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Logra el permiso para exhumar a su tío del Valle de los Caídos y días después descubre que su abuelo fue enterrado en un campo de concentración en Pontevedra

Campo de concentración de Camposancos, en Pontevedra

Maialen Ferreira

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El pasado 11 de diciembre elDiario.es/Euskadi publicó la historia de los más de 20 años de búsqueda de Juan Ramón Sertutxa para encontrar a su tío y recuperar sus restos, enterrados desde 1961 en Valle de los Caídos. El hombre, a sus 84 años, se mostraba satisfecho, estaba más cerca de traer a su tío de vuelta a Erandio, su casa. Sin embargo, lamentaba que en la vida que le queda no tuviera el tiempo suficiente para encontrar a otros dos familiares su tío y su abuelo, también enterrados en fosas comunes.

Según sus investigaciones, su tío paterno se encuentra en una fosa común en el penal El Dueso de Santoña y su abuelo paterno en una fosa común en un campo de concentración llamado Camposancos, en el municipio de La Guardia, en Pontevedra. Dos lugares menos “mediáticos” que el Valle de los Caídos y en los que cientos de personas siguen enterradas. “Su búsqueda, lamentablemente, ya no diría que se encuentra en punto muerto, porque está en el olvido”, señalaba Juan Ramón en el reportaje.

Gracias al reportaje elaborado por este diario, uno de los socios de elDiario.es que casualmente se encontraba investigando acerca del campo de concentración de Camposancos, se puso en contacto con este periódico para poder hablar con Juan Ramón, a quien informó de que efectivamente su abuelo estuvo y murió en dicho campo de concentración.

Según la información facilitada por José Antonio Uris, Eduardo Ramón Urlecea -como se llamaba el abuelo de Juan Ramón-  falleció a las 18.30 horas del 5 de mayo de 1941 a consecuencia de caquexia (tuberculosis pulmonar). Así lo refleja el Padrón Municipal de Defunciones Tomo 37 Folio nº 185 de La Guardia. “Además de los 49 fusilados en la fosa común de Sestás, los otros presos que fueron fusilados o murieron de enfermedad fueron enterrados en el subterráneo del cementerio de Sestás en fosas de 3 metros de profundidad y 2,50 metros de ancho a la izquierda, colocándonos en la entrada del cementerio mientras morían o disparaban. Si se llenaba el hoyo iban abriendo otro, y otro. El cementerio se hizo más pequeño y la Iglesia tomó los restos de los enterrados cada cinco años y los arrojó al Osario Común, así fueron ocupando el terreno con nuevos panteones”, explica Uris.

“En 1976-77 el párroco se vio obligado a construir baños en el cementerio, no sé si según el Obispo o no, acordó con la funeraria remover de un solo golpe el Osario Común para construir un panteón. Y a base de gasolina se volatirizaron los restos óseos de los fusilados y enfermos del campo de concentración. Cuando les explico a algunas familias este resultado macabro, hasta se marean. Por tanto Eduardo Ramón Urlecea, fue enterrado en esa parte del cementerio y sus restos desaparecieron por obra y gracia de la Iglesia Apostólica y Católica Romana de La Guardia”, concluye.

Eduardo, quien fuera patrón de remolcadores en la ría de Bilbao, fue detenido en alta mar. Cuando lo detuvieron, según las investigaciones de Juan Ramón, lo trasladaron primero a la prisión de Bilbao o Santander, para luego llevarlo al campo de concentración gallego, un campo de concentración franquista que estuvo en activo -al menos- desde 1937 y 1939 y que acogió a prisioneros políticos y combatientes del Ejército Popular de la República.

“Es lamentable por las circunstancias en las que estuvo. Preso, recluido en el campo de concentración. Luego, el hecho en sí de las causas de su fallecimiento, que como pone ahí era una caquexia. Leí en su día que el ser humano de la desnutrición se quedaba exclusivamente con la piel y el esqueleto, algo parecido al genocidio nazi con los judíos y me imaginaba que los habrían enterrado en fosas comunes porque al ser presos de guerra el trato no era nada exquisito sino todo lo contrario. Aún así pensaba que a lo mejor habría fosas comunes que se podrían investigar y que se podrían recuperar los restos mortales. Por lo que me ha dicho José Antonio Uris la recuperación es imposible porque la Iglesia Católica dedicó a esos terrenos a otros menesteres, exhumó los restos que había ahí y les dio fuego”, cuenta a este diario Juan Ramón Sertutxa, a quien solo le queda por saber el paradero de su tío paterno, que según sus incansables investigaciones, se encuentra en una fosa común en el penal El Dueso de Santoña.

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