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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Memoria literaria

Comparecencia de Andoni Aldekoa en el Parlamento

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Más allá del presente, resbaladizo siempre, en continua batalla entre la sensatez y la insensatez, la decencia y la indecencia, también en la escena política nacional, donde en los próximos días los ciudadanos de la capital del reino tendrán que elegir entre el teatro representado por Fernando Fernán Gómez, por ejemplo —por seguir con la metáfora teatral—, o el encarnado por Lina Morgan en su personaje más popular, en la comunidad autónoma vasca todo lo que sucede y no sucede casi siempre tiene que ver con los días del pasado, con la memoria de lo que fue, pero sobre todo con la memoria de lo que hicimos y, fundamentalmente, de lo que no hicimos, que esta suele ser la primera causa de arrepentimiento cuando, de pronto, el tiempo entra de lleno en nuestras vidas.

La corporación audiovisual EITB, subvencionada con los impuestos de todos los contribuyentes vascos, ha acordado por fin impulsar la memoria de las víctimas a través de un acuerdo con el Instituto de la Memoria Gogora. Tal vez por esta circunstancia, así como por el interés que parece haberse despertado entre los jóvenes por cuanto sucedió en los años más siniestros de nuestra memoria debido a las series televisivas que se están programando relacionadas con la barbarie etarra, resulte ahora oportuno recordar que los vascos creímos durante muchos, muchos años, que los políticos eran las únicas personas que podían erradicar la violencia de nuestro territorio, cuando el problema de nuestra comunidad no era un problema meramente político sino más bien cultural, ya que la vida, como bien escribiera Ortega y Gasset, es “primeramente un conjunto de problemas esenciales a los que el hombre responde con un conjunto de soluciones: la cultura”. ¿Cuál era la cultura en el País Vasco durante los años de la barbarie etarra? ¿Qué sistema de actitudes ante la vida tenía más importancia, más militantes, más divulgación? El sistema económico; o dicho de otra manera, el bienestar económico de un sector de la población que casualmente coincidía en su mayoría con el sector nacionalista.

En los últimos días del año 2002, el entonces Presidente del Círculo de Empresarios Vascos, José María Vizcaíno, fallecido en el mes de febrero del 2005, expresó ante los medios de comunicación “mi preocupación, desasosiego y frustración ante el hecho de que en Euskadi parezca que hay dos sociedades: una, que por sus ideas o actividad está siendo extorsionada, asesinada, y otra que parece que no se entera, de modo que lo primero es terminar con esta realidad mediante la cual un sector importante de la población tiene la sensación de no ser ciudadano de primera, del mismo modo que no es admisible que el discurso oficial se base en afirmaciones que se refieren a lo bien que va la economía, ya que esta actitud me parece profundamente deshonesta”.

La violencia de los etarras jamás hizo que los nacionalistas más fervorosos en las liturgias patrióticas o los mejor colocados en la pirámide social dejaran de percibir los magníficos honorarios que percibían por ocupar los cargos más relevantes

Entonces, en los días de los tiros en la nuca, tan celebrados en algunos pórticos de las iglesias rurales donde ahora, con la católica bendición del segundo partido más votado de la comunidad, se recibe a excarcelados de la banda terrorista como héroes del pueblo, la tendencia dentro de nuestro territorio era resolver los problemas económicos antes que nada porque eso es lo que más afectaba a la cultura predominante de los teleberris, las subvenciones, las homilías que, entonces, promulgaba un día sí y otro también Xabier Arzalluz y el hueco sonsonete del diálogo que se profería desde los púlpitos los domingos y otras fiestas de guardar. Por eso, seguramente, los dirigentes nacionalistas siempre se olvidaban rápidamente de sus reivindicaciones soberanistas cuando los empresarios —casualmente también nacionalistas cuando algunos, bastantes de ellos no hacía mucho habían sido también casualmente franquistas— les exigían que firmaran con urgencia el concierto económico. La violencia terrorista nunca mermó el bienestar económico de los nacionalistas. Más bien al contrario. La violencia que practicaron los etarras jamás hizo que los nacionalistas más fervorosos en las liturgias patrióticas o los mejor colocados en la pirámide social dejaran de percibir los magníficos honorarios que percibían por ocupar los cargos más relevantes en la administración pública, las cajas de ahorro, los museos profusamente promocionados, las empresas subvencionadas, las asociaciones deportivas o los medios de comunicación públicos. Recuérdese, por ejemplo, que en aquellos oscuros días de secuestros, chantajes, kale borroka y coches bomba la propaganda oficial, ampliamente difundida por los medios de comunicación públicos de Euskadi, había logrado extender por pueblos, ciudades, municipios y aldeas de la comunidad la convicción de que solo se era vasco, auténticamente vasco, si se era nacionalista. No siéndolo no parecía, entonces, que se tuviera derecho al trabajo, las subvenciones, la vivienda, la integridad física y a llevar una vida como la de cualquier otro hijo de vecino; es decir, lo suficientemente aburrida como para no temer criminales sobresaltos. 

La violencia, por tanto, fue un problema que, además de mandar al destierro forzoso a un considerable número de vascos, distinción honorífica que nunca ha reportado ningún beneficio económico, afectó fundamentalmente a las personas más alejadas de la cultura predominante; o sea, a los concejales, los profesores, los torneros, las empresarias, los intelectuales, los jardineros o las enfermeras que considerándose tan vascos como cualquier otro no comulgaban en aquellos oscuros días con los mandamientos de la religión oficial; la religión nacionalista. Los vascos socialistas, demócrata cristianos, comunistas, liberales, anarquistas, troskistas, conservadores, sufistas, desinteresados de toda doctrina o incluso devotos de sus Satánicas Majestades no cumplían, al parecer, con los preceptos bíblicos impresos en las tablas de la ley que Amari, la diosa euskaldún, había entregado, según parece, a Xabier Arzalluz y a Arnaldo Otegi en la cumbre del monte Anboto. Hubo entonces un sector de la población, en continuo progreso económico, que nunca consideró que esa violencia fuera un problema esencial sino una jodienda histórica con la que había que convivir, una molestia practicada por unos chicos descarriados, un estorbo rutinario del que se escribía mucho en los periódicos o un asunto que los políticos de Madrid se mostraban incapaces de resolver. También hubo, por supuesto, personas voluntariosas, capacitadas, nacionalistas y no nacionalistas, que trataron de remediar un problema esencial con medidas políticas, sin percibir que solo mediante un cambio cultural en el que se viera inmersa toda la ciudadanía podría erradicar el problema más vergonzante que padecía la enmudecida sociedad vasca de aquel tiempo: la violencia.

Pero, en fin, teniendo muchos de nuestros dirigentes nacionalistas la costumbre de utilizar la memoria de una manera no histórica sino más bien literaria, o sea fantástica, sospecho que todo esto, salvo a las nuevas generaciones de historiadores, les ha de interesar lo que siempre les ha interesado: o sea poco, muy poco o casi nada, ya que, tanto entonces como ahora, lo primordial es continuar ganando dinero mientras en los colegios, las universidades, los parlamentos, los púlpitos y los medios de comunicación fundamentalmente públicos nos vamos contando la historia que más nos interesa, ya que, a fin de cuentas, como escribiera el excelente poeta francés Guillaume Apollinaire, “hace mucho, mucho tiempo que se hace creer a la gente que es ignorante por completo y totalmente idiota de nacimiento...”

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