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La escritora Espido Freire y la soledad deseada: “La Navidad hace que una elección vital parezca una desgracia”

La escritora Espido Freire

Maialen Ferreira

Bilbao —

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Espido Freire (Bilbao, 1974) publicó su primera a los 23 y a los 25 ya había ganado un Premio Planeta. Aquella adolescente que soñaba con escribir, pero que no tenía contactos ni conocía el mundo editorial, logró hacerse un hueco en el mundo de la literatura y, desde entonces, su pluma no ha parado de escribir. “Escribo, estudio, propongo, realizo gestión cultural, invento nuevos conceptos, he montado de cero dos masters de creación literaria, colaboro en radio y prensa, he recibido premios, el último la semana pasada”, asegura cuando se le pregunta por el famoso 'síndrome de la impostora', algo que, según confirma, “no sabe lo que es”.

Freire ha presentado en el evento 'Vive las letras' en Labastida (Álava) su último libro, ‘La historia de las mujeres en 100 objetos’, que va desde el pintalabios de Barbie hasta la vacuna de la viruela. “En realidad, son muchos más, es un recorrido parcial, pero representativo, desde el Paleolítico hasta nuestros días, con un contexto diferente en cada capítulo, con la búsqueda de su origen y el intento de comprender qué mujeres necesitaron, usaron o sufrieron esos objetos”, explica a este periódico.

¿Cuándo supo que quería dedicarse a la literatura?

Como le ocurre a muchos escritores, esa idea comenzó a tomar forma en la adolescencia, en torno a los 16 años. Había mucho de pensamiento mágico en ello, no tenía contactos, ni conocía el mundo editorial, ni sabía tan siquiera cómo acercarme a él, pero escribía y leía con mucha dedicación y disciplina, y estaba convencida de que antes o después me darían una oportunidad. 

¿Cómo recuerda sus inicios?

Publiqué mi primera novela con 23 años, y en ese proceso fueron claves un profesor, Ángel García Galiano, y mi primera agente, Ángeles Martín. Ellos me dieron ánimos y me abrieron el camino para que “Irlanda” fuera primero leída y después publicada en 1998. 

Con solo 25 años ganó el Premio Planeta con su novela ‘Melocotones helados’. ¿Qué supuso para usted?

Suponía, a esa edad, una visibilidad y un empujón importantísimo. Una cierta estabilidad económica, y, sobre todo, la seguridad y la confianza para proponer otro tipo de libros, como un ensayo, un libro de poemas u otro infantil, que fue lo que publiqué a continuación. A diferencia de cómo lo veían desde fuera muchos observadores, para mi suponía una oportunidad que no podía desaprovechar.

¿Fue complicado seguir escribiendo una vez ganado uno de los reconocimientos más importantes de la literatura en castellano?

No, varios de los libros posteriores estaban ya o escritos o esbozados. La juventud tiene también un punto de inconsciencia, y yo nunca he sido apocada ni tímida: al contrario, era el momento de lanzarme, de viajar, de tomar control de mi obra y mi trabajo.

¿Siente el síndrome de la impostora alguien que, como usted, ha escrito decenas de libros y ensayos? ¿Qué hace para acallar esa voz?

No, no sé lo que es el síndrome de la impostora. Escribo, estudio, propongo, realizo gestión cultural, invento nuevos conceptos, he montado de cero dos masters de creación literaria, colaboro en radio y prensa, he recibido premios, el último la semana pasada… Trabajo demasiado como para que nadie, y menos yo, me considere una impostora.

La Inteligencia Artificial amenaza no solo a los escritores, sino todo proceso creativo

¿Cuál diría que es la mayor dificultad a la que se enfrenta un escritor?

El equilibrio entre el ego y la autoestima. Es un oficio peligroso para quienes no tengan cerca buenos consejeros, y muy volátil. Hace falta tanta cabeza como sensibilidad para no perderse.

“La Inteligencia Artificial es un aliado poderoso para vagos, un consuelo para mediocres y una promesa ofrecida, una vez más, a quienes desean firmar un libro a cualquier coste”. Es una frase de uno de sus últimos artículos. ¿Tanta amenaza supone para los escritores?

 Sí. A continuación yo decía “¿Quién no es a veces un vago, un mediocre o alguien que anhela logros rápidos?”. La Inteligencia Artificial amenaza no solo a los escritores, sino todo proceso creativo: y se impondrá porque resulta barato, rápido, y porque incluso quienes lo rechazamos nos veremos tentados a usarla. Llegan tiempos muy complicados, y un reajuste brutal en campos que aún ni sospechamos. 

