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El Secreto del Agua, de Tomás Martín Tamayo

Antonio Salguero Carvajal

Tomás Martín Tamayo ha elegido para presentar su segunda novela una apacible portada con la imagen de un manso lago en cuya orilla se encuentra una casita arropada por una alameda de eucaliptus. Pero Tamayo no sería un fabulador si la quietud de ese grato entorno no fuera aparente y no planeara sobre el plácido atardecer el inquietante título El secreto del agua.

Esta paradoja, que pone al lector en guardia desde el primer contacto visual con la novela, resulta un hábil recurso de Martín Tamayo para mantener en ascuas al lector desde la misma portada. Y no es la primera vez que usa este eficaz medio de atracción, pues ya en el título de su opera prima El enigma de Poncio Pilatos, una novela histórica muy interesante, aparecía ese componente de misterio con el que, de entrada, ganaba de forma instantánea la atención del lector por el camino de la intriga.

Ciertamente ese ingrediente es el elemento fundamental en que Martín Tamayo basa su técnica narrativa, pues será el suspense el que mantenga la atención lectora desde el inicio al fin de la novela, cuyo dinamismo descubre unas vigorosas ganas de contar de Tamayo, después de cuatro décadas escribiendo relatos cortos en cuya composición es un maestro. El hecho de haber practicado tanto este tipo de narración es el que le permite que ahora, en su novela El secreto del agua, logre dosificar su trama dramática sin altibajos durante toda la amplia narración con intrigantes episodios que reactivan la atención del lector continuamente: “El inspector que se había sentado comenzó a curiosear en el cajón central de la mesa, mientras el otro iniciaba el interrogatorio en un tono que casi parecía la lectura de una sentencia” (38).

Y a mantener constante el flujo discursivo dirige el autor todos sus esfuerzos de narrador atendiendo no solo al desarrollo temático sino también a su exposición. Así lo primero que hace Tamayo es sorprender al lector en la portada del capítulo 1 con un título inesperado y preocupante: “Un tiro en la madrugada”: “Hasta los grillos callaron. La detonación estremeció el corazón colectivo de Encinares” (11). Y seguidamente, en el mismo inicio del capítulo, vuelve a llamar la atención descubriendo la causa de la trama en forma de suceso impactante: el suicidio del protagonista, Antonio Godoy, un maestro desterrado con un pasado enigmático que, sin embargo, no tiene enemigos, es un hombre en paz consigo mismo, buen maestro, amante de la naturaleza y solidario. Resulta lógico, por tanto, que su muerte deje en el ambiente abundantes dudas y sus allegados no crean la versión oficial: “Antonio no se ha suicidado, de eso estoy seguro” (100). La clave se encuentra en la presa que finalmente inunda Riscos del Encinar, porque ha sido construida en un lugar distinto del proyectado para que no anegara tierras de terratenientes con buenas relaciones en el poder. Y Antonio Godoy, capitaneaba las protestas contra la decisión arbitraria de inundar el pueblo.

En adelante, el grueso de la novela será una muestra de las cualidades narrativas de Martín Tamayo, que establecen una densa e intensa urdimbre temática para contar lo que hay detrás del aparente suicidio de Antonio Godoy. Para ello Tamayo tiene que emplear sus amplios conocimientos de las relaciones que existen en los entresijos del poder a todos los niveles (económico, político, religioso), con el fin de advertir a sus lectores que, detrás de la realidad de la gente común, existe otra creada por los que dominan el mundo tanto a nivel local como nacional e internacional: “A nosotros no nos interesa la situación real de la presa, sino cómo la gente ve la situación de la presa. Nuestra misión no es enseñar la verdad, es propagar la realidad que queremos que se vea. La que a nosotros nos interesa” (343).

No obstante, aunque Martín Tamayo convierte la novela rural del principio en otra que abarca el ámbito de las finanzas y el poder mundial a través de Blas Godoy, presidente de la Oil Texaco Corporation, la trama se sitúa en un pueblo de la Extremadura de posguerra, lugar y momento histórico donde el autor se siente seguro y cómodo, porque nació y vivió en un pueblo extremeño en el que, sin duda, oiría hablar a sus mayores de los llamados “años del hambre”. De ahí que el maestro protagonista resulte ser un represaliado; Eulogio, su amigo, sea falangista y capitán mutilado de la Legión; los terratenientes miren solo por sus intereses y la gente común malviva en una situación de miseria material y cultural. El ejemplo más sangrante es el de Blas y Rosario, dos desgraciados que quieren salir adelante, pero ella acabará loca y él asesinado en la cárcel, sucesos indicativos de que a la gente corriente le resulta, cuando no imposible, muy difícil escapar de su triste situación: “-A tu marido lo han enterrado en el cementerio del Puerto de Santa María hace tres días, porque después de cuarenta y ocho horas no te habían localizado y el juez autorizó la inhumación. Lo siento, Rosario” (48).

En fin, El secreto del agua, interiormente, es una novela de grata lectura por la composición inteligente y la exposición elaborada de su trama narrativa y, exteriormente, resulta atractiva por su pulcra edición.

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