Imponer, impedir

Hace 18 años, Josu Jon Imaz, por entonces presidente del PNV, escribía una tribuna en 'Deia', 'El Diario Vasco' y 'El Correo' con el título “No imponer, no impedir”, de la que se hizo eco al día siguiente 'El País'. Es un lema que ya figuraba en las propuestas políticas del PNV en 2005, dos años antes, a través de la Iniciativa 'Ante el final dialogado de la violencia y la normalización política', que fue presentada ante la asamblea nacional del partido el 20 de octubre de 2005.

Sin ánimo de polemizar o de descontextualizar la asunción de ese doble compromiso, que implicaba no imponer un acuerdo de menor aceptación al vigente en aquel momento dentro de Euskadi, y no impedir un acuerdo de mayor aceptació nal vigente en aquel momento por parte de España, el título resultaba sugerente, invitaba a la reflexión a la vez que resumía la cuadratura del círculo existente en aquel momento. Es un título, en cualquier caso, que trasladado a la actualidad y a otro problema que se presenta tan irresoluble como aquel hace 20 años, bien podría transformarse en “Imponer, impedir”. Me refiero a la situación que se vive en Gaza, de la que resulta imposible permanecer impasible ante tanto horror.

Europa, la UE en particular, está desempeñando un papel bochornoso, indignante, vergonzoso, humillante, contrario a los valores que supuestamente dice defender, pero que a la hora de la verdad solo mancilla. Una deshonra que cada día que pasa se hace más irrespirable, más insoportable, más inadmisible. Una UE antieuropea que, con su inhibición, nos despoja a todos de humanidad y de dignidad, de sentido de pertenencia a un lugar en el mundo que, en teoría, defiende los derechos humanos como valor universal, sin supeditarlos a intereses económicos o geopolíticos.

Por todo ello, es lícito exigir una intervención contundente en la crisis humanitaria de Gaza a base de imposiciones e impedimentos. Imponer para impedir. En Gaza no hay una guerra, hay un genocidio del que somos testigos mientras se lleva a cabo impunemente con absoluta crueldad. Todo ello ante la mirada del mundo, que asiste impasible ante la barbarie. Nadie hace nada, ni China, ni los países árabes, tampoco sus vecinos Egipto o Jordania, que acumulan en sus fronteras la ayuda humanitaria que no termina de llegar a quien la necesita. Gaza se ha convertido en un campo de exterminio, un baño de sangre a orillas del Meditarráneo, mientras en el otro extremo de ese mar somos los europeos los que nos bañamos en sus aguas cada día más cálidas que alimentan de este modo fenómenos meteorológicos adversos que nos castigarán al final del verano.

Hoy Europa tiene una gran oportunidad para mostrar al mundo que sigue siendo el refugio de los derechos humanos, no solo para los que viven dentro de sus fronteras sino para todas las personas que habitan el planeta con independencia de su raza, religión, nación de procedencia, nivel de riqueza o cualquier otra línea artificial que nos separa como especie. Y eso pasa por imponer la paz e impedir el genocidio al que estamos asistiendo.

Por todo ello, como ciudadano europeo por mucho que cada día me sienta menos identificado con esta UE, le reclamo que impulse una intervención que bien pudiera denominarse imponer-impedir y que debería reunir al menos estas medidas:

Imponer...

E impedir:

Si Europa pretende gozar de credibilidad internacional y volver a jugar un papel de liderazgo en el mundo, liberada de tutelajes, de sombras, de chantajes, el genocidio en Gaza le ofrece la oportunidad para actuar de forma coherentecon los ideales que dice defender. Hoy, sin embargo, parece que la dirección escogida es la contraria. La disidencia de países como Alemania frente a los valores fundacionales de la Unión Europea, la claudicación ante la OTAN para elevar el esfuerzo militar en términos de PIB de los países miembros de una organización que es absolutamente anacrónica, la negociación de unos aranceles contraproducentes con Estados Unidos, la desaparición del Green New Deal que solo fue un espejismo y un largo etcétera de actuaciones, ofrecen poca esperanza para pensar que Europa pueda imponer e impedir nada parecido a lo que aquí se recoge. Solo nos queda la esperanza de que alguien coja el timón y gire 180 grados la nave para regresar por la senda que nunca se tuvo que abandonar, la defensa a ultranza de los derechos humanos para que en el mundo no se repitan las atrocidades que el viejo continente sufrió hasta hace bien poco. Gaza no puede esperar, su agonía es la nuestra.