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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Pros y contras de las tecnologías de la información

Pablo García de Vicuña

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… La tecnología de la comunicación, igual que la vieja maquinaria industrial, puede elevar o reducir la cualificación de los trabajadores. Algunas multinacionales de comida rápida utilizan terminales con símbolos o iconos que hacen innecesario que sus empleados sepan leer o escribir”. Así lo cuenta César Rendueles, filósofo de la Complutense, en su éxito editorial “Sociofobia”[1] y nuestra imaginación vuela a los tiempos de la Revolución Industrial, donde el miedo de los trabajadores manuales por quedar absorbidos por el nuevo tiempo era tapado por una burguesía, escasamente preocupada de la formación obrera y obcecada con el progreso infinito.

Pero el autor no habla del siglo XIX, sino de esta segunda década del XXI, aunque en ambas haya elementos y protagonistas similares. Rendueles intenta alertarnos sobre los riesgos para lo sociedad actual de una exposición incontrolada al poder de la tecnología. La suya parece una voz disonante en un mundo cada vez más uniforme y entusiasmado por las oportunidades que aportan las tecnologías de la información y comunicación: instantaneidad en las noticias planetarias, formación online, ….Estos avances junto a su rápida implantación en el mercado mundial han hecho a muchos investigadores hablar de una posible 4ª Revolución.

Así, el mundo conocido en los ochenta del siglo pasado ha quedado obsoleto a ojos de muchos jóvenes actuales, con dificultades para comunicarse a través de un teléfono fijo, buscar una dirección en un listín o seguir las indicaciones de tráfico viario convencionales, por citar algunas. Si miramos hacia la educación, los cambios no han sido menores: de las dificultades por introducir la televisión (aquel 2º canal público que emitía programas de divulgación cultural en horario escolar), pasando por el VHS, hasta llegar al ordenador (con su propio proceso evolutivo, desde los disquetes de 5 ¼ o 3,5 , el CD y pendrive hasta la “nube”) actual. De la multicopista al trabajo en red en el aula.

Rendueles insiste en que mejoras como Internet, los smartphone o las pizarras digitales, lejos de haber aportado más conocimiento, introducen elementos preocupantes que generan en el individuo expectativas muy reducidas: “Tampoco ha aumentado nuestra inteligencia colectiva, sencillamente nos induce a rebajar el listón de lo que consideramos un comentario inteligente: 140 caracteres es, realmente, un umbral modesto.”

Sin embargo, la presión que introduce el mercado de las tecnologías ha revolucionado los hábitos domésticos, incluidas las relaciones familiares. Maialen Garmendia[2] apunta al ciberbullying como uno de los riesgos principales que puede posibilitar el acceso a la red para los jóvenes y advierte de la importancia de la supervisión de los progenitores en el uso de estos dispositivos. “La mayoría de las niñas y niños europeos de entre 13 y 16 años tiene actualmente un teléfono inteligente. No es inusual que los menores tengan el mejor smartphone de la casa(…). ”, resume la socióloga de la UPV.

Y es que es muy difícil despegarse, hoy en día, de la atracción que presentan las redes de comunicación: reencuentro con conocidos, oportunidad de participación en movilizaciones con fines solidarios, lúdicos o de entretenimiento, comunicación en tiempo real, eliminación de fronteras geográficas, posibilidad de contactos afectivos nuevos,… Todo parecen ventajas. Alejarse de ellas es volver al anonimato, caer en la monotonía, “quedarse off”. Hay, no obstante, cuestiones que sin parecer del Pleistoceno habría que advertir cuanto antes, como el peligro que las redes sociales suponen de pérdida de privacidad (que puede ocasionar en casos ya delictivos de suplantación de personalidad), de descontrol de la información ofrecida, de aumento preocupante de adicción (captación creciente de nuestro tiempo).

En el sistema educativo esta fascinación por las tecnologías de la información también debería rebajarse un tanto. Es indudable que pueden facilitar una consulta instantánea de información ingente, propiciar el trabajo colaborativo (sin limitaciones físicas ni geográficas), favorecer la elaboración propia de documentos y materiales audiovisuales (en ocasiones a través del aprendizaje autónomo) de forma sencilla, gracias a los gestores de contenidos.

Pero, como ocurre con los antiguos discos de vinilo, las tecnología de la información tienen también su cara B, unos “peros” que tener en cuenta de forma innegable. Quizás el primero, por su simplismo, sea el exceso de información que puede conducir si no se controla a un aumento de la distracción, pérdida de tiempo y generar hasta una posible sensación de ansiedad: tenerlo todo controlado, estar 24 horas conectado/a,… De mayor peligro es la fascinación por la novedad, tan usual en este mundo, que puede llevar a una disfuncionalidad en el uso de las TICs, por resultar inservibles o inadecuadas (para el alumnado) o por resaltar más el formato que el contenido propio de la información (para el profesorado).

Pero, sin duda, el mayor riesgo se encuentra en la pérdida de liderazgo en el aula del o de la docente. Aceptando el matiz de nativos digitales que traen las nuevas generaciones de alumnado, infinitamente mejor preparado que un profesorado, reciclado tardíamente de muy diversas formas, no se debe colegir que el control del aprendizaje haya cambiado de protagonistas en el aula. El profesorado, seguramente de modo más virtual e invisible que hace unos años, debe seguir guiando todo el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Volviendo a César Rendueles, concluiré con él que la fascinación que provocan estas tecnologías de la información en todos los ámbitos de la sociedad actual (“ciberfetichismo”, en su opinión) nos van abocando a un consumismo desaforado que puede llegar a cuestionar valores éticos y políticos esenciales en un estado democrático. “(La democracia) no se puede fragmentar en paquetes de decisiones individuales porque tiene que ver con los compromisos que nos constituyen como individuos con alguna clase de coherencia, con un pasado y alguna remota expectativa de futuro. Y ésa es una realidad antropológica incompatible con el ciberfetichismo y la sociofobia”. Dicho queda.

[1] Capitan Swing, 2013

[2] Investigadora, directora de EU Kids online España

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