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Violencia y acoso escolar, la lacra que no cesa
“La protección de nuestras escuelas contra todas las formas de violencia es, en efecto, una cuestión fundamental y, lamentablemente, de gran actualidad, como nos lo han recordado los recientes ataques perpetrados en escuelas en el Afganistán, Burkina Faso, el Camerún, el Pakistán y Francia, con el asesinato del profesor Samuel Paty”.
Con estas palabras iniciaba Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO, el discurso con el que se conmemoraba por primera vez el Día contra la Violencia y el Acoso en la Escuela, incluido el Ciberacoso. A partir de este año, el primer jueves de noviembre ha quedado decretado por esta Organización como el momento reivindicativo en el que los gobiernos de los estados miembros deberán combatir esta lacra social que, lejos de remitir, llega cada vez a más lugares y se extiende sin excesivo control por los ambientes educativos de la mayoría de los países.
El estudio de la UNESCO titulado Au-delà des chiffres, (Más allá de los números“), publicado en 2019 y realizado en 144 países, mostró claramente la intensidad de este fenómeno: casi uno de cada tres educandos de todo el mundo declaró haber sido víctima de acoso al menos una vez durante el mes anterior.
Ausencias reiteradas de las aulas, bajos rendimientos escolares, escasa -cuando no nula- información interfamiliar, afectación a la salud de las personas sufridoras de la violencia, el abuso o el ciberacoso son algunos síntomas evidentes que, desafortunadamente, pasan en muchas ocasiones desapercibidos o detectados únicamente cuando las soluciones son más costosas y difíciles.
Casi un/a alumno/a de cada tres, ha sido víctima de acoso por parte de compañeros/as al menos una vez durante el mes anterior y una proporción similar ha padecido violencia física. Entre las personas maltratadoras la mayoría están en el propio entorno escolar, principalmente sus propios iguales, aunque, en ocasiones, también docentes y otros miembros del personal escolar.
Casi un/a alumno/a de cada tres, ha sido víctima de acoso por parte de compañeros/as al menos una vez durante el mes anterior y una proporción similar ha padecido violencia física
La situación en la Comunidad Autónoma Vasca no es mucho mejor. Según declaraciones de la anterior consejera Uriarte, en el curso 2017-18 (el último del que se han aportado datos) se identificaron 79 casos como acoso escolar en los centros vascos, que suponían “sólo” el 14,29% de los 553 casos que la Inspección del Departamento había analizado. La propia gestora parecía declararse animada porque siendo mayor el número de casos denunciados, el total de los que -tras los protocolos de rigor- habían sido considerados violencia escolar habían descendido.
Está claro que siempre hay consuelo para leer el lado positivo de las estadísticas, pero uno tiende a pensar que mientras haya un único caso calificado de violencia entre el alumnado, esa comunidad escolar tiene un problema y está fallando en la educación integral de sus componentes.
Una mayor sensibilización del problema, unos protocolos que bajo el paraguas del programa Bizikasi debían extender la formación al conjunto del profesorado y la mayor implicación de la Inspección en este peligroso y preocupante asunto no ha dado, de momento, los resultados esperados. Y es que es el propio ISEI-IVEI, el servicio de Apoyo, el Instituto vasco de Evaluación e Investigación del Departamento de Educación ofreció unos datos nada halagüeños en su último informe sobre este tema. Este estudio reconocía que 20 de cada 100 alumnas/os en Primaria y 16 en la ESO habían sufrido maltrato en el último curso, conductas que se repiten con frecuencia o siempre desde el inicio de curso. El patio, durante el recreo, y el aula (respectivamente, según las etapas educativas mencionadas) son los lugares mayoritariamente elegidos para que las/os victimarios/as lleven a cabo sus fechorías.
Según la gradación establecida, la violencia más común y simple elegida es el maltrato verbal, seguida muy de cerca por el aislamiento y exclusión social de las víctimas. Con ser estas violencias conocidas desde siempre -y, quizá por ello, desatendidas por ser consideradas “normales”- hay cada vez más evidencias que dirigen, si no son reprimidas y reconducidas, hacia otras de mayor calado y sufrimiento: agresiones físicas, psicológicas y ciberacoso. Que más del 40% de las acciones violentas detectadas por la Inspección sean consideradas de exclusión y marginación social señala nítidamente el carácter preocupante de tal situación.
No podemos olvidar, tampoco el silencio que acompaña este tipo de acciones tanto entre victimarios y víctimas. El propio estudio de ISEI-IVEI recuerda que el 15,6% del alumnado de Primaria y el 24% de Secundaria nunca hablan con nadie el sufrimiento padecido. Y este, es en sí, una complicación añadida para hacer aflorar el acoso escolar. No ya sólo las actitudes silenciosas de las víctimas; en la mayoría de las ocasiones, el equivocado silencio de las familias, que confían en una solución por desintegración natural del problema, no consigue más que profundizar en la herida y desperdiciar un tiempo necesario para buscar soluciones necesarias. “Nunca deberíamos entender o justificar las violencias (ni las nuestras)- señala un experto en adolescencias, como Jaume Funes-, pero no podemos olvidar que nacen y se refuerzan cuando comprueban que sólo destruyendo pueden cambiar las cosas… Siempre es necesario recordar que la violencia también aparece cuando desaparece la esperanza, cuando se niega toda posibilidad de vivir de otra manera”.
Que esta situación de violencia entre iguales en la educación vasca no es la óptima deseada queda presente en las recomendaciones que el Ararteko realiza en su informe anual sobre el sistema educativo vasco (2018). En el apartado segundo (“Sobre la convivencia escolar”) solicita al Departamento que refuerce la integración del alumnado en la participación, elaboración e implicación de las normas de convivencia, no siempre equilibrada. Sólo de este modo -arguye el informe- se dará una situación de mayor equilibrio entre los distintos estamentos que componen la red educativa.
Del mismo modo, sonroja a la Consejería a la que reclama una mayor colaboración con las familias del alumnado; familias, especialmente las consideradas vulnerables -las más ausentes en la colaboración y participación de las normas de convivencia- así como con aquellas que defienden posiciones muy críticas con las actuaciones o inhibiciones de algunos centros escolares (entendiendo del profesorado y/o del equipo directivo).
Otra de las recomendaciones del Ararteko propone que las buenas prácticas demostradas en muchos centros, no se conviertan en actuaciones aisladas, dada la tendencia de algunos equipos directivos a olvidarse de los Planes de Convivencia elaborados que pasan a recoger el polvo oportuno de las estanterías administrativas.
“No se trata de garantizar la existencia de los documentos que la normativa exige- argumenta el Informe en este punto-; se trata de garantizar que tales instrumentos reúnen todas las condiciones necesarias, son utilizados de manera eficaz, y sirven realmente para mejorar la convivencia en el centro”.
Bienvenida sea, por tanto, esta iniciativa de la UNESCO para tratar de acabar con una lacra escolar que dificulta, como casi siempre, el devenir natural del proceso formativo. Únicamente falta que nos lo creamos y administraciones, empresas educativas, profesorado y familias trabajemos coordinadamente en clave de superar la situación.
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