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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González
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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Letra en busca de música

Tiendas de segunda oportunidad Oxfam Intermón

Pablo García de Vicuña

“Mientras la mitad más pobre de la población mundial posee la misma riqueza que las 85 personas más ricas del mundo, en España, la riqueza de las 20 personas más ricas (77.000 millones de euros) es equivalente a la renta del 20% de las personas más pobres”. [1] Esta era una de las conclusiones que citaba el Informe de Oxfam Intermon en 2014 y nada indica que tres años después el panorama haya cambiado. Esta ONG nos está acostumbrando a esperar con impaciencia los informes que anualmente publica, contrarrestando así –con contenido social- las noticias que en torno al Foro de Davos se producen a comienzos de año.

La edición de 2017 de este foro económico mundial se presenta como la más concurrida de la historia (se esperan más de 300 personas intervinientes en el pequeño y famoso pueblo suizo) y las cabezas pensantes de la economía, la tecnología y la política mundial se esmeran por debatir durante una semana sobre cuatro asuntos centrales: la incipiente llegada de la cuarta revolución industrial, el fortalecimiento de la colaboración mundial (¿), la revitalización del crecimiento económico y la reforma del capitalismo.

A otro nivel, tan interesante como el señalado, organizaciones sociales y económicas, críticas con la situación establecida por las principales potencias del mundo, aprovechan también este foro para proclamar sus propios mensajes. Así lo ha hecho Oxfam al presentar su Informe anual, titulado esta vez “Una economía al servicio del 1%”. El subtítulo, por si acaso, no deja lugar a dudas: Acabar con los privilegios y la concentración de poder para frenar la desigualdad extrema. Y es que los datos siguen siendo estremecedores por más que nuestra capacidad de asombro esté cerca de la saturación: entre 1988 y 2011, el 10% más rico de la población mundial ha acumulado el 46% del incremento total de ingresos, mientras que el 10% más pobre sólo ha recibido el 0,6%.

Es verdad que siempre habrá quien considere que pese a la desigualdad manifestada, los datos presentados también demuestran que el crecimiento del mundo es ahora mayor que en el siglo pasado y que el tamaño de la economía global se ha duplicado en los últimos 30 años. Más aún, que pese a los efectos negativos de la crisis económica que venimos arrastrando desde 2008, todas las regiones del mundo han aumentado su riqueza, incluidos los países de renta media y baja. Se tranquilizarán conciencias, por tanto, en la creencia de que la equidad distributiva ha empezado a presidir las acciones de los países y de sus dirigentes. Tremendo error. Como demuestra el estudio de Oxfam editado (18 de enero de 2016), si el crecimiento de la riqueza hubiese llegado a los países más pobres en la misma proporción que llega a los más ricos, habría 200 millones de personas menos viviendo por debajo del umbral de la pobreza extrema, situación que no se ha producido.  Y por si aún quedasen rescoldos de duda, otro apunte, aún más esclarecedor: en la actualidad, 62 ricos milmillonarios poseen la misma riqueza que la mitad  más pobre de la población mundial (3.600 millones de personas). En 2010 esa cifra era de 388 milmillonarios. Es decir, 326 personas no son necesarias ahora para igualar la riqueza de medio mundo. (Por cierto, la utilización del género masculino al hablar de estos “tíogilito” no es un descuido, sino utilización premeditada , ya que la minoría femenina entre las grandes fortunas es escandalosa: tan solo 55 mujeres entre las 500 personas más ricas, según la lista Forbes).

