mi impresión es que las ha ganado el miedo.
El miedo, una de las emociones primarias que nos agarra a la vida desde que nacemos, ha sobrevolado como un fantasma cada rincón de España durante la campaña electoral, posándose en muchas de las manos al elegir las papeletas, cerrar los sobres e introducirlos en las urnas. El miedo soterrado, latente o, por el contrario, galopante y visible en los discursos de todos y cada uno de los candidatos a la presidencia, alarmando a su electorado (y al resto), moviéndonos en un mar de extremos, a la deriva de nuestras propias herramientas para combatirlo… Y puede que, como ha quedado electoralmente demostrado, momentáneamente, el miedo nos haya protegido a todos de unas políticas reaccionarias, excluyentes, insolidarias, enraizadas en la visión de una realidad cuasi-ficticia. Eso solo el tiempo lo dirá. Permitidme el escepticismo redomado al que nuestra clase política ya me tiene acostumbrada.
Pero no me he animado a teclear para hacer una interpretación política más de los resultados electorales, sino una más humanista. Para ello, quisiera confesaros que el miedo y yo, durante una etapa de mi vida, que poco tiene que ver con la política, fuimos todo uno. Esto me permitió entender su naturaleza y advertir que, como cualquier moneda, cuenta con dos caras. Y el domingo me acordé de esa moneda que los candidatos habían lanzado conjuntamente al aire…
El miedo, como decía, es una de las emociones primarias, un mecanismo de protección que nos agarra a la vida, asociado, por tanto, al instinto de supervivencia. Pero es el proceso de socialización y de culturización (tan cargado de experiencias de distinto tipo, en el primer caso; y de inquietudes que vamos alimentando, en el segundo), el que lo va entrenando, preparando para que se active de la manera más adaptativa posible en cada instante. O dicho de otro modo: los procesos de socialización y culturización van poniendo a nuestro alcance herramientas racionales, que vamos almacenando, para protegernos de él y afrontarlo en cada caso sin herirnos, ni herir a nadie.
El miedo, por tanto, es universal; lo que cambia es qué lo desencadena en cada uno de nosotros. ¡Hay tantos motivos como combinaciones posibles! Entre algunos de los miedos simplistas utilizados durante la campaña: “Volveremos al pasado”, “Pactarán con terroristas”, “Subirá el paro”, “Gobernarán para la banca”, “Los inmigrantes se beneficiarán aún más de nuestras ayudas”, “El despido será gratuito para las empresas”, “No podremos abortar”, “Nos impondrán el castellano”, “Van a romper España”, “Desmantelarán el sistema de autonomías”, “Nos conducirán a otra crisis sin precedente” y un largo etcétera.
Sin embargo, es en esa cualidad universal del miedo también donde reside la posibilidad de trabajar la empatía. Esa a la que muchos echamos en falta en nuestra escena política. La empatía sirve para conocer y comprender (que no por ello justificar y, mucho menos, defender) desde dónde hablan (y reivindican, y descalifican, y crispan) aquellos que cada cual considera como “diferentes”. Si todos somos seres que sentimos miedo, todos deberíamos de ser capaces de entender lo que el miedo hace internamente con los demás, a qué conductas los empuja externamente; aunque en cada caso se revista de un discurso ideológico distinto. Y ahí es, en concreto, donde se requiere toda la voluntad y los esfuerzos políticos: en escudriñar de dónde nacen los miedos de una sociedad diversa y ponerlos sin tapujos encima de la mesa, nombrarlos, trabajarlos con quienes mejor los han estudiado y comprenden, legislar e implementar las medidas que los limiten, para aliviarnos ligeramente la existencia.
En este sentido, creo que hay que ser respetuosos y no devaluar, ridiculizar e ignorar ninguno de los miedos con los que cada partido político y grupo social se hace un nido. Quizás, a veces, enfrentar ciertas conversaciones nos parezca involucionista, incluso absurdo, como sacar a la palestra del debate público cuestiones como la tenencia de armas (otros podrían catalogar del mismo modo otras proclamas más mayoritarias…). Pero si no queremos seguir enquistados en la otra cara de la moneda debemos estar preparados para hacerlo. Porque la otra cara es el aislamiento, el atrincheramiento y la retroalimentación de quienes comparten los mismos miedos, que van construyendo su argumentario sentimental incombustible, depredador (porque un miedo se suele asociar con otro y así sucesivamente como una bola de nieve rodando por una ladera), donde el plano racional, es decir, el uso de la lógica, los datos, las evidencias, ya no los aplacan…
Insisto. Hay mucho de este conocimiento de los mecanismos emocionales y de su uso perverso en todos los partidos políticos, incluso en los medios de comunicación, convirtiendo, de este modo, el miedo (y otros sentimientos asociados con él, como el odio) en un arma de manipulación masiva. Así lo avalan muchos de los acontecimientos que han marcado la agenda nacional e internacional en los últimos años, que si analizamos con detenimiento también han estado vinculados al miedo.
Afortunadamente, si las queremos, tenemos a nuestro alcance las mejores vacunas: la memoria y la cultura. Quizás puedan resumirse en una sola: la responsabilidad individual, comunitaria y política de invertir en educación. La educación en conocimientos; la educación en valores; la educación en habilidades emocionales, comunicativas y sociales; la educación para identificar y desarrollar herramientas que nos permitan observar con distancia y honestidad los miedos propios y ajenos, a verbalizarlos, a aprender a convivir con ellos, a protegernos para que no nos arrastren las arengas que nos prometen fórmulas mágicas que los acallen (¿hasta cuándo?) y, menos aún, si eso significa la destrucción de algo o de otros.
Ya lo decía André Malraux: “La cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de siglos, han permitido al hombre ser menos esclavizado”. Agarrémonos a este salvavidas. Contribuyamos a que otros también lo hagan. Pero sin caer en los discursos basados en la superioridad moral, el dogmatismo o el adoctrinamiento, sino fomentando la curiosidad, la reflexión. Hay que visibilizar la practicidad de educarse para no tener una identidad determinada por nuestros miedos. Expresar la plenitud que entraña saberse algo más libre, cada vez que uno descubre una de sus fisuras, contradicciones o vacíos, y los cose con la búsqueda de las verdades intelectuales y metafísicas que, a veces, no se espera. Armarse de recursos contra el miedo es la única forma pacífica y efectiva que, de momento, conozco para seguir caminando hacia un futuro cada vez más justo, inclusivo, solidario y lleno de cuidados.
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