Es muy activa en redes sociales con miles de seguidores en Instagram. En muchas ocasiones las redes sociales pueden ser útiles para los escritores, sobre todo para acercarse a un público más juvenil. ¿No puede pasar lo mismo con la Inteligencia Artificial?

Las redes acercan a determinado público, aunque mi objetivo no era precisamente el juvenil, pero no devuelve un retorno en ventas de libros. Curiosear en lo que hace o dice un escritor es gratis: quien se acerque a las redes sin generosidad, sin la intención de generar un contenido y de crear en ellas una comunidad diferente a la de los lectores corre el riesgo de decepcionarse enormemente. Y no, la IA funciona de manera completamente diferente: no es una red social, es una sustitución de un proceso creativo.

En otra de sus últimas columnas habla sobre la Navidad y cómo puede hacer que las personas se sientan más solas y pobres. ¿Cómo se puede conseguir evitar algo así en la sociedad del consumismo?

No se puede evitar: sentirse más o menos solo es una responsabilidad individual, implica un trabajo en relaciones humanas, en sociabilidad o en la creación de un entorno durante todo el año, incluso durante años anteriores. Y tiene mucho que ver con el carácter e incluso con la suerte. Lo que ocurre es que la Navidad, con la exaltación de determinadas prácticas, hace que algo que es normal, y que incluso tiene que ver con una elección vital, parezca una desgracia.

Muchos cuentos tradicionales dibujan a esas personas solitarias en Navidad como el ‘Grinch’, alguien malhumorado que odia a todo y a todos. En su columna sostiene que “esas personas están entre nosotros, porque, en el fondo, son nosotros”. ¿Todos llevamos un ‘Grinch’ dentro?

Uno de nuestros pasatiempos predilectos es criticar, quejarnos y compararnos. Se suele decir que el gran defecto español es la envidia… de manera que sí, somos un poco Grinch: y la Navidad, con su enorme dosis de hipocresía social, con el contacto con una familia que, en muchos casos, dista mucho de ser ideal, la carrera consumista en comida, bebida y regalos, ofrece cada vez menos espacios para escapar y vivirla desde una perspectiva religiosa, espiritual, privada o diferente. Aún así, mucha gente mantiene una buena relación con ella, se esmera en hacerla inolvidable, mima a los suyos, intenta crear preciosos recuerdos para los niños e incluso tiene tiempo para la solidaridad. Es posible que nuestro Grinch se redima, sin duda.

La igualdad no pasa, paradójicamente, por anular la diferencia, sino por comprenderla y atenderla

La semana pasada presentó en Labastida, en el encuentro literario ‘Vive las letras’ su último libro, ‘La historia de las mujeres en 100 objetos’, que va desde el pintalabios de Barbie hasta la vacuna de la viruela. La vida de las mujeres a lo largo de la historia no ha sido justa, a pesar de ello, muchas de ellas han logrado grandes hazañas en sus campos profesionales. ¿Qué ha supuesto para usted poder plasmarlo en un libro?

Abordé este trabajo con mucho optimismo y con la creencia de que me llevaría menos tiempo y menos esfuerzo del que ha conllevado. ¡100 objetos! En realidad, son muchos más, es un recorrido parcial, pero representativo, desde el Paleolítico hasta nuestros días, con un contexto diferente en cada capítulo, con la búsqueda de su origen y el intento de comprender qué mujeres necesitaron, usaron o sufrieron esos objetos. El resultado ha sido muy satisfactorio, y el libro es todo un logro, pero ha sido agotador. 

¿Quedan aún pasos por recorrer para conseguir una igualdad real y que no haya objetos de hombres y objetos de mujeres?

Habrá siempre objetos específicamente de mujeres: nuestros cuerpos, ciclos, necesidades (por no hablar de los hábitos y de las costumbres, de todo lo cultural y aprendido) son diferentes y necesitan una atención distinta. Es más, aspiro a que en algunos aspectos, como el médico, esa diferencia nos lleve a una atención mejor, a diagnósticos, medicamentos y tratamientos específicos para mujeres, y no, como hasta ahora, basados en estudios que emplean hombres. La igualdad no pasa, paradójicamente, por anular la diferencia, sino por comprenderla y atenderla. 

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