¿Por qué sigue reproduciéndose esta situación de tremendo desequilibrio en el reparto de la riqueza mundial? Acercaré dos opiniones de historiadores que puedan servir para ilustrar alguna respuesta. Thomas Piketty ('El Capital en el siglo XXI', FCE, 2014) explica que es la consecuencia de la reducción en las tres últimas décadas del papel que han jugado los ingresos derivados del trabajo en la renta nacional -han disminuido en la mayor parte de los países del mundo, especialmente en los desarrollados- y del ostensible aumento de los ingresos derivados del capital (dividendos, intereses y reservas de las compañías, por ejemplo). Sencillamente, para el autor francés, los y las trabajadoras acaparan en la actualidad un menor beneficio del crecimiento económico mundial. Esta tendencia afecta tanto a los países ricos, como a los pobres, exceptuando algunos pocos países hispanoamericanos. A este dato habría de añadir el empeoramiento paulatino de las condiciones de trabajo –empleos mucho más precarios y peor remunerados que hace una década- y la endeblez del mercado laboral, muy lejos aún de la oferta de la primera década del siglo XXI (La OIT calcula que en 2014 había más de 200 millones de personas desempleadas, unos 31 millones más que a comienzos de la crisis económica).

Yuval Noha Harari ('Homo Deus. Breve historia del mañana' Debate, 20164) desde un punto de vista más filosófico, plantea la idea de que la entrega  voluntaria que el ser humano moderno ha hecho al crecimiento económico ilimitado en los dos últimos siglos, trae como consecuencia un mundo más tecnológico, pero seriamente perjudicado en su ecosistema; más rico, pero menos solidario. El pacto moderno establecido entre la humanidad y su creencia absoluta en que el conocimiento puesto al servicio del capitalismo –antes, a lo largo de la historia, lo había estado en las religiones, en los reyes y en la propia naturaleza-  traería un poder sin precedentes, genera estos daños colaterales con los que el ser humano tiene que aprender a sobrevivir, si no es capaz de remediarlos.

Sea como fuere, lo cierto es que el crecimiento económico mundial continúa generando situaciones de fuerte desigualdad. Así, el sistema fiscal, uno de los pilares de financiación de los servicios públicos necesarios en cualquier país, debería ser una garantía para que las grandes fortunas fuesen quienes más aportaran en beneficios de las personas más necesitadas de ayuda sanitaria, educativa o del resto de servicios sociales. Pero no lo es. La arquitectura fiscal mundial parece destinada a socavar la capacidad de los gobiernos para recaudar los impuestos que les corresponden, bien a través  de la existencia de los paraísos fiscales  (dato aportado por Oxfam: 9 de cada 10 empresas, entre las 200 más grandes del mundo, todas ellas presentes en el Foro de Davos, tienen presencia en al menos un paraíso fiscal), bien primando a sectores  económicos privilegiados (industrias extractivas, empresas financieras y textiles).

Se ha extendido una creencia social en torno a que dado el drama actual del paro y de la situación crítica de la economía española, debemos evitar cuestionar cualquier medida que consiga reducirlo; cualquier persona que cree puestos de trabajo –independientemente de la insultante riqueza personal que atesore- debe ser reconocida y admirada; cualquier fortuna multimillonaria que declare hoy a Hacienda, pese a llevar lustros en la ilegalidad ('¿Malos? A los que admiro': Marco-Gardoqui, Ignacio. El Correo enero, 20175), deberá ser admitida. Pero no debe ser así. Hoy en día, los gobiernos poseen tal cantidad de información personal y empresarial que su gestión debiera servir para erradicar tamaña creencia social.

Por ello debemos ser tremendamente exigentes con nuestros gobiernos para que reequilibren el poder dentro de la economía. Hay que incorporar poder para las personas excluidas –no sólo gestionar con bienintencionadas pero finitas medidas de auxilio social-  y hay que controlar y reconducir la influencia de aquellas fortunas, gestionadas desde la opacidad y el beneficio personal. La política debe trabajar para las personas, atendiendo la demanda de la ciudadanía, en vez de anteponer los intereses corporativos de las grandes empresas y de las grandes fortunas. Sólo así disminuirá la vergonzante brecha económica existente y denunciada desde las organizaciones no gubernamentales.

La letra hace tiempo que está escrita (salarios dignos, fin de la brecha de género, control de los lobbys, transparencia de la gestión pública, nueva gestión de la política de propiedad intelectual, esfuerzo fiscal progresista, aumento inversión pública, desaparición paraísos fiscales,…), sólo falta dar con la melodía adecuada.

[1] “Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica. Reflexiones sobre España”. Oxfam Intermon. Enero, 2014

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