Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Lluvias
La lluvia, siendo una bendición, un milagro, una recompensa a los desvelos de nuestros agricultores, cansa. No tanto como trabajar, que decía Cesare Pavese dando título, así, a su brillantísimo primer libro de poemas, pero lo cierto es que la constancia de la lluvia en la ciudad, su presencia continua, incesante, resulta incómoda, es triste, empequeñece las vidas, trastoca los planes, arrincona, en definitiva, hastía. El invierno, en estas ciudades de persistentes lluvias, hay que procurar vivirlo en compañía de unos cuántos amigos que digan disparates lo suficientemente luminosos como para olvidar los inconvenientes que la lluvia, el frío, el granizo, las heladas, la nieve, la oscuridad y la tediosa rutina que todo eso conlleva, proporcionan.
No es una tarea sencilla. No. No solo porque en esta época de soledad tecnológica resulte tremendamente complicado disponer de amigos en tres dimensiones sino porque la edad y las forzosas rutinas del invierno hacen que las personas se vayan desentendiendo poco a poco del absurdo de la vida, de su luminoso disparate, y se enreden cotidianamente en interminables conversaciones referidas, casi siempre, a sus molestias físicas, a sus catarros, a sus enfermedades o a las de sus padres, sus conyugues, sus amantes, sus compañeros de trabajo o a las de sus siempre bien amados hijos.
El caso es que hace unos cuantos días me tropecé por la calle con un antiguo amigo. Un hombre bondadoso, racional, dicharachero. Uno de esos hombres sólidos, consistentes, con una corpulencia de barra de bar, muy dado a la conversación doméstica que le proporciona la lectura de los periódicos regionales y con unos ojos azules que el alcohol y la nostalgia de si mismo han empequeñecido. Esa tarde, bajo una lluvia cenicienta, tediosa, paseamos por las calles más cercanas al Parque de Doña Casilda y durante todo el paseo me estuvo relatando sus últimas visitas al médico.
Tiene artrosis, fibromialgia, una hernia discal y un cansancio continuo; un cansancio como de buey con las patas hundidas en el barro de su propia biografía. Lleva meses de baja. En concreto desde el pasado mes de julio no ha podido acudir a su puesto de administrativo en una sucursal bancaria situada en la periferia de la ciudad. El único aliciente que actualmente le encuentra a la vida, según propia confesión, es jubilarse lo más pronto posible y huir de esta pertinaz lluvia para vivir por los siglos de los siglos, amén, en la isla de Lanzarote. Solo con pronunciar esa palabra, Lanzarote, sus ojos, de un azul, ahora, grisaceo y tristón, parecían recobrar el brillo, la intensidad y la fiereza que mostraban casi siempre en los días de nuestra juventud, ¡ay!, perdida. Me parece que Goethe, el último, el moribundo, tenía razón: luz, más luz, es lo que, al final, todos deseamos.
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