Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Identidad
Las campañas electorales en nuestro país además de significarse por su desmesurada longitud también se distinguen por marear constantemente la perdiz con uno de los problemas que la mayoría de las democracias del planeta ya han resuelto: el problema de la identidad. Durante estas campañas los políticos que se presentan a los comicios apenas dedican tiempo para discutir los problemas que realmente preocupan a los ciudadanos – a saber, el precio de la vivienda, las penas de Isabel Pantoja, los contratos laborales, las drogodependencias de Paquirrín, etcétera, etcétera – sino a averiguar nuestra identidad al tiempo que sus razones: ¿somos vascos porque nos acunaron con canciones cantadas en euskera o somos catalanes porque hemos crecido con una barretina coronándonos la calva, la música de Lluis Llach en las vísceras y los discursos del muy honorable Jordi Pujol provocándonos una mansa servidumbre?; ¿somos extremeños porque nos nutrimos fundamentalmente con la matanza del cerdo o somos madrileños porque nos gustan los bocadillos de calamares, la caña bien tirada, hablar arrastrando las jotas y presumir de los muchísimos títulos logrados por el Real Madrid?.
No somos más que una pasión inútil, que dijera Sartre, transitando hacia el olvido, que diría Bécquer: hombres y mujeres de una alarmante mediocridad económica, la mayoría, que, por casualidad, hemos nacido en un lugar determinado del planeta y que antes de adquirir nuestra definitiva identidad, esto es, la de muertos, dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, no a sacar brillo a las estatuas de los héroes patrios, sino a trabajar en lo que buenamente podemos para así pagar la hipoteca, el tresillo, la gasolina, los garbanzos, el colegio de los niños y la organización administrativa del Estado en el que pacemos.
La convivencia estatal, la unidad civil soberana, radica, fundamentalmente, en la voluntad histórica de convivir no en la fatalidad biológica. El origen del Estado y su posterior desarrollo ha consistido siempre en la unión política de grupos humanos étnicamente desunidos. Hace ya mucho tiempo que pensadores como Ortega y Gasset, por ejemplo, nos hicieron saber que por muchas vueltas que demos a los conceptos de soberanía y de Estado, no se halla en ellos la menor referencia a la comunidad sanguínea y que la organización de los mismos está basada en la unión histórica de ciudadanos de distinta raza, distinta lengua, distinta religión, distintas tendencias sexuales y distinta manera de combatir el tedio. Las preferencias gastronómicas, las variantes lingüísticas, las canciones tradicionales o los diferentes modos de celebrar las fiestas patronales no conforman estados sino peculiaridades culturales.
Pero, bueno, ya se sabe, en este disparatado país el hecho de utilizar el alfabeto, destripar cerdos, saltar a la comba, emborracharse o cocinar el besugo de manera diferente que los de la parroquia de enfrente ya presupone la existencia de unos derechos históricos, políticos y patrióticos totalmente irrenunciables. Localistas que somos. Que le vamos a hacer.
En fin, según están las cosas, en las próximas elecciones generales puede usted depositar su voto en la urna con el propósito que quiera que, más temprano que tarde, ya se encargarán los muchísimos políticos nacionalistas que en este país celebran las diferencias folclóricas, paisajísticas, musicales o gastronómicas con un entusiasmo de adolescentes embriagados, de descubrirle una identidad con la que continuar pagando – eso sí, mucho, pero mucho más alegremente – la hipoteca, el tresillo, la gasolina, los garbanzos, el colegio de los niños y la organización administrativa del Estado en el que usted y su estimable familia pacen.
Sobre este blog
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